Diciembre 11, 2024

Analisis político: todo podría ser distinto

Hay quienes dicen que en  la política es inevitable que existan altas dosis de corrupción e irresponsabilidad. Que si hasta en las instituciones religiosas  podemos apreciar tantos despropósitos, el servicio público también es un desempeño humano y, por lo mismo, susceptible de errores y horrores.  Se asume que los empresarios, con menos razón todavía, podrían estar tan exigidos por la ética, cuando lo que justamente estimula su quehacer es el afán de lucro. Esto es, el propósito de obtener las mayores ganancias posibles del trabajo y productividad de sus trabajadores. Y, por cierto, del consumo de una población ojalá cada vez más ávida de bienes y servicios.

 

 

Ciertamente que no puede haber oficio en que la “condición humana” no se manifieste en sus voracidades e irrespeto por los derechos de los demás. Somos, claro,  parte de una selva en que irremediablemente los más grandes van a persistir en “comerse a los más débiles”, pero también es cierto que los seres humanos pueden sobreponerse al determinismo genético, así como sublimar sus bajos instintos en el servicio de la justicia y la paz impensables dentro de la jungla salvaje. Tal parece que somos la única especie capaz de liberarse de las ataduras y vicios propios de su naturaleza gracias, precisamente,  a nuestra inteligencia,  condición espiritual y, para algunos, destino trascendente.

 

Y en este sentido es que la política, el sacerdocio, la educación y hasta el periodismo son considerados verdaderos apostolados al servicio del progreso de la humanidad, de la convivencia armónica entre los pueblos y la posibilidad de transformar la historia. Gracias a estas actividades o, más bien, a sus líderes dilectos es que las sociedades han ido reconociéndonos a todos como iguales en dignidad y derechos. Lo que en concreto ha logrado avances tan significativos como la abolición de la esclavitud, la progresiva redención de los pobres, el reconocimiento de los derechos de las mujeres y, hoy, hasta de la dignidad de los animales y del propio planeta que habitamos.

 

De esta forma es que la acción política y el cometido de estas otras actividades debe exigir –aunque cueste- la probidad de quienes las ejercen, emprenderse sin afán de lucro y estar  sometidas siempre al rigor de las regulaciones. Al respeto de normas y supervisiones más estrictas que las que rigen para el desempeño de otras profesiones u oficios. De allí es que en los mejores momentos de la historia los más destacan siempre son los héroes, un calificativo que puede parecernos demasiado rimbombante, pero que nos señala nada más que la condición de aquellos seres “imprescindibles” dispuestos a dar sus vidas en pos de un ideal,  una misión liberadora,  un descubrimiento, hasta de un solo acto que pudiera ser valorado por el presente o el porvenir. De allí que hasta ha habido, incluso, hasta empresarios y militares héroes cuando han cumplido por una misión loable más que por aspirar al poder o la riqueza.

No en vano las iglesias en un momento establecieron los votos de pobreza y de castidad para sus pastores y predicadores, aunque aquello hoy aparezca una exageración que condujo a muchos de estos misioneros a vulnerarlos en trágico desmedro de los más desvalidos. Y hasta consolidar la vida suntuosa y pecaminosa de pontífices, obispos y cardenales que, por cierto,  estaban llamados a ser los mejores y más santos.

 

De allí, también, que el “más hermoso de los oficios” (al decir de García Márquez)  aparece tan devenido en la concentración mediatica y la falta de diversidad informativa. Cuando los medios de comunicación son controlados por intereses distintos a su misión deontológica de servir al entendimiento humano, rindiéndose también al afán de lucro y poder fáctico. Como, al mismo tiempo, se degeneran los procesos de enseñanza y aprendizaje en la obtención de utilidades económicas,  la discriminación de los estudiantes, como en la posibilidad de que los hijos de los más ricos tengan un acceso privilegiado al conocimiento.

 

Por lo mismo es que en las remuneraciones escandalosas, la propaganda electoral millonaria, en los privilegios irritantes que se conceden sus actores que la políticase desbarata, se corrompe inexorablemente y termina sirviendo a los opulentos y a los más poderosos que la financian.

 

Con certeza podemos asegurar que la posdictadura es muy responsable del actual descrédito de la política, de los partidos, de las instituciones que cobijan a la denominada “clase política”.  De aquellos que, después de los desacuerdos originales, terminaron coludiéndose y mimetizandose en sus dietas abusivas, en sus fueros vergonzosos y en sus preocupaciones más banales… como la de andar limosneándole a los empresarios y vender ilusiones a los pobres y marginados. Cuando los ministros, parlamentarios y alcaldes empezaron a  envanecerse y sobrevalorarse para usurparle la soberanía al pueblo. Situación que hoy, por lo demás,  los lleva a oponerse a  que con democracia podamos construir más democracia, como es lo que corresponderí hacer en un régimen republicano. Cuando empezaron a sentirse parte de una verdadera fronda, clase o casta,  cuyos miembros parecen ungidos para perpetuarse en los cargos y medrar hasta su decrepitud en  los distintos palacios de la política. Circulando incesantemente de la Moneda, al Congreso; del Parlamento a las embajadas o a los directorios de las más poderosas empresas del país. O, por último,  para emigrar a aquel mundillo de las instituciones internacionales que sirven a los modelos neoliberales sacralizados en el mundo hasta por los que ayer se proclamaban izquierdistas o revolucionarios. Para obtener ingresos, ahora,  en moneda dura,  viáticos y otra suerte de privilegios.

 

Solo entonces es cuando la política, como en Chile, puede descender abruptamente a los últimos escalones del prestigio ciudadano y quedar muy por debajo de la consideración social que favorece a los uniformados, cuanto a los empresarios más abusivos y explotadores. Luego, incluso, de los horrores y desfalcos cometidos por ellos al abrigo de la última dictadura cívico militar y el régimen más opresivo de toda nuestra historia.

 

Quisiéramos saber cuántos “servidores públicos” estarían dispuestos a continuar en sus cargos si sus sueldos fueran reducidos a un tercio o a la mitad de lo que actualmente reciben, lo que todavía sería mucho más que el salario mínimo y el ingreso per cápita real de los trabajadores chilenos. ¿Cuántos lograrían ser elegidos de no contar con la propaganda engañosa, superficial y dispendiosa de sus campañas electorales? ¿Cuántos podrían perder sus curules si los ciudadanos tuviéramos el derecho de removerlos por incumplir lo prometido o por asociación ilícita?

 

Sólo si nuestros gobernantes fueran forzados a vivir una vida digna, pero sobria, podríamos esperar de ellos que se sensibilizaran realmente con la realidad de un país injusto y en que los delitos y crímenes que nos acosan a todos son verdaderamente alentados por la desigualdad,  el bochornoso ejemplo de los que mandan, por las impunidades que favorecen a los poderosos, por la lenidad de los jueces, por una prensa abyecta, farandulera y cada día más declinada en la ideología uniformada de los grandes medios.

 

 

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