He encontrado una clara coincidencia en casi todos los mensajes de principio de año divulgados en estos días por líderes políticos y articulistas de prensa: esperan un año aciago. Todavía más difícil que 2011
, dijo Angela Merkel.
Por su parte, el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, tras concluir su tarea de coordinar en 2011 tanto al G8 como al G20, ofreció un mensaje de fondo, poco usual en la circunstancia. Según la versión difundida en el portal del palacio del Eliseo, comenzó señalando una realidad poco admitida. Esta crisis, que es resultado de tres decenios de desórdenes globales en la economía, el comercio, las finanzas y la moneda; esta crisis inaudita, sin duda la más severa desde la segunda guerra mundial, esta crisis no ha concluido.
Agregó: Estoy lejos de subestimar las consecuencias que pueden tener sobre nuestra economía las agencias calificadoras de riesgo y las fluctuaciones de los mercados financieros [..,] pero advierto con claridad que no serán los mercados ni las agencias las que dicten la política de Francia.
Para puntualizar: No se trata de poner en marcha un nuevo paquete de reducción del gasto en 2011 […] Lo que hace falta es otorgar prioridad al crecimiento, a la competitividad, a la reindustrialización, que son los factores que permitirán crear puestos de trabajo y ampliar el poder de compra.
Además las acciones destinadas a atacar la desocupación y financiar el sistema de protección social, Sarkozy anunció: El sector financiero debe participar en la reparación de los daños que provocó. Es una cuestión de eficacia y de justicia; es también una cuestión de ética. Debe establecerse el impuesto sobre las transacciones financieras.
Sin señalarlo en forma explícita, trazó la hoja de ruta para hacer frente a la atroz coyuntura de la economía y las finanzas internacionales: abandonar los programas de ajuste recesivo, adoptar efectivas acciones anticíclicas, renovadas y fortalecidas y, entre otras medidas, hacer que el sector financiero contribuya a su financiamiento. No es probable, por desgracia, que este derrotero de política sea adoptado y decidido por el G20 en sus debates y reuniones de 2011. Dada la cada vez más evidente irrelevancia del Grupo, derivada en parte de la preponderancia en su seno de los enfoques más conservadores y convencionales, es probable que este tipo de propuestas ni siquiera sean discutidas. Sin embargo, señalan con claridad el rumbo que podría adoptarse para hacer frente a la perspectiva de un año aciago.
En otro texto, dedicado a analizar la creciente irrelevancia técnica y política del G20 ante las exigencias de una coyuntura dominada por la posibilidad de una recaída generalizada en la contracción económica, señalé tres instancias que, en el curso del año recién concluido, habían puesto de relieve esa incapacidad. Se trata de las siguientes:
La primera, examinada en su oportunidad en estas páginas, se produjo alrededor del fin de semana euro-estadunidense
de 6 y 7 de agosto. En sus vísperas se vivió una inestabilidad mayúscula en las bolsas de valores del mundo –cuyas cotizaciones registraron caídas de magnitud no vista desde los peores momentos de la Gran Recesión, provocadas por el peligro inminente de que la crisis de deuda europea alcanzara a países centrales, como Italia y Francia– y la pérdida del estatus crediticio triple A de la deuda soberana a largo plazo de Estados Unidos. El Grupo de los Siete (G7) trató de atajar la emergencia con un comunicado sustantivo, aunque a la postre ineficaz. En cambio, el G20, en una triste muestra de subordinación, decidió emitir como propia una declaración que se limitaba a copiar literalmente dos párrafos del comunicado del G7, sin ser capaz de añadir una sola idea o planteamiento original respecto de lo señalado por los voceros de las siete economías dominantes, que ya ni siquiera lo son tanto.
Un segundo episodio se registró a mediados de diciembre como parte de las secuelas de las repetidas cumbres de la eurozona. Se intentaba movilizar, sobre todo en Europa, alrededor de 200 mil millones de euros para incrementar los recursos del FMI destinados a hacer frente a las necesidades de financiamiento de la eurozona. No sin dificultades, los 17 países usuarios del euro comprometieron tres cuartos de esa suma, pero el Reino Unido se negó a efectuar contribución alguna, ya que preferiría hacerlo como parte de un esfuerzo más amplio, bajo los auspicios del G20
. Cameron sugirió también que los líderes de la eurozona actuaran con mayor decisión para enfrentar ellos mismos la crisis, más que buscar ayuda internacional
. No ha habido noticia pública de que el G20, ya bajo la presidencia mexicana, haya hecho algo a este respecto, prefiriendo -aparentemente- mantenerse al margen de una de las mayores amenazas para la economía global: la crisis del euro. Si uno se atiene a la página web de la presidencia mexicana del G20, no ha habido otras actividades más allá de organizar un seminario internacional y una reunión de sherpas a mediados de diciembre. Caben, a este respecto dos hipótesis: o, en efecto, todo mundo se fue de vacaciones y no hay actividades de las que pueda informarse, o se prefiere mantener bajo reserva las consultas y su contenido, lo que quizá sea más grave.
La tercera instancia es también muy reciente. En vísperas de Navidad se informó de nuevas demoras en el cumplimiento de los compromisos asumidos en la cumbre de Cannes en materia de regulación financiera, tanto en la UE como en Estados Unidos. Se trata de nuevos retrasos en la implementación de las amplias reformas de los mercados de derivados acordadas por el G20 con el propósito de sanear el sistema financiero después de la crisis de 2008. Ocurren en momentos en que se han intensificado las presiones de los bancos y otras instituciones contra esas reformas
, según informó el 20 de diciembre el Financial Times. Tampoco se tiene conocimiento de acción alguna del G20, cuya presidencia tiene facultades para revisar el cumplimiento de las resoluciones de las cumbres, para evitar que se difieran y la eventual evaporación de los compromisos asumidos. Mientras el G20 prefiere quedar al margen y tornarse irrelevante, el aparato financiero trasnacional impone sus prioridades.
No deja de ser significativo, a este respecto, que en la docena de mensajes de año nuevo de líderes políticos y de artículos analíticos sobre la perspectiva de 2012 que he leído no se encuentre referencia alguna al papel que correspondería jugar al G20 como principal instrumento para la cooperación económica y financiera internacional. En momentos en que esta cooperación es crucial, tal ausencia de referencia es otro presagio sombrío para un año aciago.