Monsieur Guefelstein, mi profe de Termodinámica en el Centro de Estudios Superiores Industriales de París, siempre iniciaba sus clases con la misma frase: “En el estado actual de nuestros conocimientos…” Con esa frase Guelf, como le llamábamos familiarmente, nos decía que no existe ninguna verdad trascendente, absoluta, definitiva, inmutable.
Guelf laburaba en el mayor acelerador de partículas del mundo, el CERN que dicen de Ginebra pero que está a 100 metros bajo tierra en territorio francés, cuyo Grand Collisioneur d’Hadrons (large hadron collider) da que hablar en estos días. Guelf también le titilaba los bajos a las partículas elementales en el Sincrotrón de la Facultad de Ciencias de Orsay. Con esto quiero decir que nos explicaba la física cuántica con humildad de científico, consciente como estaba que si no aparece el bosón de Higgs, el modelo estándar de la física de las partículas se va al pedo.
Algunos años más tarde, cuando las boludeces que leía en la prensa, escuchaba en la radio o presenciaba en la TV me llevaron a estudiar economía, me encontré con una actitud diametralmente opuesta. No hay nada en la economía que pueda entusiasmarte al punto de consagrarle una semana a su estudio, o bien perdiste la chaveta. Fue mi caso. Quise comprender qué diablos quieren decir todos los “expertos” que vienen a dar el coñazo con una jerga iniciática diseñada no para mostrar y demostrar, sino para ocultar la verdad y propagar un dogma.
Si escuchas la cháchara de algunos “expertos” con estudios en universidades que le venden diplomas a quién pueda pagarlos, incluyendo algunos subnormalitos, te das cuenta que se parecen a los curas que hablan en nombre de dios. Difunden la verdad absoluta. Dios lo dijo, en fin, se lo dijo a ellos, y así es. ¿Cómo podría ser de otro modo? ¿Quién puede dudar de la palabra de dios?
Con una ignorancia arrogante te cuentan que el desempleo tiene su origen en el pago de salarios excesivos, en la existencia de elementos perturbadores del mercado del trabajo (salario mínimo, legislación laboral, sindicatos, horarios de trabajo, reglas de higiene y seguridad, etc.) y que para generar empleo la única solución consiste en recurrir a la “flexibilidad laboral”(Harald Beyer dixit) y a la eliminación de cualquier obligación legal que pudiese provocarle urticaria a los patrones.
Del mismo modo, el mejor de los mundos se alcanzará cuando seamos capaces de establecer un mercado de libre competencia perfecta, sin reglas y sin controles. Para ello, si uno quiere avanzar rapidito, es de la más urgente urgencia hacer desaparecer el Estado en tanto representante del interés general. Entre otros porque el interés general no existe: sólo existe el interés individual que suele sentarse a la diestra de la santísima trinidad.
Si Chile se parece cada vez más a “la copia feliz del edén”, o sea a una copia mejorada del paraíso, es porque durante casi 40 años hemos avanzado mucho en la negación de la existencia del ser humano y en la afirmación de la verdad revelada que llaman mercado. De ese modo se puede explicar la baja del dólar por la subida del precio del cobre, y viceversa. O bien afirmar, como lo hizo María Olivia Recart, que el dólar es débil en razón de la fortaleza de la economía chilena. Gracias a la propagación del dogma, José de Gregorio tuvo la cara de sable necesaria para afirmar en la OCDE en París que los japoneses, con su desarrollo tecnológico y sus productos sofisticados, se equivocaron, y que Chile tiene razón en producir sólo materias primas.
A ninguno de estos subnormales le pasa por la calabaza que en una de esas se equivocan. Son economistas y, -contrariamente a Rafael Bergoing que hace un par de meses confesó sentirse un pelín avergonzado de serlo-, están orgullosos de portar sobre sus cabezas un embudo a guisa de gorrito. Ni siquiera se dan cuenta que en economía, -como en teología-, hace siglos que no se descubre nada nuevo. “Al principio era el caos…” y dale para adelante. En economía sigue siendo el caos y nos siguen contando el cuento de la libre competencia como otros cuentan que Jonás vivió adentro de una ballena.
Estos genios no dudan de nada, poseen la verdad revelada, son dueños de la verdad trascendente. Contrariamente a Guelf, no tienen que contrastar cada día la teoría a la realidad. “Eliminar las regulaciones bancarias permitirá una mayor liquidez financiera y la mejor circulación del crédito”, dijeron. A tal punto que Andrés Velasco, imitado en eso por Felipe Larraín, quería hacer votar una tercera ley de mercados financieros (MK III) para que Chile pudiese entrar de lleno en la comercialización de productos financieros derivados. Lo peor es que lo siguen pensando: no han sacado la cabeza por la ventana para mirar el mundo en el que viven. Nunca escucharon esa sabia frase que inicia las clases de los verdaderos científicos: “En el estado actual de nuestros conocimientos…”. Son portadores de la verdad absoluta. Y así nos va.
Louis Casado
Editor de Politika