Noviembre 9, 2024

El duro aprendizaje de la derecha

piera_consejogabinete600

piera_consejogabinete600La derecha no sabe gobernar en condiciones democráticas. La derecha y la democracia son divergentes. No se logran encontrar. En otros tiempos, los desórdenes de los estudiantes habrían sido acallados con métodos mucho más eficaces que lo usados hasta ahora. No habría habido el escándalo de las  multitiendas y las tendencias de ciertas  empresas a hacer encuestas complicadas no tendrían ninguna cabida.

 

 

 

 

Se habrán arrepentido quienes apoyaron a Sebastián Piñera en el lío de manejar el país cuando la Concertación lo hacía tan bien. Habrán aprendido lo que ocurre cuando se obedece a la megalomanía de un magnate que cacarea acerca de la razón del servicio público, extraña cosa que la derecha no tiene ni puede tener.

 

De no haber reglas con rasgos democráticos, sería suficiente la sombra de miedo que proyecta la derecha desde que el tiempo es tiempo, para advertir a los osados que hay gentes con la cuales no se juega. Es cosa de recordar que durante casi veinte años se inoculó una cultura que advierte que los excesos y las licencias desmesuradas tienen un precio que tarde o temprano se paga.

 

La derecha nunca duerme. Parece que reposa, pero en realidad se oculta en un acolchado silencio a la espera de tiempos más propicios para el zarpazo que deja las cosas en orden. Pero cuando accede a gobiernos que se rigen por reglas extrañas, la cosa se le complica y entonces se desvela. La democracia y su juego de alternancias, diálogos y tolerancia, les parece otro idioma

 

La derecha padece de una genética falta de aceptación ante lo que no se ajusta a sus principios y métodos, los que, como se sabe, son contrarios a la idea de una democracia en que las diferencias son la base de la convivencia entre personas. Recordemos al flamante ministro vocero, lazando groserías, amenazas y piedras a varios obispos que habían manifestado su oposición a la dictadura.

 

Es que la derecha tiene por la fuerza bruta una especial fascinación. Adora la voz de mando, el liderazgo fuerte que toma decisiones certeras sin pensar en los daños colaterales. Su idea de líder tiene su mejor ejemplo en el oficial que ordena a su tropa bajo su mando, sin que nadie diga esta boca es mía.

 

Por esos las Fuerzas Armadas siguen siendo la retaguardia estratégica de la derecha. Ahí no tienen cabida los débiles ni los portadores de ideas que relativizan el poder del mando. Y por eso en la Iglesia mantiene su reserva moral. En esta institución tampoco se pone en duda la infalibilidad de sus jefes y la condición de obediencia ciega de sus seguidores. Y por eso recrean en sus empresas los extraños y misteriosos laberintos de sus templos y regimientos de manera que sus estructuras también tienen esa cosa oculta que las hace invulnerables.

 

Mucho antes de entrar a la política o a los negocios, es en la casa paterna donde se forja la rudeza de la que hace gala la derecha. Hombres bien hombrecitos y mujeres de su casa, desde la más tierna infancia el nacido en esas cunas doradas saben el rol que tienen predestinados en la cúspide de la escala humana. Y saben también que en la base de ésta subsisten por el infranqueable orden de la naturaleza, aquellos que tienen por sino contribuir con su pobreza al sostén de esa misma pirámide.

 

Por eso la desazón de muchos ante el desorden y la falta de disciplina que de tarde en tarde hacen gala los insumisos estudiantes y uno que otro trabajador. Por eso esa genuina molestia ante aquellos que no entienden que las cosas tiene su orden y que modificarlo es una estéril conducta antinatural. Por eso les resulta tan extraño a los más extremos de sus representantes que gente como ellos acepten meterse en problemas que son de suyo complejos por cuanto se debe tratar con personas que de tarde en tarde hacen saber su descontento por la vía del desorden y  las manifestaciones.

 

La de derecha es gente de pocas palabras y de mucha acción, y cuando los casos de desorden desbordan sus intenciones, echan mano a sus socios amaestrados en el arte de  la genuflexión, a pesar de auto erigirse como de oposición. De esas oportunidades han emergido joyas notables de este tiempo, traducidas en artilugios para ponerse de acuerdo y disminuir y en el mejor de los casos, extinguir, conatos de motines democráticos.

 

La derecha tiene un no sé qué fascinante a pesar de su mala prensa cultivada con esmero a través de la historia republicana de este país. Mucho ha contribuido para el efecto el reguero de explotación ignominiosa, la depredación de cuanto pueda significar ganancia, la usurpación de vastos territorios ocupados militarmente en el sur, y las matanzas históricas que rara vez aparecen en los libros de historia.

 

La última de estas incursiones tuvo su estreno oficial un día martes once de septiembre cuando los aviones de la Fuerza Aérea bombardearon La Moneda, y durante los tenebrosos diecinueve años siguientes en que la aspereza de los soldados dejó su huella para demostrar de lo que es capaz la derecha cuando las cosas se les salen de control.

 

Por eso las cosas no les salen bien cuando actúan en formato democrático. Tendrán que corregir lo hecho hasta ahora y buscar la manera de retomar el camino anterior, cuando las cosas habían estado tan bien sin tener que vérselas con sujetos indeseables que salen a las calles y gritan y exigen. Y sin encuestas que bajan y bajan y bajan.

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