Diciembre 9, 2024

Dos opciones electorales antisistema: abstención irrelevante o sufragio de combate

Todos los análisis, cálculos y proyecciones referidos a la próxima elección presidencial han augurado hasta ahora el triunfo de Michelle Bachelet, indiferentemente de quien fuere el candidato que ocupare el segundo lugar en la primera vuelta. La reciente encuesta CEP le atribuye un 47 % de preferencias y apenas un 14 % para la candidata de la derecha. En las primarias, el voto duro bacheletista alcanzó apenas el 12% del universo electoral, por lo cual el desmesurado aumento señalado por la encuesta, ilustra lo que era presumible, esto es, que la centro derecha vota por Bachelet y abandona a Matthei, pues sólo Bachelet sirve a sus intereses y ofrece la posibilidad de limitación de las próximas protestas sociales. Es posible que sin el refuerzo derechista, la votación de Bachelet en una primera vuelta alcanzara aproximadamente el 35%.

 

Todo señala entonces que la candidata de la mismísima Concertación volverá a la Moneda acunada por el interés táctico defensivo de la derecha y por los brazos de quienes insisten en ver en ella a una figura política de relevantes capacidades intelectuales y de transformadores proyectos políticos, los que ella misma nos demuestra día a día no poseer. La crisis social, política y moral que aflige al país jamás podrá ser superada con el espíritu asistencialista, la debilidad doctrinal, la obsecuencia ética y la medrosidad política que caracterizan a la señora Bachelet.

 

Consecuentemente, el resultado de la elección de diciembre no aportará nada trascendente en la perspectiva de un profundo cambio social y político. Sólo se hará todavía más patente, que ningún cambio fundamental es posible desde dentro del sistema y que la solución de los problemas del país están más allá de los resultados de una elección, ante la cual un importante sector ciudadano, se muestra ajeno y apático por la carencia de motivaciones para participar en ella.

 

La mencionada encuesta no está diseñada para ofrecer un diagnóstico sobre la realidad social y política del país, sino, quiere poner énfasis principalmente en el triunfo inevitable de Bachelet. Por tanto, ni el descontento ciudadano ni las perspectivas de abstencionismo derivado de éste, son en ella asuntos de especial interés. Según la encuesta, un 15% asegura que se abstendrá, un 10% dice que probablemente no acudirá a sufragar y un 3% que no sabe si lo hará. También hay quienes vaticinan una abstención de un 39%. Estas apreciaciones son en general bastante discretas comparada con el 60% de abstención de las últimas municipales. Aún cuando se trata de dos tipos diferentes de elección, no existen datos en la realidad nacional de los últimos 5, que permitan proponer, ni siquiera con una imaginación delirante, el aumento de la aprobación ciudadana respecto de la situación política y social y del comportamiento del gobierno y de la clase política en general.

 

Muy al contrario, los hechos sociales porfiados y elocuentes que todo el país conoce, sólo permiten constatar un descontento ciudadano generalizado, siempre creciente, el que consecuentemente, debe traducirse en un aumento proporcional de la abstención electoral. Nuestra impresión es que dicho porcentaje difícilmente podría ser inferior al 40% del padrón electoral (13.573.143), vale decir, que es posible que un mínimo de 5 millones de personas no concurran a votar.

 

La gigantesca desconfianza que 40 años de dictadura han creado y consolidado en los ciudadanos respecto del modelo neoliberal, del sistema político, del Estado, de las organizaciones políticas y patronales, de los representantes de éstas y aún, de su propia capacidad de lucha y reconstrucción social, es un obstáculo difícil de superar. Ya nadie cree en nada ni en nadie y no hay tampoco grupo social, institución o entidad política que pueda ofrecer garantías de credibilidad y fidelidad ciudadanas. Es el resultado natural y lógico de la vigencia de un sistema autoritario y abusivo, carente de principios éticos y sociales, creado deliberadamente para la hegemonía y el enriquecimiento de una élite política y empresarial sin escrúpulos, la cual considera a la gran masa ciudadana sólo como la plataforma necesaria para la mantención y la servidumbre de su particular sistema. La reconstrucción de cualquier grado de confianza entre éste y los ciudadanos ha devenido prácticamente imposible.

 

La equivocada abstención

En consideración de estos hechos, un considerable colectivo ciudadano se niega a participar en lo que considera una farsa de democracia y ha decidido tempranamente no ejercer su derecho de sufragio. Su objetivo es dejar claro que un nuevo parlamento surgido bajo las reglas del sistema binominal de elecciones, será tan ilegítimo ahora como lo ha sido siempre. Y que no quiere de nuevo como presidenta a Bachelet ni a cualquier otro candidato/a que no haya elaborado un programa de gobierno de cara al pueblo y con el pueblo y que asegure la radical modificación del sistema. El sentir de los ciudadanos abstencionistas es absolutamente comprensible, como lo es su derecho a reaccionar de esta manera frente a una realidad ante la cual se sienten impotentes de modificar. La rebelión instintiva ante las reglas del juego pseudo democrático parece una actitud lógica e inevitable.

 

Sin embargo, pensamos que la ofuscación contestaria expresada en la abstención es un método equivocado de rebelión pues omite algunas peculiaridades del asunto. Esto es que el voto no emitido, es decir, no realizado, pretende expresar una opinión política contraria al sistema, pero ésta es inmolada automáticamente en el propio ausentismo sufragista. No hay opinión, sino una reacción emocional válida y hasta elocuente, pero sin objetivos políticos. Y es natural que así sea, pues la abstención no declara ni afirma nada y deriva en un “no-acto” sin efecto político alguno. No existe ley o reglamentación que valore de alguna manera el abstencionismo y le conceda alguna significación. Quedarse en casa y no sufragar no crea ningún impacto, no tiene ninguna trascendencia y no sirve absolutamente para nada, que es lo que ya ocurrió con la abstención anterior que marcó la voluminosa cifra del 60%. Aparte de su carácter anecdótico, dicha abstención no dejó nada tras de sí desde un punto de vista político y social y la verdad es que a nadie le importó un comino.

 

De lo que debemos deducir que habiendo razones y motivos valederos que alientan la abstención, esta deviene finalmente en una acción carente de inteligencia. Su único resultado mensurable es el aumento proporcional del poder político del sistema que se pretende cuestionar. Y no hay modo de vislumbrar de qué manera la abstención contribuye a modificar la realidad política que se pretende rechazar.

 

Una perspectiva constructiva

Creemos que el interés del país, coloca ante el conglomerado pro abstención, la responsabilidad de buscar la forma de revertir el carácter fundamentalmente negativo de su decisión antisufragista, para otorgar, en cambio, una alternativa positivista y constructiva al enorme poder y fuerza política que le es propio colectivamente, Pues no hay la menor duda que estos 5 millones de proyectados abstencionistas, tienen virtualmente todo el poder necesario para influir de manera clara y rotunda sobre la realidad política y social del país.

 

Ante tal perspectiva, es insoslayable admitir que el gran problema para ello lo constituye la dispersión política existente en el país y la ausencia de un programa político y de acción que traduzca de forma unitaria las aspiraciones de la ciudadanía. La multiplicidad de candidaturas presidenciales son muestra de dicha dispersión y de la ausencia de toda unicidad programática, a pesar de sus probables coincidencias. A dos semanas de la elección, esta es una situación irreversible, pues ya no es posible crear un nuevo proyecto político ni improvisar un gran movimiento social por el cambio que pudiera interesar al colectivo abstencionista. Aún así, todavía es posible para éste, asumir una actitud cívica de carácter constructivo, permitiendo a través del sufragio, su identificación como cuerpo social opositor al modelo político y social vigente. Ello podría contribuir decisivamente a la consolidación de una plataforma de pensamiento y acción que en el futuro próximo pudiera constituir la base para una transformación política y social efectiva.

 

Un sufragio de combate

El primer paso para ello es, naturalmente, reemplazar la ausencia por la presencia, es decir, concurrir a votar. No a votar por condescendencia cívica, sino por razones tácticas ligadas a un objetivo político. Es asumir la posición de “yo soy” y “yo estoy aquí para opinar”, en lugar de adoptar la invisibilidad y la pasividad silente de la abstención. Para acreditar que la opinión propia es tan válida como la de cualquier otro y que concurriendo a una mesa de votación se ejerce el derecho de dejar constancia de ella.

 

Parece claro que el abstencionista potencial no votará por candidato alguno, pues no se siente interpretado por ninguno de ellos. Además, la no existencia de alguna candidatura que se identifique de algun modo con su propio pensamiento ciudadano, significa que algo está mal en el sistema eleccionario y social. Por tanto, el elector contestario debiera votar blanco, con lo cual estará rechazando tanto a los candidatos existentes como al sistema. Pero, lo importante es que este voto, como cualquier otro que señale preferencia, posee un valor social, jurídico y político y por tanto, un significado diametralmente opuesto al de la voluntaria muerte política implícita en el abstencionismo.

 

Por otra parte, el voto blanco adquirirá una significación política y social aún mayor si el votante decide marcar en la esquina derecha superior de éste, las siglas ACC (Asamblea Constituyente Ciudadana). Con ello, el votante estará expresando que adhiere al pensamiento de que es necesario devolver a la ciudadanía su derecho político original y que sólo a ella y nada más que a ella le compete organizar nuestra vida en sociedad. La idea, (llamada de la cuarta urna) introducida por Gustavo Ruz el año 2007, está plenamente vigente y el Servel ha reconocido que los votos así marcados, son plenamente válidos. Nos parece importante no omitir la segunda letra C (ciudadana), para diferenciar esta iniciativa popular de aquella otra a la que aspira la candidatura Bachelet: una Asamblea Constituyente excluyente de la ciudadanía, “cocinada” entre las cuatro paredes del ilegítimo parlamento oficial y en el espíritu de la Constitución de Pinochet.

 

El voto blanco es una opinión y un acto de rechazo, fundamentalmente al sistema. Con él, el anterior abstencionista está expresando un pensamiento que de otro modo nadie podría conocer ni medir en cuanto a su extensión y profundidad. El abstencionista (ex) tiene aquí la posibilidad de transformar su proyectada ausencia individual del acto eleccionario, en una manifestación de protesta de carácter masivo imposible de ignorar. Lo que significaría transitar desde una simple expresión emocional, a un acto político declarado.

 

En suma, proponemos sustituir una expresión de descontento pasivo, invisible e inaudible, por una protesta de carácter activo y militante a través del propio sufragio. En esta ocasión el voto adquiere un definido valor antisistema, pues lleva en sí dos importantes significaciones de orden político: una de negación y otra de afirmación. El voto blanco en sí expresa el rechazo del sistema y la sigla ACC, la adhesión a una opción política de plena significación democrática y de cambio. El proyecto “Asamblea Constituyente” adquiere así el valor de una propia y auténtica “candidatura” ciudadana. De esta manera, el ex abstencionista podría convertir el eventualmente despreciado voto, en un sufragio de combate por una nueva realidad.

 

Tanto los votos blanco como los marcados ACC, poseen un valor político irrefutable y en dependencia de su volúmen númerico y de su carácter plebiscitario, pueden crear condiciones políticas y sociales de trascendencia para el país. Es fácil imaginar que si ellos pudieran contarse no sólo en miles o decenas de miles, sino en millones de votos, ello daría ocasión a un verdadero terremoto político que haría estremecer la frágil sustentabilidad del nuevo gobierno elegido. Y sin duda, constituirían la base fundacional de un gran movimiento nacional por el cambio. §

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