Hace unos meses, en el pasado verano boreal con temperaturas extremas que convirtieron a 2015 en el año más caluroso en los últimos cien años, el exministro de Finanzas griego, Yanis Varufakis, alarmó a toda Europa al afirmar que el continente se desintegraba y estaba muriendo.
Por supuesto que el político no se devanó los sesos en busca de una constatación científica de esa pesimista afirmación, entre otras cosas porque es solamente un asunto de observación meticulosa y de una praxis envolvente a la cual no escapan ni ricos ni pobres, letrados o iletrados.
Tomando como base el pánico que produjo en Europa el colapso económico de 2008, que arrancó en Estados Unidos y cuando llegó al viejo mundo las castas enmohecidas se murieron de miedo y descargaron su rabia contra los países más débiles, Varufakis alerta del apocalipsis que se ve venir y de que España está bamboleándose en el borde de ese desfiladero.
Ese presagio angustioso está planteado en un tono menos remarcado de gris oscuro por el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien advirtió por su lado que las principales políticas puestas en práctica por los países avanzados frente a la crisis financiera de 2008 en vez de mejorar la situación, han empeorado las cosas.
En Oriente Medio creció la mala yerba en Libia y Siria después de esa crisis, y el fracking (fracturación hidráulica) hizo su aparición posteriormente también, acompañado de nuevas zonas sísmicas en Canadá y Estados Unidos, y una virulencia exagerada del fenómeno de El Niño, no por una necesaria conexión con los esquistos, pero sí con contaminaciones ambientales no controladas y evitables.
Siete años después de la crisis de 2008 la economía mundial sigue tambaleándose, como alerta Naciones Unidas en su informe “Situación y perspectivas de la economía mundial 2016”, donde destaca el pasmoso dato de que la tasa media de crecimiento en las economías desarrolladas registró una caída de más del 54 por ciento desde la crisis, mientras alrededor de 44 millones de personas están en paro y la inflación exhibe uno de los niveles más bajos en casi un decenio.
La advertencia de Stiglitz no es tan espantosa como la de Varufakis, pero tampoco deja de ser aterradora cuando asegura que las medidas financieras en Estados Unidos y otros países que plantearon estimular el crecimiento económico, las inversiones y el consumo de las familias, han tendido a empeorar las cosas.
“Cuando a los bancos se les da la libertad de elección, escogen ganancias sin riesgo o incluso la especulación financiera en lugar de préstamos que apoyarían el objetivo más amplio del crecimiento económico”, advierte Stiglitz.
Al parecer, argumenta de manera lacónica, el torrente de liquidez “ha ido de manera desproporcionada a crear riqueza financiera e inflar burbujas de activos, más que a reforzar la economía real”.
Y concluye con un verdadero mandarriazo en la cabeza de todos: Pese a las bruscas caídas en los precios de las acciones en todo el mundo, la capitalización de mercado como cuota del Producto Interno Bruto Mundial continúa alta. No se puede ignorar el riesgo de otra crisis financiera. Sería fatal.
Varufakis insiste en que Europa se está desintegrando y se está muriendo, y como fórmula para saltar la hora de los santos óleos pidió “modestia, honestidad y autocrítica” vía racional y humana de salir del abismo.
Ese abismo es universal y su expresión más acabada es la gran pandemia del éxodo desde los países víctimas de las guerras, el hambre, la miseria y el saqueo, hacia los victimarios activos o pasivos, directos o indirectos, que no debieran evadir su obligación de aceptarlos, tanto en Europa como en América, o cooperar más decisivamente para eliminar sus causas.
Hermann Hess decía en Stepenwolf que “el mundo vive un momento hedonístico, atrapado en dos formas de ser, dos culturas, dos modos de vida”, una bipolaridad destructora.
Otros le llaman a eso crisis del espíritu que es más profunda y compleja que la económica, y forma parte inextricable de la violencia que sacude al planeta, como si tuviéramos plantado cada pie en un hemisferio diferente, contradictorio, irreconciliable, en nuestra propia casa. ¿Será verdad que el mundo está muriendo, o lo estamos matando?