El temor a Humala es generalizado en la región. Le teme en primer lugar la burguesía peruana y la gente de Lima. Le teme la oposición boliviana. Y le teme buena parte de los políticos e inversionistas chilenos. También las bolsas. Por eso, también, “el susto” de los grandes medios.
Piñera, que no pudo quedarse callado sobre las elecciones en un país vecino, al aparecer atacándolo una semana antes de las elecciones, aumentó las posibilidades de Humala para entrar por la puerta ancha al Palacio Pizarro. De allí que El Mercurio le diera un raspacachos.
Algo así como la mitad del Perú electoral está con Ollanta Humala, y algo así como la otra mitad está contra Ollanta Humala.
Humala sacó un 47 por ciento en las elecciones de 2005, las últimas presidenciales, contra el 53 por ciento de Alan García, que ganó con el apoyo de todos los anti-humalistas. Si un 3 por ciento de los que votaron se da vuelta en su favor, Humala será Presidente.
En vez de unirse, los políticos peruanos partidarios del sistema imperante y más o menos partidarios del neoliberalismo de Alan García, levantaron en la primera vuelta cuatro candidatos para detenerlo.
Castañeda, el buen alcalde de Lima, parece con buena chance en la capital pero precisamente por ser limeño y algo torpe en sus análisis y propuestas, algo aparentemente bobo, tiene un techo bastante bajo y no será, al parecer, contendor de fuste de Humala.
Keiko Fujimori, hija distinguida del ex Presidente acusado de robos y crímenes que venció militarmente a Sendero Luminoso y casi pulverizó al Tupac Amaru, ha sido buena candidata, mejor de lo esperado, pero parece no dar suficiente confianza a todos los anti-humalistas y por tanto estar condenada a perder con Ollanta.
Kuczhinsky, ex ministro del derechista Belaúnde y del centro-derechista Toledo, un viejo (74) medio yanqui que ha tenido mucho éxito en los negocios en EEUU, Chile y también Perú, podría recibir, con dificultad pero podría, una votación parecida a la de Alan García hace cinco años. El miedo al cuco puede hacer milagros.
Sólo el ex Presidente Toledo, un blanco con cara de indio, un simplón meticuloso, un centrista derechista, un antiaprista que podría tener toda la votación del aprismo, un político que a nadie sorprendería porque nadie se hace ilusiones con él, podría derrotar a Humala, si saca los mismos votos que sacó Alan García o más.
No deja de ser significativo que en un país tan multirracial, donde la hegemonía cultural y económica corre por cuenta de los que se creen blancos (blanquiñosos), ningún blanco o blanca figure entre los tres primeros.
En el Perú nadie habla de “revolución” o “revoluciones”. Ni “revolución en libertad”, ni “revolución con olor a cebiche y papas a la huancaína”. En el Perú se vivió un duro y profundo proceso revolucionario, de conquista del poder y contrarrevolucionario, de defensa del poder, entre 1980 y los 90. Una revolución antisistémica, ni prosoviética, ni prochina ni procubana, ni aprista ni comunista, una revolución llena de odio contra todos los blanquiñosos, los reaccionarios y los reformistas, una revolución polpotiana que hizo temblar al país y que costó decenas de miles de muertos, heridos y desterrados, con atropellos por su lado y por el lado de quienes la derrotaron y se aprovecharon de ella (Fujimori, Montesinos y algunos altos mandos), una revolución más del Ande que de la ciudad, una revolución iniciada por una pequeña fracción de izquierda escindida del pequeño Partido Comunista Peruano encabezada por un blanco de nombre Abimael Guzmán, “el Presidente Gonzalo”, hoy en prisión. Era el Partido Comunista del Perú por el Sendero Luminoso de José Carlos Mariátegui. Así se llamaba.
Los millones de “cholos”, representados en esa revolución, están callados pero están allí. Mayoritariamente en el sureste del inmenso país, en el altiplano. A la izquierda de los partidos sistémicos, incluidos los de izquierda parecidos a los de nuestra izquierda. Y, sin duda, están más cerca de Ollanta Humala, el candidato nacionalista de las centro-izquierdas apoyado por las izquierdas socialistas y comunistas.
Humala, un joven ex militar, es muy distinto a Abimael, al que persiguió, y podría parecerse a Chávez pero se parece más a Velasco, el dirigente militar peruano que gobernó entre 1968 y 1975, nacionalizó el petróleo, manejó el cobre, intervino la industria pesquera, hizo una reforma agraria e independizó por años a las FFAA del tutelaje norteamericano. Un general que, en los años 73, 74 y 75 frenó a Pinochet, al que calificó de “Demonio de Los Andes”, el nombre del pisco peruano y el mote que los chilenos le pusieron a Andrés Avelino Cáceres, el oficial peruano que impidió, con indios detrás suyo, la toma chilena del Alto Perú, y que triunfó en La Concepción.
Ollanta Humala no es Abimael, no es Velasco, ni menos es Andrés Avelino Cáceres, y se ha moderado para pasar del 47 por ciento a más del 50 por ciento, pero asusta igual a los blanquiñosos de Perú, Bolivia y Chile. Y a los blanquiñosos que rodean a Obama.
Ismael Llona M.