Noviembre 1, 2024

Sábato y la revolución

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 sabatotunelEscribió  Sabato:

 

“Un  conocido  revolucionario  del  siglo  XIX  llamado  Karl  Marx,  a  quien  nadie  puede  acusar  de  proclividad  pequeñoburguesa, recitaba  a  Shakespeare  de  memoria, se  extasiaba  con  Byron  y  Shelley, elogiaba  a  Heine  y  consideraba  a  ese  reaccionario  de  Balzac  como  un  admirable  gigante. Y  tanto  él  como  F. Engels  se  lamentaban  de  que  un  genio  como  Goethe  se  rebajase  al  filisteísmo  y  a los  honores  de  su  pequeño  ministeriazgo  ducal. No  ignoraban  sus  contradicciones  humanas  y  filosóficas, sabían  perfectamente  hasta  qué  punto  Goethe  era  un  artista  de  las  clases  reaccionarias; pero  no  obstante  lo  amaban  y  admiraban, lo  consideraban  como  una  contribución  definitiva  a  la  cultura  de   la  humanidad.

 

 

 

 Hermosa  lección  para  ciertos  revolucionarios  de  bolsillo.

 

 

Pienso  que  el  signo  más  sutil  de  que  una  sociedad  está  ya  madura  para  una  profunda  transformación  social  es  que  sus  revolucionarios  se  revelen  capaces  de  comprender  y  recoger  la  herencia  espiritual  de  la  sociedad  que  termina. Si  eso  no  sucede, la  revolución  no  está  madura (El  escritor  y  sus  fantasmas) ”  .

 

 

A  días  de  su  deceso, he  querido  recordar  y  difundir  este mensaje. Ojalá  muchos  revolucionarios  del  siglo  pasado  hubiesen  leído  estas  palabras. Como  partícipes  y herederos, hemos  sentido  la  caída  del  real  socialismo; por  sus  propios  méritos, en  gran parte. Uno  de  los  motivos  es  la  represión  a  todo  agente  contrario, el  desprecio  y  prohibición  de  estas  ideas  disímiles  al  régimen  que  se  desea  implementar.  Y  así  mismo  llegamos  al  caso de  Stalin,  dictador  asesino  que  a  tantos  de  su  bando, por  diferencias y conflictos  de  poder, mandó  a  matar; entre  ellos  a  Trotsky.  Lenin, demasiado  tarde, se  percató  del  peligroso carácter  de  su  camarada:

  

“El camarada Stalin, desde que llegó a secretario general, ha concentrado en sus manos un inmenso poder, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con prudencia.(…) Stalin es demasiado brutal, y este defecto, tolerante en las relaciones entre comunistas, es inadmisible en el puesto de secretario general. También propongo a los camaradas en la forma de desplazar a Stalin y de nombrar en ese puesto un hombre que presentara, desde ese punto de vista, la ventaja de ser más tolerante, más leal, más educado, más atento hacia los camaradas, menos caprichoso, etc.” (Lenin. Cartas de 23 al 26 de diciembre de 1922, dirigidas al XIII Congreso del PCUS.)

 

 

Pero  no  vayamos  tan  lejos, ni a  un caso  tan extremo. Cuba  también  es  un  ejemplo  de  la  supuestamente  necesaria  restricción  de  ciertos  temas  y  acciones. Y  no  dejo  de  considerar  las  amenazas  externas  del tío  Sam,   de  las  que  ha  sido  necesario  defenderse,  o  los  frenos  al  libre  mercado. No hablo  de  prohibirle  a  los  ricos  que  se  enriquezcan  explotando  al  pobre  y  obligarlos  a  compartir, eso  hay  que  hacerlo  si  se  quiere  avanzar  en  equidad.  Aunque  ojalá  pudiésemos  prescindir  de  una  ley sancionadora. Ojalá  los  hombres  no  fuésemos  tan proclives  a  sucumbir  ante  un  poco  de  poder, ojalá  fuésemos  solidarios  per  se. Hablo  de  la  libertad  de  expresión, en  las  artes, en  los  medios  de  comunicación. Y  he  aquí  que  Sábato viene  como  anillo  al  dedo.  Podría  hacer  un  recorrido  más  largo, buscar  más  ejemplos  en este  neoliberal y  globalizado  siglo  XXI. Seguro  los  casos  abundan en  Occidente, si bien  de manera  solapada. Chile, por  ejemplo. Los  medios  de  comunicación  masivos  y  hegemónicos  representan  a  un sector  de  poderosos, que  son  los  dueños  del  país, que  todo  lo tranzan (incluso  nuestra  salud) en  un  libre mercado  desregulado  por  el  Estado: los grupos  Edwards,  COPESA y Luksic (entre  otros). La  represión  no  la  dicta  una ley, sino  que  la  propician  las  condiciones  económicas.

 

 

Quiero  terminar  recordando  a otro  grande, Salvador  Allende; porque  ante  tanto  revolucionario  de  bolsillo, siempre  es  bueno  rememorar  la  imagen  de  uno  de  tomo y  lomo. Frente  al  eminente  complot  por  parte  de  los  grupos  de  poder  nacionales  y  extranjeros, Allende  los  dejó hablar. Dejó  que  El  Mercurio y  otros medios  difamaran  y mintieran; tensionando el clima, sembrando incertidumbre  y  temor. Todo  el  que  quisiese  expresar  su  desacuerdo  podía  hacerlo, porque  así  son  las  verdaderas  democracias  y  así  son  las verdaderas  revoluciones. 

 

 

 

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