Diciembre 14, 2024

Siria: la razón comienza a imponerse sobre la vanidad

En 1989 Paul Kennedy escribió un libro magistral sobre el auge y caida de las grandes potencias desde 1500 a la fecha. El descenso era explicado como consecuencia de propasarse en gastos imperiales, tendencia que se incrementaba a medida que aumentaba la declinación. Fue popular, había temor en EE.UU. de que los ganadores de la guerra fría fueran Japón y Alemania. Al poco andar, la especulación financiera enterró el tema, se proclamó el fin de la historia y el momento unipolar. EE.UU. estaba en su cénit.
 

Hoy vuelve a plantearse el retroceso relativo del poder mundial  norteamericano. Una consecuencia de la crisis económica de la cual se desacopló en especial China. Y de largas y desgastadoras guerras en Afganistán e Irak, seguidas por el chasco en Libia. El resultado, una creciente oposición ciudadana a los confictos bélicos en ultramar. Prefieren reconstruir sus países aunque se debiliten 600 años de hegemonía mundial de Occidente, que inició en Portugal y que ahora residía en EE.UU. 

 

La omnipotencia

 

En el imaginario nacional de EE.UU. el calvinismo primitivo, transformado en religión civil, está presente. Incluida la teología de la predestinación: Dios es quien determina quienes somos buenos o malos, también respecto de las naciones. Concepto similar a la base del islam radical, la frase de Qutb: “quién sabe más, tú o Alá” (Dios en árabe). De ahí deriva una visión maniquea, en la que ellos, excepcionales, están en lucha por un mundo justo, palabras de Bush hijo.
 

 

En ese contexto, durante el siglo XIX proclamaron un destino manifiesto, la expansión hacia el oeste a costa de México y que llegó hasta Hawai. Woodrow Wilson, uno de sus presidentes más admirados, dijo que la Primera Guerra Mundial ponía fin a todas las guerras. Y después de la Segunda, Washington se declaró áncora del mundo libre, con una serie de pactos militares, el principal es la OTAN; en las Américas es el TIAR. Según Obama por más de siete décadas.

EE,UU, ha sido reacio al servicio militar, una excepción en su historia, Sin embargo, desde su independencia, la “revolución americana”, ha tenido una guerra cada cinco años (una lista completa se puede ver en http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_wars_involving_the_United_States). Y el presupuesto de las bandas militares supera al del departamento de Estado (Ministerio de exteriores).

Según Kishore Mahbubani, un destacado singapurense, la diplomacia norteamericana está en declinación. En las últimas décadas, prefieren bombardear a negociar, una justicia punitiva. Henry Allen, un autor norteamericano pacifista dice con ironía: “lanzamos nuestros misiles y les decimos lo hacemos por vuestro propio bien”. Y usamos un lenguaje terapéutico: ataques quirúrgicos, bombardeos de precisión, respuestas graduadas, tratamiento homeopático, lo similar cura lo similar como dicen los homeópatas y, por tanto, la guerra a la guerra.

Por desgracia, no en pequeñas dosis como en esos tratamientos, debido al poder cada día más mortífero de las armas convencionales. Y sus soldados no pueden distinguir las buenas de las malas almas desde bombarderos ni de donde lanzan misiles-cruceros o pilotean aviones a control remoto. Las consecuencias son bajas por fuego amigo, en sus propias tropas y, lo que llaman desde Vietnam, daños colaterales, cuando se trata de muertos civiles.

 

El efecto bumerang

 

A pesar de que las autoridades terminan sus discursos con ¡Dios bendiga América!, el uso de la fuerza ha sido decepcionante para Washington desde que asumió el rol de policía del mundo. En Corea, un empate, pero medio siglo después, Pyongyang tiene armas nucleares. Vietnam, una derrota en la primera guerra asimétrica. Líbano, todavía partido y afectado por la crisis siria. Somalía y Haití, en la miseria. Granada y Kuwait, dos pequeños éxitos.

Y en los golpes de Estado de la CIA los resultados tampoco son brillantes. Irán desembocó en los Ayatolas y Chile, con un dictador símbolo mundial del gorilismo, hizo un atentado terrorista en pleno centro de Washington.

 

En el siglo XXI EE.UU. se volvió a propasar en gastos mlitares con las guerras de Irak y Afganistán. Entre el año 2000 y el 2012 el presupuesto militar aumentó en 275 mil millones de dólares, seguidos por el de China, 121. Equivale al 39 % del total mundial, el segundo es China, 9,5 %. Los conflictos en Iraq y Afganistán han tenido un costo cercano a los cuatro billones de dólares, una cifra con 12 ceros, y terminaron financiados con créditos chinos. 

A lo anterior se suman, en ambas guerras, a lo menos 225.000 muertos y 7,8 millones de refugiados. Y como son las más largas de la historia norteamericana y claramente no ganables, Obama fue elegido para terminarlas. Avanzó en Irak y más lentamente en Afganistán, incluso antes de que sus gobiernos se estabilizaran. Y la historia se repitió. El uso norteamericano de la fuerza volvió a tener un efecto bumerang, fortaleció al frente islámico shía que encabeza Irán, desde el oeste de Afganistán hasta Hezbolá en el Líbano.

 

Apretarse el cinturón

 

Por ello el Almirante Mike Mullen, quien fuera presidente del Estado Mayor conjunto, calificó a los déficit fiscales como la mayor amenaza para la seguridad norteamericana.

Simultáneamente, Robert Gates, primer Secretario de Defensa de Obama, en un discurso en la Escuela Militar de West Point, dijo que debería examinársele la cabeza a cualquier secretario de Defensa que aconseje al presidente enviar un gran éjercito terrestre a Asia, Oriente Próximo o Africa. Y agregó que son muy improbables las batallas entre blindados pesados; y puso así fin a los “éjercitos tipo OTAN”, que atraen tanto a los militares chilenos para disuadir a sus vecinos a un costo disparatado, igual al gasto en defensa de Argentina, Bolivia y Perú juntos.

A partir del 2011 en EE.UU. se acordaron disminuciones presupuestarias obligatorias y porcentualmente iguales de todos los gastos, llamado secuestración, si no había acuerdos entre el Congreso y el Presidente para bajarlos en otra forma. Lo que también afecta al de defensa, que subió de 300 a 700 mil millones de dólares anuales entre el 2001 y el 2011, pero cayó a 600 mil millones el 2013.

 

Desastre en Libia

 

El 2011, por iniciativa de Gran Bretaña y Francia, y con acuerdo del Consejo de Seguridad, se estableció para Libia, por un conflicto interno, la prohibición de los vuelos y la “responsabilidad de proteger” a los civiles. Por desgracia, la supuesta intervención humanitaria de la OTAN y sus aliados árabes del golfo, que EE.UU. lideró desde la retaguardia, se transformó en un apoyo aéreo a los rebeldes, además de logístico y en armas, y asaltos de comando, que terminó con el asesinato de Gadafi.

Esta nueva estrategia, sin botas y mínimas bajas para los intervencionistas, desembocó en un caos, aún mayor que los de Irak y Afganistán, e incluye el asesinato del embajador norteamericano por sus supuestos aliados, la expansión de Al Qaeda por el Sahel, en especial en Níger, y una baja de 90 % de su producción de petróleo. Y así siguen aumentado los estados fallidos, campos de cultivo del terrorismo y la piratería.

 

Líneas rojas en Siria
 

 

Al comenzar la guerra civil en Siria, Obama estableció unas líneas rojas, el uso de armas químicas implicaría un castigo militar. Según muchos, fue un bluff, pensando que esa amenaza detendría al gobierno sirio. Y EE.UU. defendería así ante el mundo a los civiles, pero se mantendría fuera del conflicto, una consecuencia de la experiencia libia. Un grave error político, su credibilidad, y la de su país, quedaron en manos de un tercero.

El caso sirio es, además, muy complejo. A diferencia de Libia donde el fraccionamiento es tribal, hay minorías religiosas (shías, cristianas, druzos, etc.) y no árabes (kurdos, armenios, etc.). La mayoría árabe suni, la que se levantó, es solo la mitad de la población. Además, su vecindario no es el sahara ni el sahel, poco habitados, sino Israel, Palestina, Turquía, Irak, Irán y la península arábiga.

 

El 21 de agosto, según Washington, Damasco pasó las líneas rojas con un ataque químico a un barrio de esa capital que dejó 1.400 muertos. Y anunció que respondería con un ataque limitado en su duración y finalidades. El discurso se endureció, pero, al poco andar, Washington se quedó solo. Sin el Consejo de Seguridad, ni la Liga Arabe, ni el G 20, y con un apoyo no participativo de la OTAN, salvo de Francia. Por primera vez en siglos, el Parlamento británico rechazó una moción del Primer Ministro para participar en una operación militar. Todo lo cual se explica por la oposición ciudadana.

El discurso bajó de tono. No habría botas, no sería una operación de duración indeterminada como en Irak y Afganistán ni habría un prolongado bombardeo como en Libia y Kosovo. Ni siquiera sería una guerra. Y no se trataba de cambio de régimen ni de participar en una guerra civil, sino de disuadir el uso de armas químicas y degradar al ejército sirio en su uso, más un castigo. Obama decidió consultar al Congreso para fortalecer su posición, aunque corría el serio riesgo de perder porque los norteamericanos se oponen 59 a 41 %.  

 

Rechazo público a las guerras

 

¿Cómo se explica ese rechazo público? La excepcionalidad puede satisfacerse como misionero, salvar al mundo, o aislándose en su paraíso. Y ambas actitudes son parte de la historia norteamericana.

Hoy hay desconfianza en la información por lo que ocurrió en Irak. Se justificó la guerra por por supuestos arsenales de armas de destrucción masiva, que no se encontraron. Se suma la decepción en Libia, caos y extremismo, y en que es indudable que entre los rebeldes sirios hay grupos aliados con Al Qaeda.

Se añade la diminución del número de soldados. En EE.UU., solo el 0,5 % de la población, el más bajo en un siglo. Hoy no todos tienen un familiar o amigo en el frente como en el pasado. En razón, como ocurre en otros ámbitos, de la profesionalización de las FF.AA. y el fin de la conscripción, más uso de alta tecnología intensiva en capital y no de tropas. El gasto por soldado tuvo una fuerte alza  y el número de bajas disminuyó de decenas de miles en Vietnam a menos de mil en 10 años en Irak, tanto que mueren más por suicidios. Y se dejó de idealizarlos, aunque algo menos en EE.UU..

Como lo demostró Charles Tilly esos cambios afectan a la sociedad toda. Los ejércitos de conscripción masiva en el mundo desarrollado coinciden con la sociedad industrial, el estado del bienestar y el pleno empleo. Todo lo cual derivó de una economía de guerra, en las dos mundiales, en las que el Estado fue esencial en ordenar al capital y el trabajo y en la planificación económica, es decir, un capitalismo administrado y social-democratizado. Las décadas gloriosas para los franceses, la edad de oro para los británicos y la sociedad opulenta para Galbraith en EE.UU,, con impuestos con tasas marginales de 70 % en EE.UU. y de 83 % en Gran Bretaña, durante la Segunda Guerra Mundial y varios decenios después.

Hoy, en cambio, todo eso se descontruyó por la revolución conservadora, que llamamos neoliberal, encabezadas por Thatcher y Reagan. Thatcher negó la existencia de la sociedad y debilitó el capital social, es decir, la confianza y solidaridad comunitaria. A lo que se suma la crisis económica y un gasto enorme en guerras desgastadoras. Los norteamericanos están cansados de conflictos sin fin. Quieren invertir y trabajar en su propio país. Ello explica que durante este proceso el secretario de Defensa y el presidente del Estado Mayor conjunto hayan tenido un discreto segundo plano.

 

 

Una propuesta rusa: una oportunidad para la paz
 

El 9 de septiembre, el secretario de Estado Kerry en una conferencia de prensa al contestar una pregunta dijo inesperadamente: no habría ataque si Siria entrega las armas químicas para su destrucción a una organización internacional. La frase recorrió de inmediato el mundo, los ayudantes de Kerry dijeron que habló en retórica. Mas Putin la hizo suya y se sumó el Ministro de exteriores sirio, quien estaba en Moscú. Y se felicitaron los chinos. La carrera belicista se frenó. El Senado norteamericano suspendió la votación sobre la petición de Obama.

La propuesta rusa no solo calza con los fines de Washington, limitados a las armas químicas. Tras ella hay también el temor de que esas armas caigan en manos de Al Qaeda, que también es parte de conflictos en el norte del Caucaso (sur de Rusia) y en Sinkiang (oeste de China). Y cuenta con la simpatía de Irán, país que fue atacado con esas armas por Sadam Husein sin que Occidente se inmutara.

 

Un mañana optimista

 

Al día siguiente, en un discurso al país, Obama, además de justificar la obligación moral de castigar al ataque químico, anunció una reunión entre Kerry y el ministro de Exteriores ruso para estudiar la propuesta de Moscú. El ex presidente Carter dijo que el mundo tenía la oportunidad de poner fin a la guerra en Siria. Mientras que el presidente Hollande de Francia anunció que propondrá una dura resolución al Consejo de Seguridad para aceptar la propuesta rusa; un inesperado Napoleón.

 

El New York Times publicó un artículo de Putin, que indignó a algunos congresales y a la prensa norteamericana, que lo interpretaron como un intento de darles una lección. El líder ruso defendió el sistema de las Naciones Unidas para autorizar la utilización de la fuerza. Rechaza los ataques militares a Siria, invocando incluso al Papa Francisco, y para continuar con los esfuerzos para resolver el problema nuclear iraní y el conflicto palestino israelí. Considera extremadamente peligroso alentar a un pueblo a considerarse excepcional. Y concluye que “Todos somos diferentes, pero cuando pedimos por la bendición del Señor, no debemos olvidar que Dios nos creó a todos iguales”. 

 

Después de una reunión de tres días en Ginebra los ministros de Exteriores de EE.UU. y Rusia llegaron no solo a un acuerdo sobre la destrucción de las armas químicas sirias, a pesar que alguos expertos en estrategia la calificaron de irrealista. También acordaron reiniciar las gestiones de paz en Siria, llamadas Ginebra 2.
 

 

Felizmente y ante la sorpresa general, comienza a imponerse la razón de la mayoría ciudadana por sobre la vanidad de los expertos, aunque algunos se lameten de que EE.UU. deje de ser el áncora indispensable de un orden internacional liberal. Creo que todas las civilizaciones lo son.

 

 

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