Diciembre 12, 2024

Putin, el Zar de Rusia

El imperio de los zares no desapareció con el asesinato de la familia de Nicolás II, de la dinastía Romanov: en la URSS, Stalin fue su “sucesor” y con similar crueldad y autoritarismo de Iván El Terrible. Después del derrumbe de la Unión Soviética, no cabe duda de que nuevo  Zar es Vladimir Putin. En Rusia, como en Turquía y China, la democracia occidental  formal y representativa es impensable.

 

 

El derrumbe del llamado “socialismo real” en las distintas repúblicas que integraban la Unión Soviética, resistido por un sector ortodoxo del Partido Comunista, trajo más miseria que los peores momentos de la antigua Unión Soviética de Stalin: a partir de la Perestroika, impulsada por Mijail Gorbachov, que se radicalizó en el corrupto gobierno de Boris Yeltsin, dio pábulo al surgimiento de las mafias de los oligarcas debido, principalmente,  al cambio del sistema económico a raíz de las privatizaciones. Como nunca, en Moscú hubo mendigos que pululaban en las calles de la ciudad.

En todas las latitudes y épocas de la historia la primavera de los pueblos es efímera: en la Revolución Rusa, la  libertad y el júbilo duró apenas unos meses, hasta que el poder totalitario iniciara el ajusticiamiento de los  social-revolucionarios. Con la derrota de los ultra-comunistas se pensaba que llegaría la democracia, pero con la autocracia de Yeltsin sólo vino la  corrupción y la fábrica de oligarcas, por consiguiente, la  pobreza del pueblo fue aumentando.

Boris Yeltsin, además de alcohólico profundo, era bastante corrupto: instaló a miembros de su familia y de su entorno político en la mafia de los oligarcas, que se autodenominaban “La Familia”.

En cuanto a Vladimir Putin, desde adolescente su  sueño era pertenecer a la KGB. En un comienzo, fue rechazado y le recomendaron cursar la carrera de derecho. Más tarde fue aceptado en la KGB, donde se caracterizó por su rigurosidad y gran poder analítico. Desde este organismo fue enviado a la República Democrática Alemana, (RDA), a asesorar  a Stasi, (Organismo de seguridad de ese país), donde fue testigo de la caída del Muro de Berlín, en 1989.

Putin tiene el don de estar en el lugar y momento adecuados: renunció a la KGB para irrumpir en la política, integrando el equipo municipal de San Petersburgo –  su ciudad natal -, y fue escalando en la burocracia hasta llegar a alcalde adjunto de esa ciudad.

B. Yeltsin, en ese entonces, declaró ilegal al Partido Comunista pero, extrañamente, la “mafia” de la KGB resistió los avatares y muchos de sus miembros se integraron al nuevo organismo de seguridad ciudadana, (un gobierno autoritario podría funcionar perfectamente sin un Partido único, pero jamás sin un organismo de seguridad).

Putin ascendió desde la municipalidad de  San Petersburgo a formar parte del gobierno del Presidente Yeltsin, llegando en su carrera hasta ocupar el cargo de Primer Ministro de Rusia. Tenía el mérito de ser un hombre leal y de bajo perfil, pues en Rusia muy pocos ciudadanos sabían de la existencia de Putin. Con esta investidura Putin le garantizaba a Yeltsin protegerlo de cualquier juicio por corrupción, debido a sus vinculaciones con los oligarcas de “La Familia”, entre ellos, su hija y yerno.

Junto con el posterior  nombramiento de Putin como Presidente de Rusia, una serie de atentados terroristas tuvo lugar en Moscú atribuyéndolos a los separatistas de Chechenia, (posteriormente, se descubrió que fueron realizados por organismos de seguridad del mismo gobierno); Putin se presentó, ante las cámaras de televisión, como un hombre fuerte, dispuesto a perseguir a los “terroristas” hasta en los “toilettes”, (con el empleo de una palabra más grosera). Los crímenes perpetrados por Putin fueron brutales en Chechenia.

El pueblo ruso se sentía desamparado: estaba agotado por el hambre y por los abusos de los oligarcas; el país, que había sido una potencia mundial junto con Estados Unidos, durante esta época se había convertido en una inmensa nación, pero de segundo orden en la economía mundial, con un PIB más menor que el de Italia, por ejemplo.

Como antes con los Zares, después con Stalin y ahora con Putin, la inmensa y sufrida Rusia tenía, de nuevo, un “padre protector en Vladimir Putin.

En las primeras elecciones presidenciales en las cuales participó como candidato 2000, Putin  logró en la primera vuelta el 52,99%, y aún no se había convertido en el superhombre, como tampoco el pueblo había descubierto las cualidades que le atribuye – patriotismo, lucha por la devolución a Rusia de la categoría de potencia mundial… -.

Los oligarcas de la “Familia” estaban convencidos de que Putin era un hombre gris, ignorante en política, una especie de guardián del capital, por consiguiente, sería un pelele en sus  manos, (ha ha sido la  conducta y actitud de los oligarcas en casi todas las partes del mundo: necesitan como Presidente del país a un muñeco de trapo,  que puedan manejar a su antojo), pero se encontraron con un Putin con gran sentido del poder, muy hábil y, sobre todo, como brillante ex KGB, muy bien informado y, además, con fichas para cada persona. Rápidamente envió a la justicia a los más poderosos líderes oligárquicos y,  al resto, les advirtió que podrían hace negocios a su amaño a condición de que no intervinieran en la política del Estado.

(Continuará en la próxima entrega)

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

01/05/2018         

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