Enero 20, 2025

Lealtad a la traición (Ucronía*)

De madrugada en la alcoba del presidente Salvador Allende, repiqueteó el teléfono. Aún no amanecía en Santiago el domingo 9 de septiembre de 1973, mientras asomaba la primavera. Hacía frío y el cielo, vaticinio de desgracia se teñía de solferino. Cuajarones anticipados de sangre sembraban la aurora. A lo lejos la sirena de una ambulancia, aullido de lobo en la estepa, rompía el tiempo marcado por la incertidumbre. Al principio el presidente creyó soñar. Desde hacía meses, el insomnio perturbaba su reposo.

 

 

A intervalos dormía acuciado por la vorágine de los hechos. La oligarquía que conspira y jamás duerme, acosaba al gobierno de la Unidad Popular que él presidía. Se desvelaba, como si volviese a experimentar esa sensación de muerte, cuando tenía 25 años. La goleta donde viajaba rumbo a Punta Arenas, ciudad donde iba a realizar su internado de médico recién recibido, casi naufraga a la altura de Valdivia. La embravecida mar cerraba el paso bajo llave y mostraba un rumbo desconocido, alterado por el clima, obligando a la goleta a navegar a ciegas. En tanto, una seguidilla de truenos y relámpagos, recorrían el pentagrama del cielo. Réquiem obsequiado por la mar, cuando se inicia la tormenta y reclama sus víctimas. Aquello se inscribía en el pasado reciente, y ahora el actual, donde participaba en interminables jornadas de reuniones, cónclaves y comités, destinados a combatir la diaria sedición. Lo apremiaba el tiempo, mostrando a cada instante sus fauces de glotonería, nunca complacida.

 

El desabastecimiento de productos básicos, instigado por la derecha y el capital foráneo, golpeaba a diario a la población, sumida en la perplejidad. Extendía sus brazos de carbón el mercado negro y se deslizaba en silencio, por los vericuetos de la clandestinidad. La gangrena que bajo la piel corroe la carne, invadía el país.

 

A la par, la prensa de la oligarquía divulgaba fotografías y titulares, de cómo los almacenes y centros comerciales permanecían sin productos básicos, mostrando las estanterías raleadas y lo que apenas había, el público lo disputaba a golpes. “¿Esto desea usted chileno que se perpetúe en nuestro país? La paciencia se acaba. Reaccione”.

 

Escaseaba la gasolina y sus derivados, el papel higiénico y las panaderías vendían panes del tamaño de una cajita de fósforos. Conseguir un pollo se convertía en odisea, mientras desaparecían en minutos, arrebatados a golpes. Había que angustiar a la población y sembrar el miedo en la abonada tierra de la rebeldía. La prensa lacaya obedecía al dictamen de la traición. Se ocultaban los productos básicos, pero en los sectores pudientes operaban mafias que abastecían las necesidades de esos barrios.

 

En la mañana del día anterior, Salvador Allende se había reunido con la plana mayor de las Fuerzas Armadas, constituida por el Almirante José Toribio Merino  de la Marina, el general de carabineros, César Mendoza, el general de ejército Augusto Pinochet y el general de aviación Gustavo Leigh, y les preguntaba si mantenían la lealtad al gobierno popular, a la constitución y a su presidente. Ellos respondieron que sí y juraban, pues respetaban la institucionalidad.

 

El teléfono, timbal de la obertura de “Así hablaba Zaratustra” de Ricardo Strauss, no se detenía de sonar. Música adecuada que bien podía ser invitación al nacimiento o el funeral de la mañana. La presencia de la tempestad, inoportuno huésped, retumbaba y se esparcía como hoguera de sonidos, encaminada a abrir el día.

 

A tientas, después de encender la lamparilla del velador, Salvador Allende estiró la mano y cogía el auricular. “Perdone señor presidente mi impertinencia al despertarlo a esta hora y pido disculpas —escuchó una voz que reconocía— pero me urge hablar con usted si es posible en una hora más. La situación lo exige”. Allende miró la hora en su reloj pulsera, después de ponerse los lentes. Eran las 5:24 de la madrugada. “Lo espero, General”.

 

El prólogo al golpe de estado se escribía en las sombras y quienes lo iban a ejecutar, juraban lealtad a la traición.  

 

*Reconstrucción histórica construida lógicamente que se basa en hechos posibles pero que no ha sucedido realmente.

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *