Diciembre 12, 2024

“La memoria obstinada”

El recuerdo del 11 de Setiembre de 1973 puede permanecer en la historia hasta un siglo y que pasen dos o tres generaciones sin que la densa niebla del olvido logre borrarlo. Nada más acertado para caracterizar esta fecha que el título del documental de Patricio Guzmán La memoria obstinada. Hay tres hechos en la historia de Chile que han marcado el recuerdo de las personas que vivieron los acontecimientos: la guerra civil de 1891; la caída de la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, en junio de 1931; el 11 de Septiembre de 1973.

 

En 1891, las batallas de Concón y Placilla generaron una verdadera masacre, en que hubo, al menos, 10.000 muertos – una enormidad para la época -. A poco andar, el combate entre presidencialistas y congresistas fue “olvidado” por sucesivas leyes de amnistía, y el Partido de Balmaceda, el Liberal Democrático, se convirtió en un conglomerado corrupto y el más parlamentarista de todos, en esa época dirigido por Juan Luis Sanfuentes. La generación universitaria, que participó en la caída de Ibáñez, hegemonizó la república hasta 1973, entre cuyos líderes se encuentra Salvador Allende. Con el tiempo, la brutalidad de “El Caballo” Ibáñez se olvidó – posteriormente fue elegido, en 1952 -. Tanto en 1931, como en 1973, cada personaje que vivió la situación tiene su propio recuerdo – hay tantos “11 de Septiembre” como personas que tuvieron la experiencia directa -.

 

En un guión sobre Los rebeldes en América Latina – de la serie Vidas Paralelas, dirigida por Manuela Gumucio Rivas – sostuve la hipótesis de que Zapata, Sandino – me tomo la libertad de agregar a Salvador Allende – actuaron en base a una especie de negación del poder, adoptando la actitud cristológica del martirio, provocado por sendos “judas” traidores: en el caso de Emiliano Zapata, Jesús Gajardo; en el de Julio César Sandino, Anastasio Somoza; en el de Salvador Allende, Augusto Pinochet Ugarte. Tanto rebeldes como traidores perviven en la historia. Esta hipótesis, al plantearla de esta manera, puede ser discutible, sin embargo, no deja de ser sugestiva.

 

En 1914, Zapata y Villa se sentaron en la “silla presidencial” haciendo bromas, por cierto muy despectivas, sobre los papanatas que habían detentado el poder; en un momento dado, Villa le cede el “trono” a Zapata, quien dice: “quien se sienta aquí comienza siendo un hombre bueno y termina un malvado”. Parecida actitud ante el poder tuvo Sandino que, con “su ejército loco”, expulsó a los “yanquis” – pero luego del triunfo, dejó a los politiqueros de siempre en el poder -. En Salvador Allende se dieron algunos de estos rasgos: respetó, como nunca en la historia de Chile, a los Partidos de la Unidad Popular, que muchas veces discreparon con él en diversas situaciones, además, murió defendiendo el Chile democrático, en actitudes muy distintas a los mandones de siempre, terminando con un gran mensaje moral, como lo fue su último discurso.

 

Cabría preguntarse el porqué generaciones que no vivieron la Unidad Popular ahora se han interesado, después de 40 años del golpe de Estado, por saber detalles, incluso de historias e “imágenes prohibidas” – como está ocurriendo con una serie de documentales de televisión – que nos retrotraen a ese momento histórico.

 

La Unidad Popular, con sus defectos y cualidades, posee un elemento muy especial:

 

En primer lugar, el protagonismo popular, que dice relación con el papel jugado en cada uno de los momentos de la epopeya de los “mil días”, en que el poder popular desempeñó un papel protagónico, el cual fue decidiendo los acontecimientos en favor de la participación de los sectores populares – recordemos la respuesta de los “cordones industriales” al paro de octubre de 1972, ante la ofensiva empresarial -, hecho que tiene pocos parangones en la historia universal – quizás habría que regresar en el tiempo a la Comuna de París, a la ocupación de la ciudad de México, por Villa y Zapata, en 1914, o a Los diez días que estremecieron al mundo, de John Reed, referido a la revolución de 1917 -.

 

En segundo lugar, el grado de ruindad y criminalidad del cual hicieron gala los militares chilenos de la generación de la dictadura, que cuesta hallar algún parangón en el mundo, salvo el nazismo alemán – los campos de concentración chilenos no eran muy distintos de los usados por sus congéneres de las SS, pues la Gestapo pudo haber sido más benigna que la DINA en Chile, pero en métodos de tortura los funcionarios del Estado chileno superan, de lejos, a la inquisición, a los franceses en Argelia, a Argentina, y al resto de los países de América Latina -. Recientemente se lanzó El despertar de los cuervos, un libro de Javier Rebolledo, donde muestra el cuadro dantesco de la formación y práctica de los torturadores en Tejas Verdes.

 

En tercer lugar, la indignidad moral que significa que quienes se aprovecharon de los crímenes de la dictadura, apropiándose de las empresas fiscales – además muchos fueron cómplices de delación – hoy miran para el lado como si fueran unas blancas palomas, que no tienen sus manos manchadas; estos caballeros posan de prohombres como gerentes, rectores de universidades y, además, gozan de las páginas de las páginas sociales de El Mercurio, – Gazeta oficial de los “cuervos”- y que hoy, como ayer, se permite dar consejos políticos a los candidatos presidenciales.

 

Si no existiera la “memoria obstinada”, viviríamos en un lodazal del cual difícilmente podríamos salir a respirar.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

26/08/2013

 

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