Escribió Sabato:
“Un conocido revolucionario del siglo XIX llamado Karl Marx, a quien nadie puede acusar de proclividad pequeñoburguesa, recitaba a Shakespeare de memoria, se extasiaba con Byron y Shelley, elogiaba a Heine y consideraba a ese reaccionario de Balzac como un admirable gigante. Y tanto él como F. Engels se lamentaban de que un genio como Goethe se rebajase al filisteísmo y a los honores de su pequeño ministeriazgo ducal. No ignoraban sus contradicciones humanas y filosóficas, sabían perfectamente hasta qué punto Goethe era un artista de las clases reaccionarias; pero no obstante lo amaban y admiraban, lo consideraban como una contribución definitiva a la cultura de la humanidad.
Hermosa lección para ciertos revolucionarios de bolsillo.
Pienso que el signo más sutil de que una sociedad está ya madura para una profunda transformación social es que sus revolucionarios se revelen capaces de comprender y recoger la herencia espiritual de la sociedad que termina. Si eso no sucede, la revolución no está madura (El escritor y sus fantasmas) ” .
A días de su deceso, he querido recordar y difundir este mensaje. Ojalá muchos revolucionarios del siglo pasado hubiesen leído estas palabras. Como partícipes y herederos, hemos sentido la caída del real socialismo; por sus propios méritos, en gran parte. Uno de los motivos es la represión a todo agente contrario, el desprecio y prohibición de estas ideas disímiles al régimen que se desea implementar. Y así mismo llegamos al caso de Stalin, dictador asesino que a tantos de su bando, por diferencias y conflictos de poder, mandó a matar; entre ellos a Trotsky. Lenin, demasiado tarde, se percató del peligroso carácter de su camarada:
“El camarada Stalin, desde que llegó a secretario general, ha concentrado en sus manos un inmenso poder, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con prudencia.(…) Stalin es demasiado brutal, y este defecto, tolerante en las relaciones entre comunistas, es inadmisible en el puesto de secretario general. También propongo a los camaradas en la forma de desplazar a Stalin y de nombrar en ese puesto un hombre que presentara, desde ese punto de vista, la ventaja de ser más tolerante, más leal, más educado, más atento hacia los camaradas, menos caprichoso, etc.” (Lenin. Cartas de 23 al 26 de diciembre de 1922, dirigidas al XIII Congreso del PCUS.)
Pero no vayamos tan lejos, ni a un caso tan extremo. Cuba también es un ejemplo de la supuestamente necesaria restricción de ciertos temas y acciones. Y no dejo de considerar las amenazas externas del tío Sam, de las que ha sido necesario defenderse, o los frenos al libre mercado. No hablo de prohibirle a los ricos que se enriquezcan explotando al pobre y obligarlos a compartir, eso hay que hacerlo si se quiere avanzar en equidad. Aunque ojalá pudiésemos prescindir de una ley sancionadora. Ojalá los hombres no fuésemos tan proclives a sucumbir ante un poco de poder, ojalá fuésemos solidarios per se. Hablo de la libertad de expresión, en las artes, en los medios de comunicación. Y he aquí que Sábato viene como anillo al dedo. Podría hacer un recorrido más largo, buscar más ejemplos en este neoliberal y globalizado siglo XXI. Seguro los casos abundan en Occidente, si bien de manera solapada. Chile, por ejemplo. Los medios de comunicación masivos y hegemónicos representan a un sector de poderosos, que son los dueños del país, que todo lo tranzan (incluso nuestra salud) en un libre mercado desregulado por el Estado: los grupos Edwards, COPESA y Luksic (entre otros). La represión no la dicta una ley, sino que la propician las condiciones económicas.
Quiero terminar recordando a otro grande, Salvador Allende; porque ante tanto revolucionario de bolsillo, siempre es bueno rememorar la imagen de uno de tomo y lomo. Frente al eminente complot por parte de los grupos de poder nacionales y extranjeros, Allende los dejó hablar. Dejó que El Mercurio y otros medios difamaran y mintieran; tensionando el clima, sembrando incertidumbre y temor. Todo el que quisiese expresar su desacuerdo podía hacerlo, porque así son las verdaderas democracias y así son las verdaderas revoluciones.