Diciembre 5, 2024

Reforma, reformita, reformota

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piireformaPodría parece hasta un juego infantil, pero es nuestra política. La Reforma Tributaria anunciada por el gobierno del presidente Sebastián Piñera ha servido a la oposición para una especie de ejercicio lúdico.  Y, para no ser menos, las autoridades gubernamentales se han embarcado en el desarrollo de un trabalenguas que pone a prueba la capacidad de comprensión de la especie. Todo un esfuerzo encomiable si se tratara de una empresa de productos de entretención, pero éste, que se sepa, es un país.

 

La postura opositora ha tenido matices diversos.  El diputado democratacristiano Pablo Lorenzini, la calificó de “Reformita”. Los senadores Guido Girardi, pepedé; Fulvio Rossi, socialista, y Alejandro Navarro, masista, fueron más variados en epítetos. Junto con decir que era “insuficiente, de macetero y un engaño”, anunciaron que votarán en contra de la idea de legislar. O sea, ni siquiera están dispuestos a discutir el tema. Una actitud, imagino, coherente con lo que sus palabras dicen.  Pero inconsecuente con el pasado reciente.  Durante los veinte años en que gobernaron, no fueron capaces de atreverse a levantar una propuesta de reforma tributaria destinada a resolver las inequidades que muestra Chile. Y en especial como en este caso, en educación. Se escudan en que la Reforma entregará US$ 700 millones y se necesitan US$ 4.000 millones.


La voz de los empresarios también muestra disonancias.  Pero se dan cuenta que la epidermis de los chilenos está algo sensible. Eliodoro Matte, representante de un poderoso grupo familiar, tal vez resume el sentir de su sector: “Siempre que suben los impuestos a las empresas, hay un poquito menos de plata para invertir.  Pero dado los fines que tiene la reforma, yo, personalmente, estoy de acuerdo con que así sea”, dijo.


Por otra parte, es cierto que la Reforma tan publicitada no hace más que dejar de manera permanente el aporte extraordinario que se le fijó a las empresas para que el Estado tuviera fondos suficientes para enfrentar la catástrofe provocada por el terremoto del 27 de febrero de 2010. O sea, aumenta el tributo a las utilidades de las empresas de 17% a 20%. No es necesario entrar en el trabalenguas restante.  Porque sólo basta con decir que hoy Chile está entre los diez países que peor reparten la riqueza en el mundo.  Y en América Latina sólo se compara con Brasil y México. En otras palabras, la concentración económica es vergonzosa.


La anunciada Reforma ha servido para distintos fines.  Uno, restar piso a las manifestaciones que ya han iniciado los estudiantes.  Éstos piden gratuidad en la educación. Pero eso no está en los planes de las autoridades, ni de la clase política en general -oficialismo y oposición-, salvo contadas excepciones. Pero desde la cosmopolita Nueva York, el conservador  Wall Street Journal les advierte a las autoridades chilenas que no se confíen.  Que tampoco se asusten en demasía, porque lo que ocurrió el año pasado con los estudiantes no significa que el comunismo haya reflotado aquí.  Ni que Camila Vallejos vaya a ser una especie de Juan de Arcos con arrestos revolucionarios. Pero les previenen  que lo que está ocurriendo es que los chilenos se hallan sobrepasados por los abusos de un mercado incontrolado.  O, mejor dicho, controlado por especuladores.


Y con estas visiones en la mente, vivimos un nuevo 1 de mayo.  Los trabajadores tuvieron aquí una participación más bien virtual. Los cálculos oficiales hablaron de diez mil personas en la manifestación llamada por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).  Las estimaciones de los organizadores no fueron superiores a eso. En cambio, pocos días antes, los estudiantes habían llevado a las calles a 80 mil personas, de acuerdo al anuncio de Carabineros, y a más de cien mil, según observadores imparciales.


Pareciera ser claro que el malestar que detecta el Wall Street Journal no se encauza por los canales institucionales de antaño. La CUT ha caído en el mismo descrédito de los partidos políticos y de las instituciones que conforman el aparato democrático del país.  Y si a eso se une la visión crítica que los chilenos tienen de su clase empresarial, el ambiente de crisis y desconfianza queda más o menos completo.


Diversos indicios señalan que es desde ese punto están germinando nuevas estructuras sociales. Los estudiantes son una expresión de ello. La demostración es que no se quedan sólo en las demandas de su ámbito. Van más allá, llegando hasta a impulsar la recuperación de las riquezas básicas hoy entregadas al capital transnacional. Y en esto se encuentran en perfecta consonancia con lo que está ocurriendo en otros países.


Desde esta perspectiva, el movimiento estudiantil, las demandas ecologistas, las presiones de pueblos originarios, las visiones de un sindicalismo nuevo, no serían más que manifestaciones de una crisis que aún no muestran cauces definidos.  Especialmente en utopías perfectamente delineadas como el mundo ha conocido en las dos últimas centurias.


Pero es algo que existe y que resulta imposible ocultar con los subterfugios que se utilizaron en el pasado.  El miedo aún podrá retrasar las cosas. Pero el laboratorio neoliberal en que fue transformado Chile desde la dictadura, tendría sus días contados. Y el costo lo pagarán todos. Los que hicieron posible la instalación de este artilugio diseñándoselo al dictador, y los que luego no se atrevieron a desmontarlo pese a haberlo prometido.

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