
Da la impresión que los habitantes de nuestro país son capaces de aceptar cualquier cosa sin que haya una reacción de gente sana.
El presidente queda en pana de bencina en el helicóptero que pilotaba y su vocera dice que fue una parada normal. Alumna adelantada de la derecha más facha, miente con el descaro propio de quien se sabe impune.
Este hecho, como muchos otros, pasa a lo sumo como una humorada de la autoridad, una arista más del carácter del magnate acostumbrado al atropello y la prepotencia como manera de relacionarse con los que no son sus pares.
Chile y los chilenos nos acostumbramos de manera peligrosa a aceptar cualquier cosa. Las informaciones que recibimos de los medios de comunicación, en manos de los que mandan en todo lo demás, generan un estado parecido sonambulismo: pareces despierto, pero en verdad, duermes
La usurpación de lo que vendría siendo la voluntad del soberano en aquellas regiones donde se les cambió el parlamentario de un día para otro, por poner un ejemplo. Una serie de sujetos se reunieron y acordaron que la gente que votó por esos fulanos, valían callampa y simplemente cambiaron al senador o al diputado. Tras la paletada, nadie dijo nada. Inaugurada en los tiempos de la presidenta reina, esta anomalía pasó como si este fuera un acto tan normal como respirar.
Estas evidencias de lo putrefacto del sistema se suceden con una periodicidad pasmosa. Y con una impunidad que debería asustar. Atrás, muy atrás quedaron los escándalos de los gobiernos de
Monreros cuya predilección por los bienes públicos es casi legendaria, hacen su reaparición. Un puente pagado con exceso, casas fastuosas para albergar a un espartano jefe militar, equipamiento bélicos comprados con trampas, se suman a los casi olvidados eventos mafiosos en la oportunidad de la compra de los aviones F- 16 de
Da la impresión que el país se acostumbró a vivir así. Cabe preguntarse de qué envergadura debería ser un escándalo para llegar a sólo asombrarnos.
Las autoridades mienten con descaro, los militares violan una austeridad y honorabilidad que sucesivas denuncias ponen en duda, los políticos juegan a la silla musical riéndose del gilerío que votó por ellos, los empresarios asaltan a la gente que vive del fiado, suben los precios ya altos de la estafa llamada Transantiago, la derecha impone, de consuno con
Se trampea en el proceso de reconstrucción posterior al terremoto. Cual malabarista de semáforo, la autoridad juega con cifras tal si fueran pelotitas o clavas y luego se reclina para recibir aplausos. Sólo unos pocos se atreven a protestar.
¿Qué punto de la corrupción desatada será el que colme la paciencia y rompa con este cuarto de siglo de silencio parecido a la cobardía? ¿Qué debería pasar para que la indignación sana y sanadora, diga su palabra?
Chile es un país enfermo, de lo contrario, ante cada uno de los escándalos que a menudo se conocen accidentalmente, algo diría la gente, alguien protestaría haciendo saber su indignación.
La gente parece dormida pero, en verdad sufre el sonambulismo de las deudas. La gente parece que no le da importancia a estas cosas, pero, en el fondo tiene miedo. La ductilidad de la opinión de las personas, incluso a la fracción cada día menor que vota, es machacada cada día en la propaganda de la tele, en las noticias, en los cartelitos inofensivos que ofrecen créditos, los que sirven para pagar otros créditos. Y ese run run genera un estado de laxitud que hace mirara para el lado o, mejor aún, cerrar los ojos pero parecer despiertos.
Según Ruperto Tapia, en la pluma de Baldomero Lillo, el sapo la culebra y la lagartija son animales inamibles, es decir dejan sin ánimo. También lo hace el sistema.
Esa fragilidad medida con precisión por científicos de la manipulación, permite a los mandamases hacer lo que se les ocurra en el convencimiento que no pasará nada. Un sujeto promedio, tres tarjetas de pedir fiado y un crédito hipotecario, no va a salir a la calle así no más.
Nada de esto es casual. El largo castigo que sufre la gente, desde el mismo día en que