La histeria y violencia con que el régimen ataca a los estudiantes confirma que el escenario para que las movilizaciones estudiantiles, que siguen sin tener respuesta a sus demandas, se incrementen, es el mejor del último tiempo.
El régimen no puede tolerar movilizaciones en momentos en que arrecia la campaña electoral con su caras bonitas, risitas fotoshopeadas, ofertas desvergonzadas y mentiras a granel y empaquetadas.
Ese momento sagrado en que se echa a correr la sillita musical que parece que cambia las cosas, pero en verdad las deja donde mismo, no puede generar toda su esplendorosa majestuosidad con estudiantes levantando sus demandas desoídas sistemáticamente por casi todo el mundo político.
De nuevo personajes extraños saldrán casa por casa diciendo que sí a todo y prometiendo soluciones de inmediato, sabiendo que en el actual orden no hay posibilidades de cambios reales. Mientras eso pasa, los estudiantes de la Enseñanza Media se juegan la vida en esas movilizaciones. De perder sus peleas los estudiantes de hoy, serán los explotados, pobres y desesperanzados de muy pronto. No es como dicen los ministros una pataleta juvenil de exaltados y violentistas. Es la vida que viene.
Hay que entender entonces el escenario electoral como propicio para reponer la discusión acerca de la educación y su rol en la sociedad. Y salir al paso de la embestida que intenta poner a los estudiantes enfrentados a la población. Y decir con todas sus letras que la violencia es consustancial a un sistema que se basa en el lucro, sin detenerse en cuestiones de carácter moral al momento de saquear las vidas de las personas y reducirlas a un continuo miserable de pagar deudas que pagan otras deudas.
Los estudiantes deben hacer sentir su bronca contra el sistema político que los ha abandonado, que les ha dado la espalda y que les responde con la indiferencia propia de quienes se consideran los únicos ganadores.
Los estudiantes deberían proponerse estar en cada acto en que los candidatos se dispongan a sacar sus culebras, ofertas y oropeles. Deberían usar su condición de multitud enrabiada. Y disponer esa energía para funar del modo más maravilloso a un sistema que los desprecia. Y que si pudiera, hace rato que les habría corrido bala.
Si los estudiantes no pelean, que se vayan olvidando del futuro. Si ocurre lo mismo que el 2006, cuando quienes se decían sus amigos y mostraban sus risitas ordenadas para ofrecer cambios, finalmente terminaron traicionándolos de la manera más ruin. Prueba de ello es que las cosas no sólo no cambiaron, sino que empeoraron.
Y los estudiantes de hace seis años, o son hoy prisioneros de las deudas con instituciones educacionales de dudosa calidad, se baten en trabajos de sueldos miserables y largas jornadas laborales o mantienen una vida precaria en la cual no está ajena la desesperanza y la incerteza del futuro.
Las elecciones de alcalde, dado que no hubo suficiente decisión de incorporarse a ellas y disputar ahí el poder, deben aprovecharse para la denuncia y la propuesta. Deberían transformarse en un momento en que los estudiantes pidan la palabra. Y que busquen entre la gente el apoyo necesario.
Hoy, curiosamente y por una única vez, la gente votará si le da la gana. Se abre una posibilidad inédita para que la chusma abusada, despreciada, reprimida y ninguneada, haga valer su decisión de darles la espalda, de decirles que no con su no voto, que ya es hora que las cosas comiencen a cambiar y que son los estudiantes, a falta de los trabajadores, los que encabezan esta decisión.
En breve, se multiplicaran los casa a casa, los eventos musicales, las acciones de apariencia inocente, los mitines en las plazas. Cada una de esas actividades deberían servir de plataforma para que los estudiantes de la enseñanza media llamen a la buena gente que los apoya a no votar por quienes no han hecho otra cosa que agredirlos, ofenderlos, apalearlos, y despreciarlos.
Los estudiantes tienen el derecho de hacer oír su voz. A pasar por sobre los empeños de la prensa rastrera que hace esfuerzos denodados por ponerlos como violentistas irresponsables y ocultar sus demandas de la manera más inmoral.
Los estudiantes de la Enseñanza Media contra quienes la policía desquiciada descarga una violencia irracional por orden del Ministro del Interior, tiene en sus manos la forma de pasarles la cuenta.
Pueden y deben ir casa a casa para pedir que la gente no vote. Y desplegar sus razones que superan hasta el infinito a aquellas que esgrimen quienes se consagran como candidatos y que jamás han hecho algo por cambiar el destino de los muchachos, pero que han hecho de la mentira, la manipulación y el engaño, el recurso que le permite vivir a salvo de los sobresaltos en que sí viven sumidos los estudiantes y sus familias.