Diciembre 4, 2024

Perú: murió el más grande, el maestro

Un día antes de la llegada del Papa a Perú, el 17 de enero, nos dejó el más grande: el compositor musical y maestro Augusto Polo Campos, ex funcionario de la gendarmería peruana y que, por suerte renunciado a temprana hora, desde muy joven se dedicó solo a componer canciones populares.

 

 

 

Tenía 85 años cuando partió. Lo conocimos cuando tenía 40 y nos empezó a endulzar con valsecitos la vida en el exilio limeño, tan difícil y al mismo tiempo tan grato. En el exilio y después de él, hasta hoy.

En 1974 ya llevaba un buen tiempo consagrado con, por ejemplo, “Cuando llora mi guitarra” y “Regresa”, cantada ésta por Lucha Reyes, la misma de “Mi última canción”, que fue su última canción, interpretada el día de su muerte por infarto, el 31 de octubre de 1973, Día de la Canción Criolla.

Augusto Polo Campos es, junto a Chabuca Granda y Felipe Pinglo, lo más grande de la canción criolla peruana. Pinglo, el más atrevido y triste (“El Plebeyo”, “El huerto de mi amada”); ella, fina y blanquiñosa (“La flor de la canela”, “Fina estampa”); Polo, más tosco y popular; populachero para algunos, para mí popular (que lo popular incluye, creo, lo populachero), un maestro.

Augusto Polo Campos era capaz de inventar sin anuncio y de inmediato un valsecito si alguien le daba el pie –un simple sustantivo- con poema y con música, que otro alguien debía escribir porque Augusto –mal nombre- ni escribía música ni tocaba instrumento alguno. Compuso “Cuando llora mi guitarra” pero nunca la tocó.

Por culpa de otro Augusto conocimos a este Augusto. En los primeros días de 1974 surgió el himno de Polo Campos: “Y se llama Perú”. Más que una canción era un canto: “Y se llama Perú, con P de patria, la E del ejemplo, la R del rifle, la U de la unión”… Se demoró 15 minutos en componerlo. Se dice, ahora, que el jefe de estado de la época, General Velasco Alvarado, le pagó 15.000 dólares, unos 10 millones de pesos chilenos de hoy, por la composición antes de que saliera de sus labios. Debió haber sido más. Un cuenta-chistes corta en el Festival de Viña eso y mucho más.

Polo Campos fue un compositor popular total. Compuso cientos de canciones, entre ellas los valsecitos más populares, también en Chile; tuvo siete hijos de cuatro mujeres, con las que se casó; fue llevado a la TV en una normal teleserie llamada “Los amores de Polo”; vivió en la bohemia popular casi medio siglo; se murió en una clínica blanquiñosa de Miraflores, y el pueblo caminó con su féretro por los barrios altos, que allá son los bajos, y en torno a la Alameda de los Descalzos. Tuvo diabetes, como Pinglo, muerto a los treinta y tantos, y al final le falló el corazón, cerca del mar, como corresponde, y a una edad en que el exceso de años no es aconsejable.

El Rimac y La Victoria lo lloraron más que San Isidro y Miraflores, que también estuvieron de luto a pesar del Papa.

Sin Polo Campos y sus valsecitos pocos habrían conocido al gran Zambo Cavero, que lo interpretó cien veces (“Cada domingo a las 12”, “Regresa”) ni al maestro Avilés, que lo guitarreó mil veces; ni en Chile, a la aún presente Palmenia Pizarro, intérprete local de “Cariño Malo”.

Ha sido tan grande el éxito en Chile de su canción que “Cariño Malo” figura en nuestros rankings entre las canciones “chilenas” más famosas de todos los tiempos, junto a las de Violeta, Patricio Manns y Budy Richards.

Polo Campos tuvo “Cariño Ausente”, “Cariño Malo”, “Cariño Bueno” y “Cariño Bonito”. Y fue verdad.

Si las grandes figuras de la historia de un pueblo son aquéllas que, por lo buenas, se le quedan grabadas profundamente algo así como medio siglo o más, Augusto Polo Campos será parte de Lima y Perú como Pinglo y Chabuca Granda;  Vallejo, Gonzalo Rose y Vargas Llosa; Mariátegui, Bolognesi, Grau y Cáceres. Es cosa de preguntar a las y los criollos, a las y los del Alto Perú, a las y los negros nortinos, a las gentes de la selva y a los descendientes de nipones y chinos.

Y sin considerar por cierto a San Martín y Bolívar, que liberaron Perú, este último en Ayacucho por la interpósita espada de su querido y fanático Sucre, el joven militar que nació en Venezuela, vivió y tuvo honores en Quito y en Bolivia y murió asesinado en Colombia, a los 35 años de edad. El primer bolivariano.

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