Diciembre 7, 2024

Hugo Gutiérrez Vega: “El monopolio de los editores españoles provoca el aislamiento literario”

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hugogutierrezvegafotocarloscisnerosMéxico DF.- En entrevista con Clarín.cl Hugo Gutiérrez Vega (1934), director de La Jornada Semanal, habla del Comité Mexicano de Solidaridad con Chile de 1973, aborda su amistad con Neruda y critica el actual aislamiento literario: “Había más comunicación en la época de Pablo Neruda y Octavio Paz; nosotros sólo tenemos un convenio de colaboración con El País de Montevideo, hemos intentando firmar convenios, pero en Chile, ¿con quién, con El Mercurio?, no gracias. A pesar de Internet estamos aislados desde el punto de vista literario. La culpa, en buena medida, es de los editores españoles y su monopolio inmoral, por eso yo trato de hacer con frecuencia un informe sobre literatura brasileña, pronto me enviarán una colaboración sobre poetas novísimos de Ecuador y dedicaré un número especial a Chile para la Feria Internacional del Libro de Guadalajara”.

 

Autor de los libros: Buscando amor (Losada, 1965), Cuando el placer termine (1976), Tarot de Valverde de la Vera (1981), Las peregrinaciones del deseo (FCE, 1987), El erotismo y la muerte (1988), Andar en Brasil (1988), Los soles griegos (1990), Cantos del Despotado de Morea (1994), Los pasos revividos (1997), Una estación en Amorgós (1997), Antología personal (FCE, 1998), Los pasos del nómada (1999), Lecturas, navegaciones y naufragios (1999), Algunos ensayos (2000), Peregrinaciones (FCE, 2002) y Esbozos y miradas del Bazar de Asombros (2006).


El primer libro de Hugo Gutiérrez Vega lo publicó la Editorial Losada: “Compartí la amistad con Gonzalo Losada, hicimos un viaje a Rumania junto a Rafael Alberti, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, yo había traducido a Ion Luca Caragiale y les llamó la atención que un mexicano tradujera al dramaturgo rumano, por eso me invitaron. Tenía algunos poemas publicados y un libro en espera para que fuera aprobado por Losada en Buenos Aires, así que cuando regresamos del viaje –recuerdo que hablé poco y escuché mucho-, me dijo Gonzalo Losada: ‘qué cabrón será usted, qué astuto, tiene un libro conmigo esperando para ser aprobado y ahora el consejo editorial me pide que lo publique pronto, usted no se imagina quiénes son mis tres lectores: Alberti, Neruda y Asturias’. Rafael Alberti era un padre poético para mí, a través de Alberti llegué a Neruda”.


MC.- Don Hugo, ¿por qué se involucró en el Comité Mexicano de Solidaridad con Chile?

HG.- Al principio yo llevaba una larga amistad con Pablo Neruda, estuvimos juntos en Rumania, en una visita cultural; por cierto cargué las maletas del viaje, yo era el joven del grupo y cada día pesaba más el equipaje, porque si al poeta chileno le gustaba una piedra la metía en la maleta, igual si le gustaba un caracol o un libro, al final eso no le importaba, sería otro el que cargaría las valijas (risas), nos hicimos muy amigos, me habló mucho de Salvador Allende, Neruda tenía una gran admiración por Allende y sabía quién era la persona.


Antonio Tabucchi decía que la política es intrínsecamente mala, porque es el arte de llegar al poder y mantenerse ahí a toda costa, sin ningún reparo moral, lo que salva a la política son algunas personalidades, algunos individuos,  Tabucchi decía humorísticamente: “yo conozco tres personalidades en el siglo XX: Mahatma Gandhi, Mahatma Gandhi y Mahatma Gandhi”. Alguna vez en El Escorial le dije: “Tabucchi, yo conozco tres personalidades del siglo XX: Mahatma Gandhi, de acuerdo, pero los otros dos serían: Salvador Allende y Nelson Mandela”.


MC.- ¿Entró al Comité Mexicano de Solidaridad con Chile en respuesta al golpe de Estado?

HG.- No, primero entré a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, el doctor Ignacio Millán dirigía el Comité de Solidaridad con Chile, pero estaba enfermo y me dijo: “Hugo, hazte cargo del Comité”, fui director del Comité tres meses antes del golpe de Estado, ni siquiera pude viajar a Chile durante la Unidad Popular, yo quería conocer al Presidente Salvador Allende en Santiago.


Cuando me avisaron del golpe, hablé con el Embajador de Chile en México -Hugo Vigorena-, convocamos a una marcha por la Avenida Reforma, nos detuvimos frente a la embajada de Estados Unidos para “mentarles la madre” y el mitin lo hicimos en el Hemiciclo a Benito Juárez, fui el único orador del mitin –como presidente del Comité de Solidaridad con Chile-, recuerdo a Elena Poniatowska cuando me dijo que le gustó mi discurso, en especial porque utilicé la metáfora de García Lorca para referirme a los Carabineros de Chile: “jorobados y nocturnos”.


12,000 mexicanos nos manifestamos contra el golpe de Estado, a partir del 11 de septiembre de 1973 cambió la dinámica del Comité, recibimos a los compañeros exiliados y denunciamos los crímenes cometidos por la dictadura. Por convicción política entré al Comité, me parecía que el camino para América Latina era el que estaba siguiendo Salvador Allende en Chile, habían personas “radicales” que me decían que yo estaba equivocado y les respondía: “puede ser que lo maten, que fracase la vía chilena al socialismo, pero es el camino, los caminos son accidentados, no están pavimentados, pero eso no le quita al camino su carácter de único y posible para Latinoamérica”.

Así quedó demostrado: el Presidente Hugo Chávez ha ganado los plebiscitos democráticamente, Luis Ignacio Lula y Dilma Rousseff refrendaron la vigencia de la izquierda en Brasil, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia representan el socialismo del siglo XXI. Estoy hablando de los discípulos de Salvador Allende, la Alianza Bolivariana para los pueblos de las Américas (ALBA) sigue el camino de las reformas dentro de la legalidad, aunque se piense ingenuo o candoroso ese camino, es el único posible. Aquí en México, Andrés Manuel López Obrador está retomando el ejemplo de Salvador Allende; el gobierno de la Unidad Popular cumplió las reformas que había prometido: la nacionalización del cobre, la reforma agraria, mejoró los programas educativos y de salud pública, entregó medio litro de leche todos los días, a todos los niños de Chile, etcétera. Defiendo los objetivos y la congruencia de la vía chilena al socialismo, además por la simpatía al personaje.


Conocí a Salvador Allende en México, no en Chile –esa era mi aspiración-, conversé con el Presidente Allende una vez terminado su discurso en la Universidad de Guadalajara, fuimos a comer con la Federación de Estudiantes y pude hablar con Allende unos minutos, desgraciadamente no todo lo que hubiera querido.


MC.- Los integrantes del Comité Mexicano de Solidaridad con Chile todavía están vinculados con el país sudamericano: el sociólogo Rodolfo Stavenhagen, el diplomático Gonzalo Martínez Corbalá, el intelectual Pablo González Casanova y usted, ¿a qué lo atribuye? 

HG.- Construimos una fraternidad muy sólida y de alguna manera la muerte de Allende nos unió. El gobierno de Ricardo Lagos otorgó la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda a cinco mexicanos que no tuvieron nada que ver con el Comité de Solidaridad, pero creo que fue deliberado, para no generar polémica.


Los integrantes del Comité creamos una fraternidad en torno a Salvador Allende, Pablo Neruda y la cultura chilena, nunca rompimos los vínculos, se mantienen a pesar de que el proyecto socialista está tambaleándose en Chile. Ahora lo único que veo son los estudiantes indignados, confieso con mucha tristeza que no veo al Partido Socialista con posibilidades, ante el regreso de los momios, son momios diferentes, menos brutos, pero momios al final de cuentas (risas), el Partido Socialista está terriblemente fragmentado, además los últimos gobiernos de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet tuvieron grandes fracasos e indolencias. Sólo los estudiantes mantienen la dignidad política de Chile, por eso el actual régimen les tiene miedo, les preocupa el crecimiento del movimiento estudiantil. Sigo leyendo las noticias, me interesa la historia chilena, estoy al tanto de la poesía, el paso del tiempo no romperá mi vínculo con Chile.


MC.- Sin embargo no he leído alguna referencia a Chile en “Las peregrinaciones del deseo (1965-1986)”

HG.- Escribí un poema dedicado al día del golpe de Estado, mi último libro lo publicó el Fondo de Cultura Económica.


MC.- Alguna vez me contó que todavía conserva un ejemplar de la “Antología Popular 1972” de Neruda, ¿la comitiva del Presidente Allende le regaló el libro en Guadalajara?

HG.- En efecto, me trajeron la Antología Popular de Neruda en ese viaje de la delegación chilena a la Universidad de Guadalajara.


MC.- Tres columnistas de La Jornada Semanal –Marco Antonio Campos, Juan Domingo Argüelles y usted- son especialistas en la poesía y biografía de Neruda, si bien cada uno hizo su carrera literaria y periodística alejado de Nobel chileno, ¿por qué insisten en las navegaciones y regresos en torno a Neruda?

HG.- Se habla mucho de Rubén Darío, César Vallejo y Ramón López Velarde, pero creo que el iniciador de la poesía moderna en lengua española es Pablo Neruda, porque antes la poesía tenía un lenguaje exclusivo, consagrado, sacramental, canónico, y Neruda rompió con ese lenguaje, hizo que entraran a la poesía todos los aspectos del mundo y de la realidad, desde una cebolla, un caldillo de congrio –ese poema es una receta, lo intenté cocinar pero me faltó el congrio-, una bicicleta, una noche estrellada, los alimentos terrenales, los políticos con los que coincidían y con los que no, Neruda era implacable, a veces injusto, con Muñoz Marín fue tremendamente injusto, igual con los escritores cubanos.


Neruda acabó con el lenguaje sacralizado y todo el mundo entró a la poesía; Neruda no era coloquial, sino formal, no formalista, amaba la forma, llevaba la música por dentro y por fuera, sus poemas tienen una música interna y externa, Neruda es un gran revolucionario en la poesía de todo el mundo, no sólo en Latinoamérica, al decirnos que todo se puede poetizar, hasta las realidades más lánguidas, las más melancólicas, o las más horrendas forman parte de la poesía. Por eso permanece, y por eso poetas como Marco Antonio Campos, Juan Domingo Argüelles y Alí Chumacero, recibieron tanta influencia de Neruda, seguimos leyendo a Pablo, en mi buró tengo el Canto general, Residencia en la tierra, El Quijote y la Biblia.


MC.- En 1942, Neruda invitó a Juan José Arreola para que fuera su secretario y “botones” en un viaje a Moscú, pero no aceptó. ¿Le preguntó por su coterráneo de Jalisco?

HG.- Conmigo usó el término: “secretario”, pero en realidad era su “botones”, yo le decía: “debí ser secretario de Borges, más que tuyo” (risas). Neruda tenía una gran estimación por Juan José Arreola, lo leía con cuidado, le gustaba mucho. Pablo sabía mucho de literatura mexicana, recuerdo que en 1969 invitó a Isla Negra a Rosario Castellanos y a Juan Rulfo para que participaran en un congreso internacional de escritores.


MC.- Don Hugo, ¿en qué año acompañó a Neruda por Rumania?

HG.- 1964.


MC.- Publicó su primer libro: Buscando amor (1965) en la misma editorial que Neruda: “Losada”, ¿qué amistades compartió con el poeta chileno?

HG.- Compartí la amistad con Gonzalo Losada, el viaje por Rumania lo hicimos junto a Rafael Alberti, Miguel Ángel Asturias y Pablo Neruda, yo había traducido a Ion Luca Caragiale y les llamó la atención que un mexicano tradujera al dramaturgo rumano, por eso me invitaron. Tenía algunos poemas publicados y un libro en espera para que fuera aprobado por Losada en Buenos Aires, así que cuando regresamos del viaje –recuerdo que hablé poco y escuché mucho-, me dijo Gonzalo Losada: “qué cabrón será usted, qué astuto, tiene un libro conmigo esperando para ser aprobado y ahora el consejo editorial me pide que lo publique pronto, usted no se imagina quiénes son mis tres lectores: Alberti, Neruda y Asturias”, el primer libro que publiqué me costó sangre, sudor y lagrimas por cargar las maletas del viaje a Rumania (risas). Rafael Alberti era un padre poético para mí, a través de Alberti llegué a Neruda, con el tiempo nos hicimos amigos, hablé varias veces con Neruda -por teléfono- durante los días que representó diplomáticamente al gobierno de Salvador Allende en Francia.


MC.- Neruda se desempeñó como diplomático en Birmania, Ceilán, Java, Singapur, Argentina, España, México y Francia. ¿Siguió el ejemplo del Embajador Neruda al compaginar la literatura con la diplomacia?

HG.- No, en México hay una vieja tradición desde el siglo XIX, el dramaturgo Manuel Eduardo de Gorostiza fue nuestro primer ministro de la legación en Londres, los novelistas Manuel Payno e Ignacio Manuel Altamirano trabajaron en la diplomacia, después los poetas Amado Nervo y Enrique González Martínez; en el siglo XX la lista es larga: los Contemporáneos, Jaime Torres Bodet, Rafael Bernal, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Sergio Pitol, Fernando del Paso y yo. Podría hacer una lista de 50 diplomáticos-escritores de México.


MC.- ¿Nunca le ofrecieron una misión diplomática en Chile?

HG.- No, fui a Chile por última vez hace 5 años, pero en un viaje particular: visité a Hortensia Bussi de Allende, a Lucho Maira, a Hugo Vigorena, a Hugo Miranda, ya había muerto Pedro Vuskovic. No fui a nada oficial, me faltaba conocer Valdivia, sólo pasé un par de días en Santiago. Conocí Chile bastante bien con Manuel Rojas, recorrimos la cordillera, fuimos hasta Punta Arenas.


MC.- ¿En qué año?

HG.- 1958.


MC.- ¿Dónde conoció a Manuel Rojas?

HG.- En la Universidad de Maryland, la última esposa de Manuel Rojas era una estudiante norteamericana. Recuerdo que Manuel medía 2 metros –era fortachón-, había sido contrabandista en Los Andes, anarquista, impresor, había estado preso, había escrito Lanchas en la bahía (1932) e Hijo de ladrón (1951), era un personaje extraordinario. Años después, cuando yo dirigía un grupo de teatro en Querétaro, Manuel Rojas se hospedó en mi casa durante una semana y escribió el libro: Pasé por México un día (1964), son sus memorias del viaje por México, aquí tenía dos amigos: Emanuel Carballo y yo.


MC.- ¿Qué libros adquirió en su último viaje a Chile?

HG.- Compré varios libros de Pablo de Rokha, Enrique Lihn y Gonzalo Rojas. Mi admiración por la poesía chilena inició con La Araucana de Ercilla, incluso escribí una pequeña tesis.


MC.- ¿No le parece que falta comunicación entre los poetas y lectores de México y Chile?, ¿por qué cuesta tanto trabajo conocer los libros de Sudamérica en México y viceversa?

HG.- Los culpables son los editores españoles, porque publican la novela de un costarricense sólo para Costa Rica y si no la venden la trituran, no envían el tiraje a otros países. Había más comunicación en la época de Pablo Neruda y Octavio Paz; nosotros –en La Jornada Semanal– sólo tenemos un convenio de colaboración con El País de Montevideo, hemos intentando firmar convenios, pero en Chile, ¿con quién, con El Mercurio?, no gracias.


A pesar de Internet estamos aislados desde el punto de vista literario. La culpa, en buena medida, es de los editores españoles y su monopolio inmoral, por eso yo trato de hacer con frecuencia un informe sobre literatura brasileña, acabo de publicar un ensayo sobre estudios martianos en Cuba, pronto me enviarán una colaboración sobre poetas novísimos de Ecuador y usted, don Mario Casasús, coordinará un número especial sobre la situación literaria y artística de Chile para la próxima Feria Internacional del Libro de Guadalajara. La FIL es un buen escenario para conocernos entre latinoamericanos, a veces las universidades gringas cuando vamos a dar conferencias, pero no hay un intercambio activo como antes y esto me preocupa profundamente.


MC.- El efecto dominó terminó con la mayoría de los suplementos culturales en México, sólo quedan dos en pie: Laberinto y La Jornada Semanal, ¿qué tipo de problemas enfrenta La Jornada Semanal?

HG.- La falta de patrocinadores, es indispensable que los gobiernos tomen las riendas del patrocinio de la cultura sin tratar de controlarla, respetando la libertad de expresión y creación. Después vendrá la iniciativa privada, aunque a veces pretende imponer más censura que los gobiernos, la Coca-Cola no me da ni un anuncio para La Jornada Semanal. Hace poco le pregunté a una amiga que trabaja en una cervecería mexicana ¿por qué no compran un anuncio de 50,000 pesos semanales, si para ustedes es como quitarle una pluma a un gallo?, con 5,000 dólares podría subir los sueldos de mis colaboradores, mi amiga prometió presentar el proyecto al Consejo Administrativo y le dieron esta respuesta: “¿cómo vamos a patrocinar a los que nos atacan?”, así es la clase empresarial mexicana, si hasta los déspotas ilustrados han financiado a la cultura, Federico de Prusia apoyaba a los que lo insultaban, los déspotas ilustrados sabían que era indispensable abrir espacios a la cultura por los mecanismos de desahogo, por elemental justicia y porque les convenía.


La Jornada Semanal cuenta con 500,000 lectores y la edición electrónica supera los 2,500,000 lectores, he demostrado que conviene invertir en un suplemento cultural, algunos empresarios sí se dan cuenta que deben anunciarse en La Jornada, porque sus lectores son la clase media intelectual, pero la miopía y el boicot suelen imponerse al momento de patrocinar a los suplementos culturales en México.


MC.- ¿Editar La Jornada Semanal es un acto de necedad y resistencia política?

HG.- Es un acto de necedad heroica del periódico, eso es lo atractivo, los domingos se venden más ejemplares de La Jornada, también recibimos cartas de todo el mundo, las universidades nos piden materiales, por ejemplo, el último número que dedicamos a Carlos Fuentes la Universidad de Baltimore nos pidió un sobretiro, no le causamos ningún daño económico a La Jornada, al contrario, el periódico ha mantenido una terquedad heroica al entregar todos los domingos un suplemento que toma el pulso a la cultura, que reivindica algunas figuras olvidadas o descubre a nuevas figuras literarias y que vigila la libertad de expresión.


MC.- Finalmente, La Jornada Semanal y La Jornada retomaron la noticia del presunto asesinato de Neruda, en voz del corresponsal en Chile y de Gonzalo Martínez Corbalá, ¿por qué le interesa este tema a La Jornada?

HG.- Es necesario hurgar en el pasado cuando incide en el presente. La muerte de Neruda nos sigue pesando a todos en el alma, debemos saber qué pasó, por eso La Jornada insiste tanto en el tema, no hay tema muerto y cuando ese tema repercute en el presente es un tema vivo. Creo que Pablo Neruda continúa siendo el poeta del continente.

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