En los años 80 comenzó a cristalizar una visión estridente y casi unánime sobre las virtudes de un capitalismo sin restricciones.
El argumento central en esta perspectiva era que el mercado capitalista permitiría salir del estancamiento en que había caído la economía mundial en los años 70. Había que restarle facultades al Estado y recortar su tamaño para liberar las fuerzas del mercado capitalista. Aún hoy, en medio de una crisis global, esta enorme falsificación histórica sigue confundiendo a muchos.
La corrupción de la historia ha sido, desde tiempos inmemoriales un instrumento de dominación y control. En la globalización neoliberal la propaganda oficial alcanzó un alto grado de eficacia difundiendo la idea de que el ciclo de negocios y la inestabilidad del capitalismo eran cosas del pasado. La realidad era otra: el sistema capitalista mundial ha venido hundiéndose cada vez más en sus contradicciones. La primera evidencia está en la disminución de la tasa de crecimiento en todas las economías y regiones del mundo a partir de 1973 (con la excepción de los países asiáticos que mantuvieron la rectoría del Estado sobre la economía).
¿Por qué se redujo la tasa de crecimiento a partir de 1973? La respuesta pasa por la evolución de la tasa de inversión. La formación de capital fijo no residencial en los países de la OCDE presenta una trayectoria declinante y pasa de 5.7 por ciento entre 1950-1973 a sólo 2.4 por ciento entre 1973-2005.
Entre los factores que explican esta evolución de la tasa de inversión se encuentra la saturación de mercados. A partir de los años 70, en los países de capitalismo desarrollado la demanda de bienes de consumo duradero (automóviles, electrodomésticos) se reduce a una demanda de simple reposición. Desaparece el dinamismo que había en la posguerra cuando nuevas capas sociales tuvieron su primer acceso al consumo de estas mercancías. A partir de los años 70 la demanda de bienes de consumo duradero y no duradero (alimentación, vestido) estuvo gobernada por el crecimiento de la población.
En otras palabras, durante lo que se ha dado en llamar la época dorada del capitalismo (1950-1973) el motor del crecimiento fue una demanda insatisfecha que era insostenible y, en todo caso, excepcional. Una parte de esa demanda provino de la reconstrucción en Europa y Japón. La demanda reprimida por la depresión de los años 30 y por los rigores de la segunda guerra también jugó un papel importante.
Otro factor clave en esos años de rápido crecimiento fue la política macroeconómica de manejo de la demanda agregada para atenuar los efectos de los ciclos de negocios. Pero en los años 70, cuando se saturaron los mercados, este enfoque macroeconómico resultó insuficiente para mantener la demanda. El resultado fue la recesión con inflación de los años 1974-76, la primera contracción del PIB desde el fin de la segunda guerra mundial.
Esto marcó el retorno de la ortodoxia en materia de política monetaria y fiscal, con su reclamo prioritario de achicar al Estado. En los hechos, mientras se mantenía la retórica de un rechazo a la intervención del Estado en la vida económica (que supuestamente era la marca del keynesianismo) nunca se eliminó el apoyo y protección al sector privado en su búsqueda de espacios para preservar o aumentar la tasa de rentabilidad.
Como hemos señalado, en los decenios de la globalización neoliberal la tasa de expansión económica nunca recuperó los niveles de los ‘años dorados’. En un entorno de semi-estancamiento, la globalización también condujo a patrones de sobre-inversión en casi todas las ramas de la industria. A escala mundial hoy existe exceso de capacidad de producción en la industria automotriz, siderúrgica, de vidrio, aluminio, cemento, barcos, químicos inorgánicos, plásticos, fibras sintéticas, electrodomésticos, aviones y telecomunicaciones. En automóviles, por ejemplo, existe en el mundo capacidad para producir 94 millones de unidades, pero sólo se venden 60 millones. En fibra óptica la inversión ya realizada podría enfrentar el crecimiento de la demanda por décadas.
En ningún país del mundo se deja caer la disciplina del mercado sobre esta capacidad excedente, ¿por qué? Por la sencilla razón de que eso revelaría el fracaso del capitalismo mundial para mantener un mínimo de seguridad en la generación de ingreso para las grandes masas de la población.
La crisis global que hoy marca con un signo de tragedia la vida de millones de personas no sólo es una crisis de un sector o de un nicho de mercado. No es sólo la crisis de la avaricia y la ambición desmedida. Es todo eso y algo más. Es la mutación patógena de un modelo económico que se nutre de desigualdad y desperdicio.
Cuando se toma conciencia de todo lo anterior se comprende la necesidad de denunciar la retórica sobre la ‘recuperación’. La crisis es el estado normal del capital. Urge preparar la transición hacia un efectivo control social sobre la inversión para alejarla del principio de la rentabilidad capitalista.