Según los abusados que viajaron a Roma invitados por el Papa Francisco esperando una petición de perdón y un anuncio claro acerca de sanciones para los culpables, las conversaciones sostenidas en el Vaticano con su Sumo Pontífice les han abierto un gran espacio de esperanza.
Bien por ellos, que se mantienen entre los márgenes y en las bases del mundo católico. Bien también por los que observamos porque, al menos, vemos un intento de corrección.
Pero ¿en qué momento las decisiones papales podrían ser aceptables y esperanzadoras hoy para quienes no pertenecen a la Iglesia Católica y ven con preocupación los delitos contra la niñez y la juventud que al interior de ella se cometen y se han cometido por años y siglos?
En el planeta vivimos 7 mil millones de habitantes, de los que aproximadamente mil millones son católicos y, lo que es matemático, 6 mil millones no lo son.
En Chile hoy sólo un 50% de sus habitantes se declara católico y el 70% de la población (católicos y no católicos) desaprueba la forma en que la Iglesia está tratando el tema de los abusos. Más del 90% repudia la conducta inmoral e ilegal de los curas pedófilos y sus encubridores, entre ellos la jerarquía chilena y, por un buen tiempo, el Santo Padre que vive en Roma.
Sabemos que, desgraciadamente, personas degeneradas (no diré pecadoras) pululan al interior de todas las instituciones sociales y en especial en aquellas caracterizadas por tener en su cúpula a quienes ostentan “el poder” y operan en condiciones oscuras, nebulosas, protegidas y sin castigos proporcionales en este mundo.
Los patricios y nobles vs. los niños y la plebe. Los altos mandos militares vs. sus subordinados y las gentes. Quienes poseen la verdad y la escritura vs. los ignorantes y miserables.
Quienes castigan reír y y los condenados que reían.
En la mayor parte del planeta quienes poseen las comunicaciones y machacan su verdad de manera monopólica para que los pobres humanos la hagan suya.
Más: quienes tienen en sus manos las llaves del Reino nada menos que de Dios y exclusivamente a Él conocen vs. los pobres niños y los comunes humanos angustiados cuya vida pasajera y cuya muerte eterna dependen de si cumplen o no con el mandato de los primeros. Desde el bautismo hasta la extremaunción.
Los que convierten el vino en la sangre de Dios y el pan en su cuerpo y los que extasiados lo consumen.
Los que -nada menos- perdonan todos los pecados y los pecadores.
Los niños, los jóvenes y los minusválidos a los que los primeros practicaron abusos sexuales no se sometieron sólo por su edad, por su soledad, por su inexperiencia, por su incapacidad relativa, sino porque los abusadores manejaban las comunicaciones con el Creador y con el Salvador.
Estaban allí pero eran mucho, muchísimo más que ellos, eran los que bautizaban, los que perdonaban y no perdonaban los pecados, los que daban el cuerpo y la sangre de Dios, los que santificaban y no el matrimonio, los que, al fin del camino nos limpiaban con la extremaunción y nos abrían o no las níveas puertas de la gozosa eternidad.
Mientras eso se siga creyendo de la misma manera las condiciones para el abuso estarán dadas.
Pueden ser menores, si la cúpula recapacita y sanciona a los culpables.
Más, si la jerarquía pone a disposición de los comunes tribunales de justicia, sin prescripción, a los delincuentes.
Más, si la selección de los de arriba es más estricta en su curriculum, en lo psicológico y en lo mental.
Y más, si los padres no entregan a sus hijos para ser “formados” en instituciones que más parecen asociaciones para delinquir.
Una gran noticia papal sería aquélla que dijera que la Iglesia ha renunciado a “educar” a la niñez y sólo se va a dedicar en adelante a preparar en su fe a todos los que voluntariamente acudan, ojalá mayores, a sus libres organizaciones parroquiales, similares a las que pueden darse en las sinagogas, en las mezquitas, en los templos budistas o hindúes, en los centros evangélicos o mormones, posibilitando que todos los menores se eduquen en escuelas laicas y públicas o en colegios también laicos en que, además de la ética, la ciencia y la historia, se rinda homenaje a la naturaleza, el sol, la luna y las estrellas.
El fracaso ético de la Iglesia, como de otras instituciones verticales y con pasado y presente de abusos incluso militares, está probado.
Una gran noticia para la inmensa mayoría de la humanidad sería la de permitir a las niñez y a la juventud un primer período de vida libre de tal brutal opresión.
En el mundo moderno, en el que la gente es víctima de la alienación, transformada como está en “fuerza de trabajo” o “capital humano” y en que múltiples poderes -la inmensa mayoría ni electos ni representativos- la aplastan sin contrapeso, mantener sin reforma el poder religioso de Constantino y de los señores feudales vestidos de curas y de papas es un despropósito para la razón, la ciencia y la democracia, para los derechos humanos.
Si seguimos como estamos el Papa no tendrá cura.
Por Ismael Llona