Noviembre 15, 2024

Segunda vuelta: un dilema del Frente Amplio

Resulta cómodo el doce por ciento de Beatriz Sánchez en la última encuesta  Cadem. Sea o no confiable, esa y todas las otras, es una referencia que ningún conglomerado político deja de tener en cuenta. 

 

 

Es que transformarse en una candidatura que amenace al deslavado candidato del oficialismo y asumir la pesadilla de pasar a segunda vuelta, y, peor aún, ganar la elección presidencial, sería (es) un escenario del dominio más terrible.

 

Como cualquiera sabe, la candidatura de Beatriz Sánchez como abanderada presidencial del Frente Amplio jamás se propuso ganar. 

 

La idea era (es) instalarse como una fuerza beligerante, por lo tanto legítima, que se proponía elegir un puñado importante de diputados, diez, quince veinte,  para terciar en la política formal ya no desde el margen sino recomponiendo el tercio faltante en la duopólica, cuando no esquizofrénica legislatura nacional.

 

Por eso el doce por ciento actual genera comprensible alivio en los sostenedores del proyecto. Para decir las cosas según son, el Frente Amplio no está trabajando para pasar a segunda vuelta, aunque se diga otra cosa.

 

A veces da la impresión que las trifulcas por las cuales han bajado en intención de voto y cedido puntos desde ese alarmante veintiséis por ciento, han sido muy oportunas.

 

Así, en un cómodo doce por ciento resulta mucho más relajado y seguro desplegar el proyecto inicial de convertirse en una fuerza no despreciable al interior de la Cámara de Diputados.

 

Despejado lo anterior, viene la otra cosa misteriosa: qué hará el Frente Amplio con su votación en la segunda vuelta considerando que el desteñido candidato Guillier no hace nada para convencer a la gente que es una buena carta presidencial.

 

Es cierto que tampoco hacen nada en el gobierno ni en los partidos, pero eso es otra cosa.

 

Como se sabe, pronto arreciará con más vigor la cantinela de todos contra la derecha, llamados a no hacerle el juego, no más Piñera y a defender lo logrado, entre otros chantajes.

 

Y, por cierto, la realidad es demasiado porfiada, el Frente Amplio tendrá que disponerse a negociar de la mejor manera su votación, sobre todo si se transforma en el que lo decide todo.

 

Enfrentados a la inevitable segunda vuelta y al telón de fondo de la tragedia: que nuevamente Michelle Bachelet tercie la banda presidencial a un abyecto Sebastián Piñera, se abre la posibilidad cierta de obtener cupos en el programa y, por qué no, en el Estado. Sería cosa de negociar de la mejor manera y de argumentar mejor aun para que aquellos díscolos a priori, agachen la cerviz.

 

Lo cierto es que los votos del Frente Amplio se valorizarán en oro.

 

Y en la perspectiva de transformarse en quienes inclinen la balanza y arguyendo la premisa de todos contra la derecha, o atizando lo nefasto que sería un nuevo gobierno de Piñera, y relevando los logros conseguidos con Bachelet, al final las negociaciones deberían terminar en un acuerdo en que el Frente Amplio llame a votar por el oficialista.

 

Se adelantan mecanismos democráticos para el efecto: un plebiscito en el que se le pregunte a la gallá frenteamplista, aunque no se sabe aún si solo a los militantes o al que quiera meter la cuchara.

 

Se adelantan también escenarios de apariencia catastrófica, como el quiebre del Frente Amplio. Otros dicen, desde adentro, que el riesgo de quiebre de algo que ya está quebrado no sería obstáculo. Lo cierto es que es un dilema que es necesario dilucidar.

 

Hay opiniones cruzadas en un sentido u otro. Incluso, se pueden leer manifestaciones de autonomía y posiciones de principios. Pero no hay que tomarlas muy en serio.

 

En nuestro sistema político se puede ser y no ser de manera simultánea. Y el que entra a la política de las grandes ligas es lo primero que aprende.

 

 

 

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