El crisol egipcio se ha roto. La unidad de Egipto, ese aglutinamiento incluyente, patriótico y esencial que había impedido a la nación desmoronarse desde el derrocamiento de la monarquía en 1952 y el mandato de Nasser, se ha disuelto entre matanzas, tiroteos y la furia de este miércoles en la represión a la Hermandad Musulmana. Cien muertos, o 200 o 300 mártires (500 según las últimas informaciones). El saldo no implica ninguna diferencia: para millones de egipcios el camino de la democracia ha quedado destruido entre fuego y brutalidad. ¿Qué musulmán que busque un Estado basado en su religión volverá a confiar en las urnas?
Esta es la verdadera historia del actual baño de sangre. ¿A quién le sorprende que los simpatizantes de la Hermandad Musulmana enarbolaran Kalashnikovs en las calles de El Cairo? ¿O que quienes apoyan al ejército y a su gobierno interino en las zonas de clase media de la capital también hayan tomado sus armas y respondido a los tiroteos? Esto no es la Hermandad Musulmana contra el ejército, pero con esa mendacidad tratarán de describir esta tragedia los gobernantes occidentales.
La violencia de este miércoles ha creado una cruel división en la sociedad egipcia que tardará años en sanar: entre izquierdistas y laicos, cristianos coptos y musulmanes sunitas de los poblados, entre el pueblo y la policía, entre la Hermandad. Las iglesias incendiadas eran el inevitable corolario de este terrible estallido.
En Argelia en 1992, en El Cairo en 2013, y quién sabe qué ocurrirá en Túnez en las siguientes semanas o meses. Los musulmanes que llegaron al poder de manera justa y democrática, gracias al voto del pueblo, han sido arrojados de ese poder. ¿Y quién puede olvidar el malvado bloqueo a Gaza cuando los palestinos votaron democráticamente para que Hamas los gobernara? No importa cuántos errores cometió la Hermandad en Egipto ni qué tan promiscuo o arrogante fue su mandato; el presidente democráticamente electo, Mohamed Mursi, fue derrocado por el ejército. Se trató de un golpe de Estado, como bien lo describió John McCain en su momento.
Por supuesto que la Hermandad Musulmana desde hace tiempo debió moderar su amour propre y mantenerse dentro de los límites de la seudodemocracia permitidos por el ejército egipcio, no porque esto fuera justo o aceptable, sino porque la otra alternativa era volver a la clandestinidad, a los arrestos a la media noche, a la tortura y al martirio. Éste ha sido el papel histórico de la Hermandad, con periodos de vergonzosa colaboración con las fuerzas británicas que ocuparon Egipto y con las dictaduras militares que gobernaron el país.
El regreso a la oscuridad que ya se anuncia tiene sólo dos resultados posibles: que la Hermandad se extinga en medio de una atroz violencia o que triunfe, en un futuro distante. Que el cielo guarde a Egipto de un destino que lo convierta en una autocracia islamita.
Las llamas ya hacían su venenoso trabajo este miércoles antes de que el primer cadáver fuera sepultado. ¿Puede Egipto evitar una guerra civil? ¿Podrá el leal ejército egipcio hacer desaparecer a la terrorista Hermandad Musulmana? ¿Qué hay de quienes se manifestaban antes del derrocamiento de Mursi? Tony Blair fue sólo uno de los que hablaron del inminente caos al expresar su apoyo al general Abdul Fattah al Sisi. Cada incidente violento en Sinaí, cada pistola en las manos de la Hermandad Musulmana será usada para convencer al mundo de que la organización, lejos de ser un pobremente armado pero muy bien organizado movimiento islamita, es el brazo derecho de Al Qaeda.
La historia podría adoptar otra visión. Ciertamente será difícil explicar cómo es que varios miles, quizás hasta millones, de egipcios liberales y educados continuaron dando su total y más profundo apoyo a un general que dedicó mucho del tiempo que siguió al derrocamiento de Mursi a justificar que el ejército practicara pruebas de virginidad de las mujeres que protestaban en la plaza Tahrir. Al Sisi será puesto bajo mucha presión en los próximos días. Siempre se le consideró amistoso hacia la Hermandad, aunque esta idea bien puede ser un mito provocado por el hecho de que su esposa siempre lleva un velo negro que sólo deja descubiertos sus ojos.
Muchos intelectuales de clase media que han respaldado al ejército tendrán que meter sus conciencias en una botella para justificar los actos que ocurrirán en un futuro.
Esperemos, también, la acostumbrada retahíla de preguntas como: ¿significa esto el fin del Islam político? Por el momento, así es. La Hermandad no está con ánimo de hacer más experimentos con la democracia, lo cual pone a Egipto en un peligro inmediato, pues la falta de libertad provoca violencia.
¿Se convertirá Egipto en una nueva Siria? Eso es poco probable. Egipto no es un Estado sectario y nunca lo ha sido, ni siquiera con su 10 por ciento de población cristiana, y tampoco es inherentemente violento. Nunca experimentó salvajes levantamientos como los de los argelinos contra los franceses, ni insurgencias como la siria, libanesa y palestina contra los mandatos británico y francés.
Muchos fantasmas estarán cabizbajos y avergonzados este día, como el día que participaron en la gran revuelta de abogados de 1919, por dar un ejemplo, o el fantasma de Saad Zaghloul y del general Muhammad Neguib, cuyas exigencias revolucionarias de 1952 son similares a las de la gente que se reunió en la plaza Tahrir en 2011.
Sí, algo murió en Egipto este miércoles. No la revolución, porque en todo el mundo árabe los pueblos conservan la noción íntegra, aunque ensangrentada, de que sus países pertenecen al pueblo y no a sus líderes. ¿Ha muerto la inocencia, como ocurre en toda revolución? No. Lo que expiró este día fue la idea de que Egipto es la madre eterna de la nación árabe, el ideal nacionalista, la pureza con la que Egipto se consideraba la madre de su pueblo. Porque las víctimas pertenecientes a la Hermandad, así como para la policía y los simpatizantes del gobierno, también eran hijos de Egipto, pero nadie lo creyó así. Se han convertido en terroristas, el enemigo del pueblo. Y esa es la nueva herencia de Egipto.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca