El movimiento estudiantil está entrampado en su propia indecisión política. Porque de eso se trata: de política.
El Gobierno y el ministro Beyer le están dando una guerra de usura que lo lleva al reflujo y los dirigentes estudiantiles no logran darse una táctica que les permita acomodar medios para preservar los fines. Es decir, saber aprovechar el apoyo del orden del 80% que tienen en la sociedad para obtener la ansiada educación pública, gratuita y de calidad.
Nunca un movimiento social había obtenido tanto apoyo por parte de la ciudadanía en una coyuntura política tan favorable para avanzar tras sus objetivos tan loables y, sin embargo, después de casi dos años de conflicto avanzar tan poco.
Después de cada movilización es siempre lo mismo. Los medios determinan el marco de sentido y significación del “conflicto”; muestran sin explicar el fondo de los “incidentes” y focalizan y repiten una y otra vez en la pantalla las escenas de “violencia de los vándalos”. Chadwick se aprovecha para obviar lo esencial del problema y dirigirlo al tema de la “violencia de las marchas”. Y Boris y Camila u otros deben responder siempre lo mismo: “no propugnamos la violencia como forma de presión”. En este esquema gana Piñera, los empresarios y la lógica de la ganancia en la educación. Pierden Chile y sus jóvenes generaciones.
La dureza del gobierno, su intransigencia neoliberal; que no escucha o no negocia de buena fe no son argumentos que valgan para justificar la pérdida del impulso inicial de las poderosas movilizaciones que sacudieron el país y mostraron al mundo que Chile puede ser un país faro en la lucha por reconquistar derechos democráticos y sociales perdidos desde la dictadura.
Entonces, aquí ya se instaló un problema de conducción del movimiento y de falta de perspectivas claras. Hay confusión. Repitámoslo. El adversario no es un Gobierno exitoso. Todo lo contrario, es un gobierno casi en fase moribunda. Podría caerse con un chirlo social (situación que aterroriza no sólo a la oligarquía sino a Escalona y a sus huestes concertacionistas). Piñera y su piño entregan cada día signos de debilitamiento y manotazos de ahogado. El aire que se respira en la Moneda es nauseabundo: de corrupción y negociados kafkianos. En definitiva, el Gobierno de Piñera ha provocado una profunda crisis de legitimidad del régimen post dictadura que la derecha gobiernista, los militares y la Concertación pactaron.
Más claro aún, si el movimiento estudiantil no rompe con el cerco que él mismo ha contribuido a forjar a sabiendas de que éste es un Gobierno que no cede, puesto que su carácter mismo lo lleva a preservar los pilares de la empresa privada y el lucro como modelo social, la relación de fuerzas entre el Estado y el movimiento social afectará al movimiento social.
La indignación fue buena para el año pasado. Si esto sigue tal cual, estaremos en presencia de una derrota o de un harakiri social. Tampoco es válida la tesis de que hay que “organizar el reflujo”. Hay que hacer ahora lo que la situación concreta impone para no defraudar subjetivamente al movimiento y sus miembros (el lastimero y quejoso estamos ante un Gobierno que recibe nuestras propuestas con indiferencia” o “debemos prepararnos para el año próximo”).
La salida es una sola. El movimiento estudiantil (los universitarios y secundarios) debe retomar su práctica asambleística que lo vieron nacer fortalecido para convocarse de manera ampliada y motivarse un fin de semana a lo largo de todo el país. En la tabla, un sólo punto: la preparación de una campaña y un plan de urgencia que convoque e interpele con el poder unitario de la demanda estudiantil a toda la ciudadanía y a las organizaciones sociales y sobretodo a los trabajadores, ausentes hasta hoy en la movilización. De manera prioritaria hay que emplazar a las cúpulas sindicales, partidos políticos y organizaciones sociopolíticas y ciudadanas que han florecido estos últimos meses. Si éstas son democráticas, deben saber cómo convencer y movilizarse para que los trabajadores paren uno o dos día enteros, que los ciudadanos caceroleen y los militantes y miembros ayuden a preparar el plan en marcha.
Ahí, en esa dinámica social generada por quienes quieren romper el cerco, se articula y DESECTORIALIZA la demanda estudiantil. Se homologa y potencia con todas las otras legítimas. Entre ellas la de la libertad por los luchadores mapuche que se mueren en la indiferencia social, la de Asamblea Constituyente, la de un nuevo Código del Trabajo, de renacionalización del cobre, las de las mujeres, etc. Así se rompe con la lógica fragmentadora del neoliberalismo que dispersa, desune, debilita y confunde. Además, es así como convergen las luchas y se construye fuerza propia y poder.
Ahora bien, Si Uds., jóvenes dirigentes estudiantiles no quieren construir poder (ciudadano, popular, estudiantil, constituyente o como se le llame, es lo mismo) váyanse para la casa y precipiten nuevas elecciones. En la medida que la fuerza acumulada por la acción colectiva es poderosa, todo es posible. Lo otro es aceptar lo que un joven filósofo de 18 años al comienzo del Renacimiento (1521) combatió con las armas de la crítica y demostró cómo funciona y cuáles eran sus efectos subjetivos: La Servidumbre Voluntaria (Etienne de la Boétie).