Estamos frente a la última fase del desarrollo de un proceso golpista que comenzó durante el gobierno de Hugo Chávez cuando lo derrocaron y detuvieron antes de ser derrotado por la movilización popular. Ya entonces los golpistas decían enfrentar una dictadura a pesar de que hacían manifestaciones y participaban en sucesivas elecciones que siempre perdieron y que cuando ganaron no fueron objetadas por el gobierno.
Con Chávez y con el sucesor Nicolás Maduro los partidos opositores siguieron funcionando, al igual que la prensa desestabilizadora, golpista y vociferante. Sólo se reprimieron los llamados a la insurrección, los asesinatos e incendios de instituciones y las guarimbas, manifestaciones semiinsurreccionales para tantear la resistencia de las fuerzas armadas. Hablar de dictadura es estúpido y ridículo. Maduro no es un dictador: es un político incapaz e ignorante que representa un sector –minoritario y advenedizo, crecido con la corrupción, los privilegios estatales, el robo y la corrupción– de la burguesía venezolana rentista, desde siempre asesina y servil ante Estados Unidos.
Hugo Chávez era muy popular porque, aunque él también creía que la transformación de Venezuela es posible desde arriba hacia abajo, mediante políticas estatales y métodos burocráticos, evolucionaba hacia la izquierda a partir de su primer enfoque socialcristiano y quería combatir la corrupción y el burocratismo reforzando los gérmenes de poder popular, las misiones, las comunas. Chávez tendía a depender de las masas, no de las Fuerzas Armadas Bolivarianas (FAB) como en cambio depende Maduro porque, como militar que hizo un golpe y rompió la disciplina verticalista, sabía que éstas no son homogéneas, que las bases no piensan igual que los generales y que las FAB no son políticamente seguras ni siquiera en 80 por ciento. El gobierno de Chávez, pese a sus errores, era sólido y popular y no frágil como el de Maduro que, por el contrario, reprimió a los sindicatos y a los movimientos obreros, sometió a las misiones y comunas y se apoya sólo en el aparato militar-policial y en el PSUV que no es un partido sino una máquina electoral pues no tiene ni vida interna democrática ni medios de comunicación masiva y que se rige según el ejemplo cubano desgraciadamente influenciado por la casta-clase burocrática stalinista que condujo al abismo a la Unión Soviética.
Juan Guaidó, el autoproclamado presidente encargado, tiene como apoyo social a los capitalistas y las clases medias más ricas pero recoge también en parte el odio masivo a la corrupción y a la prepotencia de la boliburguesía, la burguesía bolivariana
que remplazó al chavismo original. Ahora trata de canalizar la protesta contra el robo de los bienes públicos y la ineficacia de muchos administradores de empresas estatizadas, contra el hambre, las dificultades cotidianas y la permanente devaluación de los ingresos por una inflación de mil por ciento que impide calcular los costos y paraliza la economía (la producción de acero cayó 80 por ciento, la de petróleo se redujo a menos de la mitad).
Guaidó es una marioneta del imperialismo y su fuerza reside en la amenaza de Trump y de los agentes de Washington en Brasil, Argentina, Perú, Colombia, que de inmediato reconocieron su autoproclamación. Sin embargo, no todos los que lo apoyan son ni golpistas o proimperialistas pues muchos no lo siguen en su intento de golpe cruento aunque estén contra Maduro a quien intentan castigar o incluso corregir votando por la oposición. Por eso Guaidó insiste en su llamado a elecciones pues las podría ganar a pesar de haber perdido millones de votantes con la emigración masiva de quienes pueden pagar la expatriación y la reinstalación.
El gobierno legal de Maduro, demostrando debilidad, negocia en secreto con un golpista fuera de la ley que convoca manifestaciones y anda por las calles sin problemas. Crea así un margen amplio para un acuerdo entre una parte de la boliburguesía que comanda las FAB y los golpistas proimperialistas que podría crear un infame gobierno civil-militar de unidad nacional
que excluya a Maduro. Los agentes imperialistas, con su apoyo internacional, rápidamente se desembarazarían de la derecha militar ex chavista instaurando una dictadura feroz apoyada por tropas extranjeras para enfrentar la resistencia encarnizada del pueblo chavista y de un sector militar nacionalista armado por Rusia.
La debilidad de Maduro está limpiando el camino para esa intención criminal y para una guerra civil con la intervención yanqui y de los gobiernos derechistas vecinos y, probablemente, también de Rusia y China que Trump quiere expulsar de América Latina. Sin esperar la iniciativa de nadie, como cuando derrocaron a Chávez, hay que derrotar el golpe movilizándose y crear también de ese modo las condiciones para remplazar a Maduro y acabar con los explotadores y los ladrones. ¡No a las negociaciones secretas! ¡No al golpe imperialista y un gobierno de unidad nacional! ¡Armas para los sindicatos y organizaciones populares!