Literal, en Latinoamérica los canonizan y los convierten en santos automáticamente en el instante de su muerte. Estas sociedades fulminadas por la doble moral y la desmemoria honran el cinismo y la tiranía, marchamándole virtudes y bondades a autores intelectuales de crímenes de lesa humanidad y a asaltantes en cuadrilla que desfalcan países completos.
La iglesia se postra ante el féretro del abusador, honrándolo por haber continuado con el legado de avasallador.
Balas de salva humean el cielo de una América Latina desollada por la mancilla milenaria de hijos deshonestos y traidores. Una bandera a media asta anuncia el deceso de quien en vida hizo trizas a un pueblo que no supo querer ni honrar.
Los noticieros anuncian con doble dramatismo la muerte de los tiranos, que presentan con su mecanismo de mediatización y engaño como beatos y les inventan un carácter íntegro que nunca tuvieron, honradez de la que siempre carecieron y sensibilidades que nunca conocieron.
Ocultan los desfalcos, las tranzas, las órdenes de torturar, asesinar y desaparecer. Ocultan los abusos, las hartazones, las orgías con niñas secuestradas, las cuentas bancarias, los sobornos y las múltiples propiedades de las que se adueñaron en robos legalizados por la injusticia.
Un pueblo abatido, sediento, con hambre y cansancio, sucumbido en el olvido y el abuso, observa allá a lo lejos, por televisión o escucha por radio, los actos protocolarios de la despedida de los criminales que murieron sin haber pagado con cárcel los abusos y los asaltos, los crímenes de lesa humanidad por los que fueron honrados por la iglesia y por el sistema.
Otros criminales envían las condolencias desde los gobiernos de otros países y se imaginan sus propios sepelios con bombos, carrosas y con ejércitos lanzando cañonazos humando el cielo de una América Latina ultrajada por ellos mismos.
Queda el botín, la poltrona y el poder, que se lo pelearán a muerte las bandas de criminales que hacen de las leyes su papel higiénico. Hasta que las aguas se calman y entonces muere otro lacayo, y comienza de nuevo el mismo ritual y el mismo pueblo carente de oportunidades de desarrollo, esclavizado y agonizante, observa allá a lo lejos o escucha por radio, los cortejos fúnebres de otro tirano que murió sin haber enfrentado la justicia.
Pero un día, ese pueblo esclavizado, ese pueblo oprimido, dejará de estar de rodillas y se pondrá de pie, porque aún resiste, porque se niega a olvidar, porque sigue luchando. No verá allá a lo lejos por televisión o escuchará por radio, será el actor principal de los juicios donde la justicia envíe a prisión a los tiranos. Y los verá esposados camino a las mazmorras donde se pudran por déspotas y sus nombres serán olvidados del imaginario colectivo.
Y será la Memoria Histórica, la justicia y la dignidad la que nutra, fortifique y libere a los pueblos que otrora fueron mancillados por los vasallos.
Latinoamérica tiene la fuerza milenaria de los Pueblos Originarios, raíz que ningún tirano ha podido secar aunque haya intentado arrancarla, y esa raíz crecerá, serán árboles frondosos y páramos florecidos. Será una América Latina con la armonía, la belleza y la frescura de las aguas limpias de los riachuelos que nacen en las montañas.
Entonces lo de idealizar corruptos y dictadores quedará en los libros de historia, escritos por los pueblos, para que jamás se vuelva a repetir.
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