Diciembre 26, 2024

Bolsonaro y la sombra del cuartel

Al promediar la tarde del pasado jueves el equipo de comunicación de la presidencia divulgó una foto de Jair Bolsonaro en su lecho de hospital, firmando un papel. A su lado, un señor de traje oscuro, pulcramente afeitado y un tanto regordete, lo contempla con aire compenetrado. Su nombre es Jorge Oliveira, y en una de esas contradicciones típicas de un país típico, es el jefe de la Subjefatura de Asuntos Jurídicos de la Casa Civil. En idioma normal, asesor jurídico, el encargado de la revisión final de lo que firma el presidente.

 

 

 

Dicho eso, queda una pregunta: ¿qué tan importante era lo que firmó Bolsonaro y que no podría ser tratado por un vicepresidente ejerciendo interinamente su puesto? Nada, absolutamente nada. Esa podría ser otra de tantas jugadas de publicidad de un gobierno que todavía no dijo a qué vino, pero la imagen oculta sombras.

 

 

El gran esfuerzo para exhibir un Bolsonaro dispuesto a sacrificarse por el país, un soldado que pese a todo se niega a abandonar el campo de batalla, resultaría risible si por detrás de la pantomima no se disputase una feroz batalla por espacio y poder en un gobierno que tuvo el estreno más bizarro y desastroso desde el retorno de la constitucionalidad, hace ya 34 años.

 

 

De un lado está el núcleo político, en el cual la figura más visible es precisamente el ministro-jefe de la Casa Civil, Onyx Lorenzoni, figura oscura que viene de una carrera de diputado tan larga como gris.

 

 

De otro, el grupo de los militares, cuya figura más visible es precisamente el vicepresidente, Humberto Mourão, pero que tiene en otro general, Alberto Heleno, ocupante del Gabinete de Seguridad Institucional, el verdadero comandante.

 

 

En el medio, tratando de rodear al presidente con un muro que suponen insuperable, el trío de los muy beligerantes y polémicos hijos presidenciales, cuya capacidad de crear confusión y malestar se comprueba no sólo a cada día, sino que varias veces al día.

 

 

Y por fin, flotando sobre el clan, lo que incluye al mero mero Bolsonaro presidente, está la fuerte influencia de un astrólogo de extrema derecha, el hasta hace poco ignorado, más allá de las huestes de sus seguidores fanáticos, Olavo de Carvalho, que merecería un estudio aparte.

 

 

Vive desde hace unos 14 años en Estados Unidos, defiende teorías exóticas travestidas de alta erudición, y se transformó en una especie de gurú del clan a partir de su acercamiento con el hijo 03, Eduardo (el 00 es el padre, por supuesto, siguiendo la jerga de las casernas).

 

 

Todo eso podría servir de argumento para algo que, en manos de un buen guionista, se transformaría en una pieza de estridente humor. No faltarían ministros disparando extravagancias absurdas día sí y el otro también, asesores torpes diciendo y desdiciendo absurdos, y un presidente un tanto descerebrado, para describirlo de manera delicada.

 

 

Ocurre que no se trata de un argumento de ficción: es lo que se observa en el recién estrenado gobierno del más poblado, más extenso y económicamente poderoso país de América Latina.

 

 

¿Por qué la estrafalaria figura presidencial hace de cuenta que está trabajando normalmente mientras se recupera de una cirugía delicada, en lugar de licenciarse por el tiempo necesario y permitir que su vice asumiese interinamente sus funciones?

 

 

Por una razón sencilla: Mourão, el general vice, tiene vida propia, contradice con frecuencia lo que dice el capitán presidente, se mueve con desenvoltura en terrenos que para Bolsonaro son despeñaderos peligrosos.

 

 

Mientras el presidente era un fiasco ominoso en el Foro Económico Mundial realizado en Suiza hace pocos días, el vice lucía una imagen de sensatez y equilibrio en Brasilia.

 

 

Supo mantenerse al margen de las disputas dentro del partido de Bolsonaro, de las grescas entre el trío de hijos y el equipo ministerial, de los embates entre el súper-ministro de Economía Paulo Guedes y el Congreso.

 

 

Para colmar el vaso de turbulencias, el hijo 01, senador electo Flavio Bolsonaro, está metido hasta el cuello en un escándalo que va de la multiplicación inexplicable de su patrimonio a los lazos que lo unen a grupos paramilitares de exterminio en Río, irritando al bloque militar del gobierno.

 

 

Mourão, frente a semejante cuadro, gana apariencia de un oasis de serenidad. Contradice su jefe con la serenidad de los verdugos más eximios, refuerza la apariencia de ser más equilibrado y, por tanto, fiable que el presidente. Y cuenta, claro, con el silencioso respaldo de sus pares.

 

 

Todo eso es palpable, pero oculta otro peligro.

 

 

Si comparado a los aires de mentecato exhalados por Bolsonaro su vice surge como un intelectual refinado, la verdad es que se trata de un duro muy duro, con el detalle de ser hábil. Troglodita, sí; bruto, no.

 

 

Empieza a crecer en el horizonte la imagen de un Bolsonaro tutelado por los militares. Es precisamente ese el espacio destinado al vice por quien efectivamente tiene el control de la situación: la caserna.

 

 

Pobre país despedazado, ese mío.

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