Suelo afirmar que estudiar economía es tan entretenido como una puerta de prisión, y no veo razones de cambiar de opinión. Sin embargo, a ratos es divertido ver cómo los teóricos hacen acrobacias circenses para explicar lo inexplicable -o lo que no entienden-, cayendo las más de las veces sobre su cabeza. Es el caso de algunos reputados economistas, como André Orléan, que en su obra “El imperio del valor” trata de cuestiones pertinentes sin evitar contradecirse a sí mismo, afirmando todo y su contrario con un entusiasmo digno de mejor causa.
Orléan sostiene que “Las funciones monetarias se deducen de la polarización mimética”. En claro, el personal, independientemente de sus preferencias, se inclina a utilizar la moneda adoptada por la mayoría porque eso le facilita su vida de productor-vendedor. De modo que en un entorno dado, tal o cual moneda se impone por un fenómeno de imitación. En jerga de economista Orléan dice: “Como nos lo enseñaron los rendimientos crecientes de adopción, la búsqueda del bien más líquido por todos los actores (económicos) engendra un proceso de retroacciones positivas que polariza acumulativamente las elecciones sobre las liquideces más utilizadas”. Tranquilo. Aquí termino con la jerigonza y paso a escribir en cristiano.
Lo curioso es que sólo dos páginas más adelante Orléan dice lo contrario. La preferencia de una moneda, en tanto bien líquido que permite acceder fácilmente a cualquier otro bien, no es el producto de su libre adopción por imitación de lo que hace la mayoría, el famoso “mimetismo”, sino que “procede de una aceptación obligada, es decir de una dominación”. Todo el edificio teórico de Orléan cae, pero él hace como si no se diese cuenta y continúa desenrollando su culebra. No sin antes insistir, para que quede claro, que “desde su origen, la unanimidad monetaria es una unanimidad más impuesta que deseada”.
El “libre mercado”, y partiendo, la moneda, no son tan libres. Lo que no deja de provocar tiras y aflojas de aquellos que, por alguna razón, hubiesen preferido otra moneda. Es lo que Orléan llama la “sedición monetaria”. La disidencia monetaria, como otras disidencias, “puede tener éxito si aparece sobre el fondo de una insatisfacción latente y generalizada que encuentra entonces el modo de expresarse”. De esto quería hablarte.
Lo esencial en este proceso de sedición monetaria es el cuestionamiento del monopolio de la moneda central mediante la utilización por ciertos grupos de nuevas referencias monetarias “privadas”. Una forma sutil de sedición monetaria, dice Orléan, es la indexación de los precios. Con la indexación de los precios se cuestiona la capacidad de la moneda existente para representar adecuadamente el poder adquisitivo. ¿No te recuerda nada? La Unidad de Fomento, nuestra tristemente célebre UF.
Una moneda -cualquiera sea su origen y el modo en que llegó a imponerse- tiene una función social, así fuese la de servir como expresión de lo que cada cual está en derecho de exigirle a la sociedad a cambio de su aporte productivo. La apropiación por parte de “privados” de la referencia monetaria es pues una forma de dominación impuesta por muy pocos a la inmensa mayoría.
El peso, nuestra moneda nacional, no es de la propiedad de Luksic, Angelini, Matte, Piñera y un par de grupos bancarios, sino una herramienta sobre la cual el pueblo de Chile debe ejercer su Soberanía. Para evitarlo, cumpliendo dócilmente con las instrucciones del llamado Consenso de Washington, se instituyó la “independencia” del Banco Central. El secuestro de la Soberanía política impuesto por la dictadura fue acompañado del secuestro de la Soberanía monetaria. Si el Banco Central de Chile ignora olímpicamente a los chilenos, no es independiente ni del FMI ni de Washington.
Pero no les bastó con eso. Nuestra “sedición monetaria” es institucional. Es el propio Estado el que regenta la Unidad de Fomento, esa indexación de los precios destinada a favorecer a los grandes capitales y a pisotear el poder adquisitivo de los consumidores. Si el peso es tan fuerte y estable como pretenden El Mercurio, Andrés Velasco y Felipe Larraín, Alianza y Concertación, ¿a título de qué siguen imponiéndonos precios expresados en UF?
La sedición monetaria continúa, en beneficio de unos pocos. No les basta con imponer políticas monetarias contrarias al interés de la inmensa mayoría de los chilenos, políticas que se expresan mayormente en las tasas de cambio, sino que además extraen beneficios suplementarios en el mercado interno gracias a la subversión monetaria.
Ahora que la idea de la Asamblea Constituyente ha cobrado fuerza en el país en la perspectiva de devolverle a Chile su carácter de república democrática y a los chilenos su irrenunciable Soberanía, no hay que olvidar este detallito. La moneda es nuestra. No de ellos.