Para el conjunto de la judeidad, esa extensa diáspora dispersa a lo largo de los cinco continentes, existen tres celebraciones fundamentales. Justamente por eso se las denomina o conoce como las Altas Fiestas: la Pascua (Peisaj), el Año Nuevo (Rosheshone) y el Día del Perdón (Iom Kipur). Por supuesto que todas tienen su sentido religioso, pero también para todos –desde Buenos Aires a Tel Aviv, desde Nueva York y Berlín a Bombay, incluso China- Peisaj tiene un significado especial.
PEISAJ es la fiesta de la libertad; es la primera y más importante fiesta del calendario judío; en ella se festeja la liberación del pueblo judío de la esclavitud de Egipto. La tradición cuenta que señala el momento en que los judíos, esclavos en Egipto y condenados por el faraón, deciden –guiados por Moisés- liberarse de ese yugo y marchar hacia el Canaan, la Tierra Prometida, atravesando el desierto.
Para quienes abrevamos de la tradición mosaica, pero que no somos ni religiosos ni creyentes, sino que nos situamos en el campo de lo laico, Peisaj tiene su fuerza y un alcance largamente superador de lo que es la sinagoga. Se proyecta mucho mas allá que las demás festividades y es la que nos despierta entusiasmo.
Con la alegría del que se dispone a celebrar una fecha grata al corazón, nos reunimos nuevamente, año tras año, todos llenos de esperanza, con la emoción y curiosidad renovada de las fiestas. Las casas se pueblan de colores, de sabores, de olores, de ànimo.
Y como cuenta el escritor judeo-polaco de fines del s.XIX I.L.Peretz –de concepciones seculares y socialistas-, en nuestras mesas hay lugar para el desamparado, el necesitado, el que no tiene.
Ante todo, celebramos el estar reunidos porque podemos estar reunidos. La fiesta tiene por finalidad la reunión, y no es el objetivo su contenido burocrático, tal como lo señalan los ajados textos religiosos. Pero no importa, porque este saber desde lamas pura ignorancia hoy es parte de la cultura judía. Ya que la nuestra es una judeidad desatenta, desprolija si se quiera, totalmente alejada del templo, sus dogmas y sus rabinos, de la institucionalidad “oficial” y del Estado, pero no de lo profundo de lo identitario judío, rescatamos las enseñanzas que nos deja esta festividad:
a) La Libertad se conquista y se construye; nadie nos la regala ni mucho menos. No es un don: es un hacer permanente.
b) La Libertad tiene hermanas: Justicia, Dignidad, Paz, Fraternidad, Solidaridad. Sin ellas, la Libertad es un imposible
c) Adelante, siempre adelante, hacia nuestra meta, en función de ella. Nos sostiene la Esperanza.
Cuando sobre el mundo se filtran serias amenazas bélicas, cuando lo atómico supera la racionalidad, cuando ya hay consignas que dicen que todos los niños quieren vivir y tener un futuro –aquí, en Teherán, Jerusalén, Nairobi, Gaza, Estocolmo, Shangai, Paris-, nuestra responsabilidad crece en escala geométrica y nos compromete con la paz, una paz que no sea el silencio del cementerio, sino el ruidoso y desordenado quehacer creativo y seguro para todos, mas allá de quien se sea.
En esta fecha tan significativa para la colectividad judía, coincidente con la Pascua cristiana, renovamos nuestro empeño en la democracia, la igualdad y el humanismo. Ella nos obliga a trabajar por liberarnos de todo tipo de opresión: social, económica, política, cultural.
Por eso es que en esta ocasión renovamos nuestro compromiso y nuestra acción con la tarea de construir un mundo mejor, en el que todas las lacras que nos oprimen sean desterradas y los seres humanos podamos vivir plenamente. Sin igualdad no hay libertad … y viceversa: sin libertad no hay igualdad.
PEISAJ es una oportunidad no solo para reflexionar sobre el sentido de la libertad, sino para actuar por alcanzar la libertad, una Libertad ninguna manera es individual, sino que es colectiva y que involucra al conjunto de la Humanidad.
Por la paz, la igualdad y la justicia, por la Libertad, por la vida, LEJAIM!!!
A GUIT IONTEV!! (traducido: ¡¡ una buena celebración!!)
· Historiador y Profesor.