
En estos días los estudiantes han puesto en jaque al Gobierno y conmovido a la sociedad. Hace más de cuatro siglos los mapuches pusieron arrinconaron a los ejércitos de España, el imperio más poderoso del planeta, y recuperaron los territorios de
Ante todo, la seguridad de la justicia de su causa y la decisión de hacer todos los sacrificios necesarios para conseguir la victoria. Los mapuches preferían morir luchando a ser esclavizados; los estudiantes han preferido poner en peligro un año de estudios, afrontar la furia de Carabineros y arriesgar la salud en huelga de hambre, antes que seguir inmersos en un sistema educacional discriminatorio y retrógrado.
El imperio azteca se derrumbó en México cuando Hernán Cortés apresó al emperador Moctezuma y quemó en la hoguera a Cuauthémoc, su sucesor; el imperio inca del Perú se vino abajo el día en que Francisco Pizarro hizo asesinar a Atahualpa. Esas tiranías indígenas teocráticas tenían pies de barro, mientras que en Chile la muerte de Lautaro, el martirio de Galvarino, Caupolicán y otros toquis y loncos no acabaron con la resistencia. ¿Por qué?
Porque los mapuches vivían en comunidades dispersas y pacíficas en una galaxia comparable a la de los estudiantes de hoy, repartidos en colegios, escuelas, sedes, universidades. Cuando los incas pasaron al sur del Maule y el día en que los españoles pisaron sus territorios, los mapuches se alzaron como una ola incontenible. Dos gobernadores y 30.000 soldados españoles perdieron la vida en esa guerra, más que en la conquista de todo el resto de América… ¡Del lado mapuche murieron 200 mil!
Los conquistadores creían que los “indios aucas” los recibirían agradecidos, así como la dictadura y los gobiernos de
Sin reyes ni tiranos, ante el peligro los loncos mapuches ventilaban sus opiniones en un parlamento que duraba varios días. Ercilla, el español que los admiraba, escribe en su poema
Los impacientes como Tucapel querían cruzar el océano para aniquilar a España misma, mientras el anciano Colocolo moderaba los ánimos. Definida la estrategia, los loncos elegían al líder física y mentalmente fuerte que los dirigiría en la guerra. Rubén Darío exaltó la singular democracia mapuche al describir la prueba del tronco en su poema Caupolicán: “Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día, / le vio la tarde pálida, le vio la noche fría, / y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán. // ‘¡El Toqui, el Toqui!’, clama la conmovida casta. / Anduvo, anduvo, anduvo.
Acabado el debate, las tropas de todos los mapus quedaban bajo el mando del generalísimo. Así Lautaro derrotó y dio muerte al conquistador Pedro de Valdivia y, medio siglo más tarde, Pelantaro arrinconó al gobernador Martín García Óñez de Loyola, lo venció y le dio muerte en la batalla de Curalaba, en 1598. El butamalón victorioso dirigido por Pelantaro destruyó las “siete ciudades de arriba” fundadas por los españoles en
Al estilo mapuche, el butamalón de los estudiantes universitarios y secundarios se ha gestado en elecciones y asambleas realizadas en los distintos establecimientos. Como nuestros ancestros indígenas, los dirigentes estudiantiles dan pruebas de decisión y flexibilidad, apoyados por la mayoría de los chilenos.
Durante la guerra de
Los mapuches eran pragmáticos y entre dos combates negociaban con las autoridades españolas, torpes y debilitadas como el actual gobierno de Chile, a las que arrancaron 28 tratados que reconocían sus derechos. Hoy, las huestes estudiantiles desplegadas están resueltas a conquistar una victoria que no consista en parches y paños tibios, sino en una real transformación de la educación chilena. Guiada por el interés público y no por el lucro, esa educación ha de ser la que el país necesita: moderna, de alta calidad, no discriminatoria, abierta a todos.
Como los toquis del pasado, los líderes estudiantiles gozan de autoridad y prestigio. Entre ellos sobresale una mujer, heredera de Yanequeo, la que se puso a la cabeza de las falanges mapuches con estas palabras citadas por el jesuita Diego de Rosales: “Yo seré la primera en los peligros y la última que de ellos me retire”.
* Por Eduardo Labarca, autor de la novela histórica Butamalón.