Noviembre 7, 2024

¿A quién enfrenta la revolución árabe?

No habrá fin del régimen, Mubarak no se va, los egipcios no están preparados para la democracia, sentencia el vicepresidente Suleiman, hombre de la CIA y candidato de Israel a suceder a Mubarak.

 

 

Parece inconmovible y hasta se muestra amenazante frente al movimiento insurreccional de las masas juveniles, los cada vez más diversos sectores del pueblo y ahora también obreros de las principales fábricas, que al pedir la salida de Mubarak expresan su rechazo total al ancient régime. Ellos lograron la proeza de superar el martes 8 el Nilo de masas movilizado en los 15 días anteriores, haciendo que la plaza Tahrir, esa extraordinaria escuela de cuadros revolucionarios, les quedara muy chiquita.

Pero, por favor, ¿es únicamente al régimen de Mubarak al que enfrenta esta gigantesca protesta? Si así fuera, ya aquel, Suleiman y muchos de sus cómplices se habrían visto obligados a la fuga precipitada para evitar ser civilizadamente enjuiciados, como exige la coordinación de asociaciones juveniles. Si Mubarak y los demás se han quedado es porque recibieron el guiño de Wall Street, la industria de guerra, el lobby sionista de Estados Unidos y su pares europeos. No es conveniente que se vaya ahora, ha dicho Hillary Clinton. Y qué decir de Israel, donde el pánico corroe a los jerarcas hasta el tuétano desde que se inició el movimiento en Túnez y Hezbolá se hizo con el control del gobierno de Líbano. Lo de Egipto los ha horrorizado. Nunca había producido la prensa israelí tanta gacetilla con las más melifluas loas a los tiranos árabes y los denuestos más irracionales contra los pueblos de la zona: su incapacidad para ejercer la democracia –coincidencia con su amigo Suleiman– y su inclinación natural al islamismo radical y la violencia.

Perdón, pero hay comparaciones que repiten inconscientemente los argumentos de la maquinaria mediática. Ninguno de los movimientos democratizadores de Europa oriental tuvo que desafiar a los centros principales del capitalismo mundial, como hoy lo hacen los egipcios para conseguir la libertad y la justicia. Al contrario, ha sido ampliamente documentado que recibían de estos y sus servicios secretos todo el apoyo moral, carretadas de dinero y asesoría política. En lo único que se parece la caída del experimento socialista europeo a la insurrección árabe es que aquella obedeció al agotamiento de ese experimento y esta a la agonía del capitalismo. El acelerador y el detonante de la cada vez más politizada insurrección árabe y egipcia han sido las espantosas consecuencias sociales de las políticas liberales del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En cambio, la caída de los regímenes del este europeo se debió al hastío de masas desencantadas y despolitizadas por la burocracia gobernante, en fin de cuentas responsable con Occidente de obsequiar a todos sus pueblos la democracia del capitalismo neoliberal, que los despojó de los derechos sociales que disfrutaban en cuanto a salarios, niveles de vida, sanidad, educación y seguridad social, cuando no de empujarlos a matanzas terribles como en la antigua Yugoslavia.

Reafirmo lo que decía en mi anterior nota: La revolución árabe está en sus comienzos y puede llevar tiempo la definición de su futuro, pero debo añadir que no es por falta de decisión y heroísmo, de aguda inteligencia política, de sensibilidad para percibir el peligro y firmeza para no ceder en los principios que se comprueba cada minuto en la plaza Tahrir. Es principalmente por la magnitud de los enemigos que enfrenta, espantados como se sienten Washington y el capital internacional de perder su dominio sobre esta zona de excepcional importancia estratégica por sus ricos yacimientos de petróleo, el canal de Suez y el estrecho de Ormuz –yugulares de la economía capitalista– y su ubicación entre Europa, África y Asia.

Pero por más que la contrarrevolución maniobre, que veamos altas y bajas en los movimientos, ya no hay vuelta atrás. Los pueblos árabes quieren todos los derechos humanos. A un trabajo digno y una vida decente, a participar en las decisiones de países soberanos y no títeres del imperialismo, como son la mayoría de sus gobiernos. A lograr la paz con Israel sí, pero con dignidad, sin ceder un ápice de los derechos palestinos, incluyendo el retorno de los refugiados, contenidos en las resoluciones de la ONU. Por eso los egipcios, en un plebiscito, rechazarían en masa los acuerdos de Campo David, artera capitulación de El Cairo ante Washington y Tel Aviv.

 

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