La tozuda actitud de traición a sus electores -y al país todo- por parte de la mayoría de los actuales parlamentarios, obliga a pensar en una pacífica ‘toma’ del Congreso
Hay fechas de históricos sucesos que suelen adherirse al inconsciente como musgo en la piedra, se mantienen allí subsumidas por la cotidianeidad pero renacen -o rebrotan- cada vez que una determinada situación parece entramparse en su propia selva.
En ciertas ocasiones esos sucesos juegan el rol de mecanismos contra la frustración, evitando que una persona caiga por el tobogán de la inopia. Como todo mecanismo, recordar esos hechos no soluciona el problema de fondo, pero ayuda a respirar mejor por un tiempo, a recomponerse parcialmente… a seguir en la lucha.
Recuerdo en estos momentos ciertas fechas que marcaron cambios significativos en la Historia de la Humanidad, independientemente de cuánto tiempo esos mismos cambios prevalecieron en beneficio de los pueblos y en detrimento de los oligarcas y plutócratas. Hay una fecha en especial, muy en especial, que siempre ha concitado mi interés. Junio de 1789. El salón del juego de pelota. Versalles, Francia. Allí nace la Asamblea Nacional y la decisión de redactar la primera Constitución emanada de la soberanía popular. En buenas cuentas, es ahí donde comienza la Revolución Francesa destinada a derribar el antiguo régimen. Allí cambia, pues, la Historia de Occidente… y del mundo.
En Versalles (a escasos 17 kilómetros de París), el 20 de junio de 1789, los diputados que representaban al Tercer Estado (vale decir, a quienes no eran nobles ni sacerdotes) y que se dirigían a la reunión de los Estados Generales, al encontrar cerradas –por orden del vacilante monarca Luis XVI-, las puertas de acceso al lugar donde se celebraban las sesiones, decidieron dirigirse al Salón de Juego de Pelota (Jeu de Paume) para llevar a cabo sus reuniones y deliberaciones. En ese lugar juraron “no separarse jamás y reunirse cuando así lo exigiesen las circunstancias hasta que pudiese establecerse una Constitución para el reino”.
Días después, algunos representantes del clero y la nobleza se unieron a la asamblea que ya tenía el apellido ‘Nacional’, y acordaron redactar una Constitución para Francia. En ese momento, en el mes de junio, en el día 27, comienza la labor de la Asamblea Constituyente. Más aún, en ese instante y con ese acto se inició la revolución en Francia. El resto de la Historia es asunto conocido y no requiere siquiera de mayores datos.
¿Por qué recuerdo esto? Francia está pronta a celebrar un nuevo aniversario de su día principal: 14 de julio, el cual rememora la fecha en que el pueblo de París se apoderó violentamente de la Bastilla, símbolo de la monarquía absoluta y del antiguo régimen que, además, servía de prisión para los enemigos del rey, y también como bodega de armas y pólvora..
Vuelvo a los párrafos precedentes. Me interesa lo ocurrido en Versalles el 20 de junio de 1789 en el Salón del Juego de Pelota, la Asamblea Constituyente y su decisión de redactar una Carta Fundamental para la república que nacía.
Alguien dirá.-y tendrá razón parcial en ello- que hoy no existe monarquía en Chile, ni nobleza. Tampoco hay una Bastilla, Versalles ni guillotina. Es cierto, pero hay sucedáneos tanto o más infames que los existentes en Francia en esos trágicos días. Veamos cuáles son hoy en Chile tales símiles.
¿Monarquía? No tenemos ese ahistórico estamento, pero en cambio, cual inefable reemplazante, contamos con la presencia y conducción económica-social de escasas familias que han hecho brillar sus apellidos merced a la apropiación indebida y delictual no sólo de variados recursos naturales del país sino, también, de múltiples empresas estatales. Se reúnen en varios “petit Versalles”, a saber: Casa Piedra, CPC, SOFOFA, y otros, donde rinden agradecido tributo a sus mentores y apóstoles de la expoliación y robo de bienes fiscales en descampado, Jaime Guzmán y José Pîñera.
¿Guillotina? Por cierto, ese anticuado artefacto cortacabezas no tiene cabida en nuestra era, ni en nuestra concepción judeocristiana occidental del buen gobierno (en Oriente algunos humanos continúan aplicando el degüello de enemigos, pero lo hacen con filosas espadas, como es el caso de los nunca bien ponderados yihadistas, otrora capacitados y armados por potencias occidentales e Israel). En definitiva, no contamos con guillotinas, pero en su defecto sí tenemos algo igualmente destructor y poderoso: las redes sociales.
¿La Bastilla? En nuestros tiempos, el símbolo inequívoco del poder ‘legalmente’ válido de las escasas familias dueñas del país, no es otro que el enquistado en Valparaíso, con una estructura arquitectónica que habría sido la envidia de Albert Speer (el arquitecto favorito de Adolf Hitler… y de la Junta Militar chilena del año 1973): el Congreso Nacional. Allí son paridas las leyes contra Chile y su geografía, contra el futuro del país… y en ese lugar se almacena la ‘pólvora’ que los expoliadores requieren para seguir aherrojando al pueblo.
¿No será ya llegado el momento de usar nuestra ‘guillotina’ para apropiarnos de la ‘Bastilla’ porteña y dar inicio a una Asamblea Constituyente, tal como lo hicieron los patriotas franceses del Tercer Estado, en Versalles, el 20 de junio de 1789? Tomarse el Congreso, el edificio, no es una mala idea. Allí podría el pueblo dar inicio a la discusión en serio de una nueva Constitución.
La tozuda actitud de traición a sus electores y al país por parte de la mayoría de los parlamentarios actuales, obliga a pensar en una posible y pacífica ‘toma’ del Congreso para dar inicio a la redacción de una Constitución Política del Estado, soberana y popular.
¿O estaré tan destempladamente revolucionario como lo estuvo Marat en su época? Espero, eso sí, no encontrarme jamás con una dama de apellido Corday (afortunadamente, no me gustan los baños de tina… sólo uso a diario la humilde ducha).