Nada más indignante los millones de pesos que circulan en la política, que se contrasta con la vida miserable del 75% de los chilenos, que apenas devengan un salario de $300.000 mensuales y, cuando la suerte los acompaña logran un trabajo, así sea precario, reciben un mísero reajuste. Con mucha razón, esta desigualdad entre la opulencia de los políticos y la pobreza de las personas comunes y corrientes, está provocando una ola de indignación que, el día menos pensado, puede terminar en un quiebre social de la precaria y débil democracia chilena.
La historia prueba que los grandes escándalos siempre han acompañado las crisis de representación que, finalmente terminan en un reventón de descontento: en el pasado se expresaba en el asalto a La Bastilla que, contrariamente a lo sostenido por el mito histórico, fue un acto espontáneo de rebelión del bajo pueblo que habitaba en el Rue Saint Antoine, y que se radicalizó al pasear la cabeza del decapitado director de la prisión – en ese tiempo, con cuatro internos -; Otro gran reventón fue el del 6 de febrero de 1934, en París, provocado por un gran escándalo, esta vez aprovechado por la derecha anti-republicana para tomarse el Palacio de la Asamblea Nacional, y los parlamentarios se salvaron debido de la indecisión del coronel La Rocque, que paralizó la toma del edificio por parte de las turbas indignadas contra la república.
En Chile tenemos varios episodios de repudio a los parlamentarios, que terminan en protestas, como es el caso, en 1924, del famoso “ruido de sables”, una manifestación en la galería del Congreso por parte de oficiales militares, que reclamaban porque hacía varios meses que no recibían su salario, como efecto de la crisis fiscal, contrastando con el proyecto que instauraba la dieta parlamentaria; en plena sesión, los militares hicieron sonar sus sables, hecho que, posteriormente, llevó al destierro al Presidente de la república, Arturo Alessandri Palma y la consecuente crisis de dominación oligárquica, preámbulo a la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo; otra manifestación de anti-parlamentarismo fue el grito del pueblo “a cerrar, a cerrar el Congreso Nacional”, con ocasión del “tanquetazo”, un golpe de Estado frustrado, efectuado el 29 de junio de 1973.
El PentaGate, ubicado en el contexto de una de las graves crisis de legitimidad de nuestra democracia puede, a mi modo de ver, ser el preludio de reventones similares a los cuales me he referido anteriormente. La historia no se repite, pero tiene constantes que se mantienen a través del tiempo; por cierto que no hay leyes en las disciplinas sociales, como en las fácticas y las matemáticas, sin embargo, la experiencia demuestra que una mezcla entre crisis de legitimidad y una seguidilla de escándalos económicos que, en su mayoría involucran a la oligarquía política, tarde o temprano conducen a una explosión social.
Si alguien se dedicara a relatar en la víspera de que estas situaciones ocurran, podría ver que el escenario resta parece tranquilo a pesar de las múltiples denuncias de los escándalos en las publicaciones de los medios de comunicación de masas. En el Chile de hoy vemos a un pueblo desconectado de la política, que desprecia a las instituciones, cuyos integrantes hacen todo lo posible para que ello ocurra, pueblo que está adormecido, pero con enorme paciencia ve el espectáculo de políticos de un partido o de varios, que se dirigen, por ejemplo, a la “caja pagadora” del Banco Penta para recibir, en efectivo – sin acusadoras boletas – $400.000.000 para el Golborne, convertidos en dólares y enviados a un paraíso fiscal, o $150.000.000 a Pablo Longueira para campañas políticas.
Según Aldo Duque, panelista del programa “Vigilantes”, de la Red, al pedir el dinero en efectivo, sin boleta de por medio, estos personajes serían muy ingenuos o el PentaGate sería una verdadera faramalla. Yo disiento de su apreciación, pues pienso que los aludidos son personas inteligentes, pues el billete en efectivo no deja huellas, en cambio la boleta es un documento comprometedor, y lo que sí puedo colegir es que sí fueron bastante ingenuos al no prever que uno de sus funcionarios, Hugo Bravo, iba a grabar a su jefe, Carlos Eugenio Lavín, con quien terminó peleado por un conflicto laboral; los directivos de Penta se creían muy hábiles, pero no tuvieron la inteligencia del zorro para evitar la trampa y, con toda la fuerza del león, cayeron en ella.
Rafael Luis Gumucio Rivas
11/12/2014raf