Existen diversas interpretaciones sobre la Guerra Civil de 1891. Como todo acontecimiento que ha marcado huellas, su origen y consecuencias es multicausal: para Francisco Antonio Encina, Gonzalo Vial, Alberto Edwards, Mario Góngora y Julio Heise, se trató de un conflicto fundamentalmente político entre el congreso y el presidente de la república; por el contrario, Hernán Ramírez Necochea, Julio César Jobet, Alejandro Venegas, y otros, exploran las causas económicas del conflicto, fundadas en el poder corruptor del salitre, Thomas North. Un aspecto aún no bien explorado es el papel del Partido Demócrata, los sindicatos obreros, los rotos, (el general Pililo), en la Guerra Civil.
Hay diversas formas de acercarse a la historia: la primera se basa en documentos oficiales, Diarios serios- es decir, “la prensa tonta”, como la llamaba Juan Rafael Allende; la segunda es por medio de la crónica, la novela y la Prensa satírica. Maximiliano Salinas, Tomás Cornejo y Catalina Saldaña, en su libro, Quiénes fueron los vencedores, élite, pueblo y prensa humorística en la Guerra de 1891, (Lom, 2005), exploran este segundo aspecto, bastante desconocido por la historiografía clásica.
Juan Rafael Allende y Eduardo Phillips Huneeus son las caras de la prensa humorística de la época. Los autores del libro que comento agregan una serie de periódicos desconocidos para el gran público, como El Ají, La Pimienta, La culebra, el zancudo y la Escoba.
La Prensa humorística fue implacable tanto con el bando congresista y los partidarios de José Manuel Balmaceda; por ejemplo, Julio Zegers, el abogado de North, era el huacho Zegers; Eduardo Matte, un despachero (almacenero); Altamirano era un sanguijuela; Enrique Salvador Sanfuentes, corredor de Bolsa y falsificador de cheques; Bañados Espinoza, un suche y un siuticón; Agustín Edwards y Eduardo Matte eran los especuladores judíos, de la calle Huérfanos; los dirigentes cuadrilátero, (radicales, nacionales y dos grupos liberales), mamaban de la teta del Cucho Edwards.
Para la prensa humorística del lado de los rotos, el cuadrilátero era una amalgama de beatos, Montt-varistas y algunos corruptos liberales. Carlos Walker, el líder conservador, era el cobarde gerente de los saqueos del 29 de agosto de 1891. El Ají y La Pimienta, que sostienen famosos diálogos, eran los voceros del Partido Demócrata. Según estos periódicos, “la revolución de 1891 fue obra exclusiva de los sotanudos, de manteo y de levita. El pueblo ignorante fue engañado por estos que no creen ni en Dios ni en el diablo, lo único que adoran es el oro”. Según los mismos diarios, “el parlamento era una cueva de ladrones” y los diputados habían sido comprados por el oro de Edwards, Matte y North. Los liberales habían traicionado los ideales libertarios de la Guerra Civil de 1851 y se aliaron con sus enemigos Montt-varistas.
El conflicto político era una pelea entre caballeros, pues los rotos sólo tenían que mirar desde el balcón: “los eternos chupadores del presupuesto, las treinta familias de sangre azul están divididas… Tanto el gobierno como el cuadrilátero no tienen el más pequeño patriotismo porque se empeñan en destruir el país obligando al pobre a morir de hambre”, decía El Ají. El alejamiento del Partido Demócrata respecto a Balmaceda aumentó a causa de la prisión de sus dirigentes, por parte del gobierno, después de la huelga de 1888, provocada por el alza del precio de los boletos de los carros de sangre (carros conducidos por caballos). Esta actitud cambió cuando Balmaceda se decidió a combatir a la aristocracia, sin embargo, los demócratas se mantuvieron siempre escépticos respecto de la Guerra Civil; después de Concón y Placilla, quedaron 10.000 rotos muertos en los campos de batalla y para nada les sirvió a los pililos el triunfo de los prostitucionales –forma en que los periódicos satíricos llamaban a los constitucionales–.
El otro lado de la moneda: El odio de los oligarcas
El principal periodista, partidario de la causa congresista, era Eduardo Phillips Huneeus que publicaba El Fígaro, vomitaba odio oligárquico contra siúticos y rotos que consideraba aliados de Balmaceda: “En vez de un caballero, sin tacha, digno y honrado, el presidente está rodeado por bandoleros”. El Fígaro no ahorró insultos al presidente, por ejemplo, era “Su demencia” y no Su Excelencia, haciéndose eco de la acusación de locura, lanzado por Julio Zegers, en el Congreso; era el “Balamasiútico, un sultán amanerado y un tanto amariconado”. Sus caricaturas lo presentaban en la cárcel, ahorcado junto a sus ministros y, en el hospicio.
Balmaceda era acusado de realizar orgías en palacio y, en esas bacanales, sus ministros eran presentados como travestis, “Viva, viva el placer, vivan las niñas bonitas” cantaba Bañados Espinoza, un siuticón de la peor especie, según Phillips, quien agregaba que los balmacedistas eran farreros, sinvergüenzas y afeminados.
Juan Rafael Allende: El periodista a favor de los rotos
Este periodista es el más citado por los historiadores. En un comienzo fue un furibundo antibalmacedista que, para él era el gobierno de los canallas: el Presidente había traicionado los ideales liberales que lo habían llevado al poder y coqueteaba, como buen bailarín, con los judíos Matte y Edwards, y los autoritarios Pedro Montt y Beza; para más remate, una vez abandonado por ellos, buscó la alianza con los “pechoños”: los conservadores y el obispo Mariano Casanova.
Posteriormente cambió de posición y se hizo balmacedista al descubrir la barbaridad oligárquica del cuadrilátero. Son famosas las comparaciones religiosas de Allende: en los “diez mandamientos” dice: “1. Amar el oro sobre todas las cosas. 2. No dar cobre en vano. 3. Hacerle fiesta a los ricos. 4. Heredar padre y madre. 5. Matar. 6. Robar. 7. Levantar falso testimonio y mentir. 8. Vender. 9. Robar la fortuna del prójimo. 10. Apropiarse de los bienes ajenos”. En una caricatura famosa, aparece Balmaceda crucificado junto a los dos ladrones: Cucho Edwards y Julio Zegers. Juan Rafael Allende estuvo a punto de ser fusilado después del triunfo de los constitucionales; cuenta que en la penitenciaría, desde celda, preguntó ¿quién es usted? Otro preso le respondió “me llamo Treste Stephen” y ¿“quién es usted? Juan Rafael Allende”. Mi vecino de celda, con inocencia alemana, “tornó a preguntarme, ¿por qué no lo han fusilado?, sospecho que no, contesté”.
Allende publicó, sucesivamente, diversos Diarios: El padre Padilla, Pedro Urdemales, el Recluta y, en todos ellos ataca, fundamentalmente, a los Edwards, los Montt, los Matte, además de los curas y beatas; “estas últimas son viejas en conserva, con cruces y rosarios”. Se burla del presbítero porteño Salvador Donoso, que fue descubierto por la policía balmacedista escondido, debajo de la cama de una dama, salvándose de ser fusilado. En el Pedro Urdemales se mofa del pavo real, Luis Barros Borgoño, posteriormente de la derecha, contra don Arturo Alessandri:
“Traicionaste a tu país,
Luis,
Te arrancaste con los tarros
Barros,
Y al fin te hiciste pechoño!
Borgoño!”
La obra de Maximiliano Salinas, Tomás Cornejo y Catalina Saldaña nos permite conocer un aspecto, hasta ahora oscurecido, de la Guerra Civil de 1891: la lucha entre caballeros plutocráticos y los rotos, que en toda guerra, han servido de carne de cañón.