El liderazgo de la Concertación debiera explicarle también a sus bases y al país porqué sus gobiernos se subordinaron a tal extremo a Pinochet que permitieron que éste comprara armas en el exterior a su antojo (pudiendo acrecentar, además, su gigantesca fortuna), afectando profundamente la imagen de Chile en el exterior; y porqué ¡lo defendieron, se hicieron los lesos o negaron groseramente la realidad; frente a las duras y naturales críticas que sus viajes suscitaron!
Así, cuando Pinochet visitó Gran Bretaña en 1991, en la Cámara de los Comunes el diputado laborista David Nellist lo acusó de “carnicero de Santiago” e introdujo una moción con 27 diputados para que no se le permitiera el ingreso al país. Además, el diputado laborista George Foulkes señaló que “considero que permitir ingresar al general Pinochet, bajo cualquier circunstancia, sería un insulto a la memoria de aquellos asesinados y torturados bajo su régimen” (Fortín Mapocho; 2-5-1991). Ante ello, el ministro secretario general de Gobierno, Enrique Correa (PS), defendió a Pinochet señalando que como Gobierno “nos desagrada siempre que cualquier personero de otro país, por muy amigo que sea de nosotros, se refiera en términos que no corresponden a autoridades de Estado” (La Nación; 5-5-1991).
Asimismo, cuando visitó Brasil ese año, Pinochet le quitó importancia a las violaciones de derechos humanos de su gobierno, al afirmar que “torturas hay en todas partes y acusar al Gobierno de torturas es típico de los comunistas, para oscurecer la imagen de los gobiernos militares”; y que según el Informe Rettig “murieron en sus diecisiete años de Gobierno, alrededor de dos mil personas” y “que en menos tiempo allí en el vecino Perú, el Sendero Luminoso mató diez mil” (La Nación; 12-5-1991). Ante ello, el ministro del Interior Enrique Krauss (PDC) declaró que “lo que hizo el general Pinochet en Brasil fue reconocer el atestado, objetivo e implacable informe de la Comisión Verdad y Reconciliación que señala un poco más de dos mil casos”; aunque reprobando las comparaciones numéricas de muertos, al señalar que “un solo chileno que haya muerto en condiciones en que no se hayan respetado sus derechos humanos, basta para que el alma de Chile esté dolida” (La Nación; 13-5-1991).
Luego en Portugal, Pinochet hizo una apología de su gobierno y señaló que volvería (¿?) a la vida política, “si la situación de caos y de alistamiento para la guerra civil” lo exigiese. Además, a una periodista que le preguntó sobre las violaciones de derechos humanos consignadas en el Informe Rettig, le contestó: “Usted no entiende ni jota y por lo tanto, no vale la pena contestarle”; y a otro que le preguntó sobre las fosas comunes de ejecutados políticos descubiertas en Chile, le dijo que “ustedes (los periodistas europeos) son víctimas de una propaganda tan grande, que ya están podridos” (La Epoca; 17-5-1991). A su vez, el matutino portugués Público calificó a Pinochet como “uno de los más sanguinarios dictadores aún vivos” y que se dirigió a los periodistas “con evasivas y hasta con insultos disimulados”. El vespertino La Capital señaló que “los periodistas se vieron impedidos de obtener declaraciones por los gorilas de Pinochet que se dedicaron a empujar, golpear y apartar los teleobjetivos de las cámaras”. Y el principal periódico portugués, Diario de Noticias, editorializó que “con visa turística y vistiendo de civil, el máximo responsable de una de las más crueles dictaduras sudamericanas de las últimas décadas, vino a Lisboa a hacer negocio de armas”; y que “es difícil entender” la actitud del Gobierno que permite el ingreso al país de un general ”que mantiene bajo secuestro y bajo chantaje a la frágil democracia chilena” (La Epoca; 19-5-1991).
Ante todo ello, el ministro Krauss señalaba que “las declaraciones del general Pinochet en Portugal no afectan la imagen de Chile ni la de su institución” (La Tercera; 18-5-1991); y el Presidente de la Cámara de Diputados, José Antonio Viera Gallo (PS), sostenía que las declaraciones de Pinochet en el extranjero “son más bien de apoyo al proceso de transición y de reconocimiento hacia la autoridad presidencial y civil” (El Mercurio; 18-5-1991).
A Francia no pudo ingresar ya que el ministro del Interior francés, Phillipe Marchand, anunció que “si se presenta sin visa será rechazado en nuestras fronteras”; y el ministro de Relaciones Exteriores declaró que “incluso si hubiese solicitado una visa, se la hubiésemos negado”. El ministro Enrique Correa protestó ante el gobierno francés por el trato dado a Pinochet. Y la presidente de la Asociación de Amistad Franco-chilena, Odile Marchand (esposa del ministro), le dirigió una carta abierta a Correa en que le señalaba: “La actitud del Gobierno francés, considerada por usted vejatoria, vejatoria es por cierto, pero para aquel a quien se dirige, no para el pueblo chileno (…) para la comunidad internacional, Pinochet es y seguirá siendo un paria” (Fortín Mapocho; 29-5-1991).
En marzo de 1992 Pinochet viajó subrepticiamente a Ecuador. Su presidente, Rodrigo Borja (socialdemócrata), declaró que su visita “no ha sido informada con anticipación al gobierno ecuatoriano, ni ha cumplido con las formalidades usuales en estos casos”; añadiendo que “de todas maneras hizo saber al general Pinochet que su presencia no es bienvenida en Ecuador”, aunque destacando que “el hecho no afecta en modo alguno a la entrañable amistad de ambos pueblos vinculados por sus comunes ideales democráticos” (Las Ultimas Noticias; 19-3-1992). Ante ello, el Gobierno de Aylwin presentó un reclamo formal por las expresiones del presidente Borja, el que fue entregado por el ministro de Relaciones Enrique Silva (PR) al embajador de Ecuador en nuestro país.
En 1994 –ya bajo el gobierno de Frei Ruiz Tagle- Pinochet efectuó una visita a la República Checa, pese a que su presidente, Vaclav Havel, expresó no sentirse contento de que “la primera misión comercial chilena importante a la República Checa esté encabezada precisamente por el ex jefe de la Junta Militar chilena”, señalando además “su resignación y la imposibilidad de evitar la presencia de Pinochet en Praga” (La Epoca; 28-5-1994); y agregando que “para las relaciones checo-chilenas sería beneficioso si éstas fueran desarrolladas por personalidades respetadas por la comunidad democrática internacional” (La Epoca; 31-5-1994). Además, la prensa checa cuestionó duramente la visita (Ver La Epoca; 29-5-1994). Por su parte, el ministro de Defensa checo, Antonin Basudys, dio órdenes terminantes para impedir la prevista visita de Pinochet a la Academia del Ejército. A su vez, el periodista y miembro de Amnistía Internacional, Jakub Polak, presentó una demanda contra Pinochet en los tribunales checos: “La querella presentada está basada, según Polak, en la Convención Internacional contra la Tortura. Esta permite enjuiciar en un país esos actos incluso si fueron efectuados en otros países, afirmó el miembro de Amnesty” (La Nación; 1-6-1994). Es decir, ¡el fundamento que permitiría procesar a Pinochet en Gran Bretaña cuatro años después! Y “el director de la galería de Praga, Jaroslav Fatka, canceló un banquete en honor del general Pinochet (…) organizado por la empresa checa exportadora de armas Omnipol”, señalando que “su actitud no responde a criterios políticos, sino a razones puramente humanas” (La Nación; 1-6-1994). Por otro lado, Pinochet tuvo que suspender su proyectado viaje a Eslovaquia, debido a un comunicado del Ministerio de Relaciones de ese país de que “Pinochet no ha sido ni jamás será invitado por el gobierno de la República Eslovaca” (La Nación; 26-5-1994); y dada la “severa crítica en medios políticos y sindicales por su pasado dictatorial, canceló su visita a Rusia” (El Mercurio; 3-6-1994). Finalmente, ante la negativa de los gobiernos de Rusia y Eslovaquia de autorizar el ingreso a sus países, y la “exigencia” de quince diputados checos al primer ministro Vaclav Klaus de que ordenara la expulsión del país de Pinochet, éste culpó de todo esto a “la confabulación comunista-socialista en mi contra. Los comunistas y los socialistas me odian, porque soy para ellos un enemigo peligrosísimo” (La Nación; 3-6-1994).
Frente a todo ello, el ministro del Interior, Germán Correa (PS), señaló que los hechos ocurridos en Europa a raíz del viaje no afectaban la imagen de Chile, calificando los incidentes como hechos “menores y magnificados” y que “la gira se realiza en un marco de normalidad” (La Epoca; 5-6-1994). A su vez, el ministro de Defensa, Edmundo Pérez (PDC), dijo que “nunca estuvo contemplada una visita del general Pinochet a Rusia”, y que respecto a su estadía en la República Checa, “todos los antecedentes que tenemos nosotros es que no ha tenido ninguna clase de problemas en su viaje” (Las Ultimas Noticias; 8-6-1994).
Lo anterior nos demuestra una completa desmoralización del liderazgo de la Concertación; donde a la búsqueda de impunidad (disfrazada eufemísticamente como “la justicia en la medida de lo posible”) se unió la mentira y la defensa indisimulada del propio Pinochet frente a la comunidad internacional. ¡La misma que había sido sensibilizada de los horrores cometidos por el ex dictador en gran medida por las denuncias de los que ahora lo defendían! Además, dichas actitudes prefiguraron las posteriores defensas de Pinochet que efectuaron los gobiernos de Frei Ruiz Tagle y Lagos ante su detención en Londres en 1998 y posteriormente para evitar su condena por los tribunales chilenos.