Decía Groucho Marx que nunca pertenecería a un club que le admitiese como socio. Desgraciadamente, la boutade marxista tiene una lectura en la Unión Europea porque, tal y como están las cosas, Polonia y Hungría tendrían ahora mismo dificultades para entrar en un club del que ya forman parte.
Dos semanas después de que el Parlamento Europeo se mostrase a favor de expedientar a Hungría por los desmanes antidemocráticos de Viktor Orbán, la Comisión Europea ha abierto una nueva vía para tratar de frenar la deriva autoritaria de Polonia, el otro país de la UE que está poniendo en peligro el Estado de derecho.
La Comisión ha pedido al Tribunal de Justicia de la UE que paralice la reforma judicial del Gobierno ultraconservador controlado por Jaroslaw Kaczynski, mientras se pronuncia sobre ella. Esta reforma, por la que entre otras cosas se jubilarían 27 de los 72 jueces del Supremo, mina la separación de poderes, según la Comisión —y según la Red Europea de Consejos del Poder Judicial, que suspendió a Polonia la semana pasada—. El argumento de Bruselas es razonable: si la reforma no se paraliza, en caso de que finalmente el Tribunal Europeo condene a Polonia será muy difícil dar marcha atrás porque el daño ya estaría hecho.
El expediente que el Parlamento Europeo abrió a Hungría puede parecer más contundente, pero su aplicación es difícil porque la sanción prevista, la retirada del voto, requiere el consenso en el Consejo. Polonia ya ha dicho que apoyaría a Hungría si el castigo llega a la mesa de los Gobiernos y ocurría lo mismo con Budapest si la sanción apunta a Varsovia.
La vía judicial, en cambio, deja a Polonia con pocas opciones. Es cierto que Varsovia puede desafiar a Bruselas y crear una crisis institucional si decide no acatar la posible sanción del Tribunal. Pero se enfrentaría a una multa contundente que se traduciría en la reducción drástica de los fondos que recibe. Polonia es actualmente el mayor receptor neto de la UE —con 86.000 millones de euros para el periodo 2014-2020—, lo que hace todavía más incomprensible su giro antieuropeo.
En un momento en el que los movimientos autoritarios campan a sus anchas en Europa, la Unión tiene la legitimidad para utilizar todas las armas a su alcance para frenar cualquier deriva autoritaria. La esencia de la UE se encuentra en la defensa de la democracia, de hecho, por eso se aceleró la entrada de los antiguos países del bloque socialista: para blindar los derechos que Polonia y Hungría están atacando.