Si hay algo innecesario en una sociedad es tener a la gente en paro: sin trabajo, sin ingreso. Es absurdo. El trabajo nunca debería ser redundante; en ninguna sociedad sea pobre o rica. La exigencia del trabajo es ineludible pues debe, cuando menos, reponerse de modo constante el acervo de capital existente, así como las mercancías y los servicios disponibles y que son rápidamente cambiantes. Sin trabajo no hay acumulación de riqueza. Esto no puede sustituirse con las más sofisticadas formas de la innovación financiera.
El flujo necesario de trabajo es permanente y tiene que reproducirse en cada generación y con nuevos atributos. Los cambios tecnológicos son uno de los generadores de las formas de reproducción del trabajo y exigen una adaptación social constante.
Al lado de las consideraciones materiales está el hecho de que la población en conjunto tiene como fuente básica para la satisfacción de sus necesidades el ingreso que recibe por su trabajo.
Una colectividad dedicada al ocio y con todas sus necesidades satisfechas no existe aún; tampoco se vislumbra. Y, como van las cosas, hasta aquellos que creían tener asegurado su sustento luego del retiro (en muchos casos prematuro), se están encontrando con que sus pensiones están en riesgo y no alcanzan como se había planeado. Claro que para quienes pierden el empleo la inseguridad es tanto mayor. Ahí está el meollo de la degradación de los sistemas de bienestar, que hoy están bajo fuerte presión financiera y bajo un muy conflictivo cuestionamiento político en todas partes.
Todo esto se expresa de modo muy diverso y ocurre incluso cuando las expectativas de consumo y de constitución de un patrimonio familiar cambien de modo rápido entre una generación y otra. Hay una distinción esencial entre lo que constituye una necesidad y lo que es un deseo en términos de las decisiones y las posibilidades de consumo. Esto forma parte del entorno cultural establecido en cada tiempo y lugar. El efecto demostración se ha vuelto global.
La subocupación también es parte del paro. Es un desperdicio, trátese de personas o de la capacidad productiva instalada que no se emplea de modo completo. Esto puede pensarse como la diferencia entre el empleo y el producto potenciales y los que realmente se generan en un periodo determinado. Cuando la brecha se hace más grande equivale a un derroche de recursos que es muy costoso en el presente y más en cuanto a su reposición en el futuro.
El paro es un fenómeno repetitivo y se asocia con el modo en que funciona el mercado y, sobre todo, el dinero y el crédito. El mercado es propenso a las crisis. Estas ocurren por muy diversas razones que se interpretan de distinta manera. De lo que se trata es de administrar los ciclos de negocios, cuestión que siempre se hace escurridiza.
Para unos es un asunto de índole natural
y debe dejarse actuar al mercado sin interferencias, para otros exige intervenciones conscientes. Las consecuencias son prácticas y no se trata de ejercicios retóricos y juegos de salón. Al final todo esto se manifiesta en el terreno de la política y sus consecuencias no son, por supuesto, neutrales.
Una de las ideas claves de este debate es el papel de la demanda efectiva y cómo estimularla o limitarla según sea la fase del ciclo de los negocios.
Los excesos como los que llevaron a la crisis financiera de 2008 han provocado correcciones mediante medidas de las políticas fiscal y monetaria. Así, los bancos centrales de Estados Unidos y Europa han inyectado montos enormes de dinero en la economía, como forma de frenar la caída de la demanda y tratando de alentar el gasto de consumo e inversión. Pero al mismo tiempo se tiene que contener el déficit fiscal y reducir el endeudamiento público.
La fórmula no ha dado el resultado esperado. Los estímulos al gasto no logran que se recupere el nivel de la actividad productiva. La enorme liquidez que se ha puesto a disposición de los bancos comerciales se usa para arreglar sus balances y cumplir con los requisitos de capital y no para dispersarlo entre las empresas y las familias. Por otro lado, el severo ajuste presupuestal restringe la capacidad de los gobiernos para alentar la demanda agregada y mejorar las perspectivas de ganancias de las empresas.
El escenario es en algunos casos fuertemente recesivo como ocurre en Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia. Y en Estados Unidos es insuficiente para consolidar la recuperación. En el mejor de los casos, el poco crecimiento sigue dejando atrás al empleo.
La fragilidad financiera sigue siendo el rasgo prevalente en las economías más ricas del mundo y el paro es su manifestación social. Los criterios políticos del ajuste tienen un sustento económico altamente cuestionable y las condiciones sociales se rezagan cada vez más.
Los fenómenos económicos como los que ocurren hoy se transmiten ineludiblemente entre los países, especialmente por la fuerte integración financiera que se ha creado. No se trata de problemas ajenos que pueden observarse de modo pasivo. Los efectos aparecen en un principio en los flujos de capitales y el valor relativo de las monedas, se extienden luego a los precios relativos del trabajo y de los productos, en especial aquellos que se comercian internacionalmente.
Los patrones del crecimiento económico son interdependientes y las formas convencionales de gestión de la actividad productiva y de las políticas públicas no pueden quedarse inmóviles o esperar a lo que ocurra con los demás. El paro es demasiado costoso, individual y colectivamente, a corto y largo plazos.