Me ha resultado muy curioso que el escándalo de la colusión de los fabricantes de papel higiénico en Chile coincidiera justo con un documental que he visto aquí en Montreal titulado “Oncle Bernard” (“Tío Bernard”) en el que se entrevista al autor y profesor universitario francés Bernard Maris (él era columnista de la revista “Charlie Hebdo” donde firmaba como Oncle Bernard y fue asesinado, junto a otros periodistas de ese medio, por fanáticos islamistas en enero de este año, la entrevista a la que hago mención fue realizada en 2005). Una de las primeras cosas que el entrevistado señala, es que el capitalismo para su funcionamiento requiere de dos condiciones que se deberían dar en las relaciones entre sus diversos actores: confianza y transparencia.
Paradojalmente sin embargo, la dinámica misma del sistema niega principalmente el principio de transparencia, más aun—señala Maris—en el capitalismo lo que se da más bien es una opacidad. Sería de la esencia misma del capitalismo entonces que las cosas—el manejo de las empresas, la relaciones entre empresas y mercado, las relaciones entre empresas y estado, etc.—estuvieran marcadas por este carácter opaco, algo a lo cual los propios actores—especialmente aquellos con poder para hacerlo—estarían contribuyendo permanentemente. A esto uno puede agregar que las nuevas tecnologías de comunicación han facilitado ese trabajo ya que no hacen necesario que los coludidos ni siquiera negocien directamente o en persona y una vez concluido los tratos la evidencia se puede hacer desaparecer mediante el simple expediente de destruir los teléfonos celulares o computadoras que contenían la información, como ha sido en el caso de la colusión de las papeleras en Chile.
La colusión para fijar precios, así como muchas otras prácticas empresariales que una persona normalmente consideraría inmorales, sería pues un aspecto consustancial a un sistema donde las grandes corporaciones se mueven tras un solo objetivo central: maximizar sus ganancias (y no se crea que este tipo de conductas ocurre sólo en Chile, aquí mismo en Canadá un empleado de Loblaws, la mayor cadena de supermercados, denunció y grabó una conversación con un supervisor en el que este último lo instruía para cambiar las fechas de vencimiento de diversos tipos de carne las cuales incluso eran manipuladas para hacerlas parecer frescas, el supervisor le aseguraba que “todos hacen lo mismo…”)
Naturalmente si la colusión es algo intrínseco al sistema entonces quizás algunos concluyan que no hay nada que hacer ya que esa y otras prácticas empresariales son inevitables. Ha sido esta quizás una de las razones por la que tradicionalmente en Chile estas prácticas no tienen un castigo severo: “todos lo hacen” se dirá. Y en efecto uno puede constatar que estos arreglos de precios han sido ya denunciados en otros casos: las grandes cadenas farmacéuticas, las empresas de buses interurbanos, entre otros. El de los artículos de papel es el más reciente pero sin duda que hay otros porque esta opacidad del sistema no permite ver qué es lo que ocurre realmente en los entornos donde se cocinan estos acuerdos. El sistema lo ha condicionado de esa manera.
Siendo así las cosas, no sería de extrañar, o más bien dicho sería esperable que en poco tiempo más se destaparan nuevos casos de colusión, eso sin contar aquellos de los cuales el público pueda tener una sospecha pero nunca se lleguen a descubrir, sea porque sus hechores han sido muy hábiles o porque éstos se hubieron comprado a los que tendrían que sorprenderlos.
Lo que a uno lo lleva a una difícil posición, o bien aceptar que esto es parte de las reglas del juego del capitalismo (la naturaleza egoísta del ser humano de la cual hablaba Adam Smith, el padre del liberalismo económico, que a su vez alimentaría indirectamente un bienestar general, en este caso sin embargo llevada a su punto extremo, quizás a esta altura a un punto de no retorno) o bien se intenta poner en pie alguna manera de combatir estas prácticas.
Esto por lo demás, entendiendo que en estos momentos, al menos en Chile, nadie está seriamente pensando en cambiar el sistema capitalista. De lo que se trataría sería de hacerlo funcionar más justamente e incluso más éticamente. (Con disculpas a Marx que consideraba que la ética era una ideología y que no tenía papel relevante en la economía).
Lo primero sería incluso partir por una adecuada formulación teórica algo que falta hoy día en la formación de la gente, partiendo por la misma gente de izquierda. Resultaba casi grotesco escuchar a algunos próceres de la izquierda lamentarse porque este caso de colusión “daña la imagen del empresariado chileno”, incluso no faltaban algunos que apuntaban a un desprestigio de ese empresariado a nivel internacional, ya que al menos una de las empresas involucradas opera también en otros países sudamericanos. En ese país con extrañas prioridades como es Chile, parece que el “buen nombre” de los hombres de negocio fuera más importante que los consumidores—principalmente los de los sectores más pobres—que han tenido que sufrir los efectos de esta conducta, pues hasta ahora no se ha hablado mucho de cómo se va a compensar a esos consumidores.
Sería bueno en esto de entender algunos aspectos básicos de la actividad económica, empezar por atacar esta falacia de que los grandes empresarios que actúan así lo hacen porque son malos empresarios que desprestigian a sus colegas, la verdad es que lo hacen porque justamente llevan a la práctica el germen del proceso de acumulación de capital: el motivo de la ganancia es su única meta.
Como señalaba sería bueno que aquellos próceres de la izquierda que se preocupan del daño a la imagen empresarial que sujetos como Eliodoro Matte (“Inodoro” lo han llamado algunos con ese chispeante humor que me recuerda como al facho Pablo Rodríguez en 1970 se lo bautizó como “Pablo con Hache”) se ocuparan de estudiar un poco más a fondo la naturaleza de este manejo empresarial. Y para ello ni siquiera es necesario ir a Marx, más de veinte siglos antes que él, el filósofo Aristóteles en su texto “Política” distinguía entre “oikonomikos” esto es la economía del hogar, necesaria para que cada ciudadano pudiera subsistir y “chrematisike” la actividad orientada a obtener ganancia, cuyos cultores carecían completamente de virtud y su accionar era puramente egoísta al punto que no tiene tapujos en llamarlos “parásitos”, por cierto un apelativo que le vendría muy bien a Matte y sus cómplices.
Es necesario entonces educar a los consumidores sobre el carácter que tiene ya no una empresa o una rama industrial en particular, sino el sistema mismo que lleva en sí mismo la ganancia a toda costa como su objetivo. En esto no hay un punto de saciedad, la ambición por optimizar las ganancias es infinita. Junto a educar a la gente se hace necesario también estar atento ante cualquiera sospecha de que los precios pueden estar siendo acordados (tarifas de los teléfonos celulares, primas de las aseguradoras, intereses de las tarjetas de crédito, bebidas gaseosas) porque siempre hay mucho de lo que hay que desconfiar.
Por cierto los defensores del modelo se mostrarán indignados ante lo que ya empiezan a denunciar como “ataques al conjunto del empresariado” añadiendo que sin empresarios no hay crecimiento y por lo tanto hay que tratarlos con más consideración, no sea cosa que se ofendan y se vayan a alguna otra parte con sus inversiones. En esto se apresurarán a acusar a sus denunciantes como adversarios del crecimiento, lo que me lleva a citar a Bernard Maris una vez más: “los adversarios del crecimiento no son enemigos del desarrollo sino que son sin duda los mejores defensores de la civilización, el otro nombre del desarrollo”.
Al final sólo un agudo estado de vigilancia respecto de los grandes empresarios es lo único que puede contrarrestar su insaciable afán de hacerse ellos mismos más ricos. Lo que me recuerda una frase que yo daba a mis alumnos en un curso que Ética que impartía (ya no más pues me jubilé hace un par de años), la frase era para suscitar discusión y me parece muy pertinente en esta ocasión: “los únicos millonarios honestos son los que se han ganado la lotería”.