Diciembre 9, 2024

El Che y los rebeldes latinoamericanos

A medio siglo del asesinato de Ernesto “Che” Guevara se multiplican las biografías, los análisis de historiadores y las columnas periodísticas. No cabe duda de que la figura del Che Guevara, en vida y después de muerto, ha marcado no sólo a la izquierda latinoamericana, sino también a la historia universal de los años 60. No hay ningún personaje  latinoamericano que haya suscitado reacciones tan disímiles, como el equipararlo con un santo, capaz de hacer milagros – llamándolo “San Ernesto de La Higuera”, y por otro lado, acusado como un “sádico, asesino y sin sentimientos”, que fusiló a destajo cuando estaba a cargo de la Fortaleza de Cabaña.

 

 

Estos 50 años de recuerdo del Che coinciden con el retroceso del idealismo, de la utopía y de la búsqueda del “hombre nuevo” que este idealista de la  revolución proclamara tanto en sus discursos, como en su vida y sus obras. Ahora estamos muy lejos de los tres y más Vietnam, del camino de la lucha armada, del foco revolucionario de vanguardia y del internacionalismo y el anti-imperialismo, de que diera testimonio viviente el Che Guevara.

 

A pesar de la comercialización de la figura del Che – el capitalismo todo lo convierte en negocio y bien de consumo – en recientes encuestas a jóvenes argentinos y chilenos las respuestas muestran que la mayoría sólo acierta a recordar el nombre de este visionario, y no pocos lo confunden con un cantante de moda – él mismo Che se reía por su parecido con Cantinflas -.

 

En un mundo tan anti-utópico, pragmático y ramplón, cuyo único centro es el dinero, el exitismo y el cálculo político, los sueños despiertos sólo se traducen en frases retóricas, lo cual hace difícil comprender cómo el Che, durante sus 39 años de vida supo vencer la barrera del asma – cada crisis es una muerte en vida -.

 

Cuando el nacionalismo – enfermedad infantil de los pueblos – irrumpe en la sociedad en varios países de Europa y América,  el Che Guevara yergue su figura como un ejemplo de internacionalismo y antiimperialismo: se comprometió con los países no alineados y, además,  criticó con valentía a la entonces URSS en su famoso discurso en Argel, que le valió su auto-condena a una vida errante, primero en África y, posteriormente, en Bolivia.

 

La derecha mundial se solaza en hacer resaltar las diferencias entre Fidel Castro y el Che Guevara: en primero, amante del  poder, un dictador, un tirano y un sátrapa y, el segundo, un idealista que despreciaba el poder, quien sólo aspiraba a la liberación de los pobres y explotados en América Latina; al Che lo acusa de trotskista, maoísta y aventurero y, además, de burgués y aristocrático.

 

Algunos analistas e historiadores acusan a Fidel Castro de haber enviado al Che a Bolivia país que, en la revolución de 1950, había repartido las tierras entre los campesinos, sobre todo, en la Región de Valle grande – era una torpeza tratar de sumarlos a las filas revolucionarias ofreciéndoles la propiedad de las tierras -.

 

La situación de la revolución cubana era muy distinta que la  de Bolivia durante los años 60: Fulgencio Batista, dictador corrupto y sanguinario, había convertido a Cuba en la “prostituta” del Caribe, y contaba con un ejército desmoralizado, incapaz de lealtad con el tirano; por otro lado, los “barbudos” contaban con mucho apoyo de la sociedad norteamericana e internacional. En Bolivia, por el contrario, había triunfado una revolución que, entre sus logros se cuenta el de la reforma agraria. El dictador René Barrientos, Presidente de ese país en ese entonces, estaba asesorado por los nazis y, además, entregado a la C.I.A. que, en conjunto, decidieron aniquilar a los escasos guerrilleros seguidores de Guevara.

 

Sabemos que la historia del Che Guevara es muy conocida en distintos ámbitos, y la crítica del foquismo de la vanguardia y de la lucha armada ha sido analizada en numerosos libros, artículos, congresos, seminarios, foros y ensayos, en consecuencia, creo más interesante tratar de ubicar la figura del Che entre los  grandes rebeldes latinoamericanos, junto con Emiliano Zapata, Augusto César Sandino, Camilo Torres, entre otros.

 

Los elementos que unen a estas cuatro figuras de la épica latinoamericana son, a mi modo de ver, de carácter cristológico: el socialismo tiene mucho de religión y de creencia aunque el ateísmo tosco tienda a rechazar esta visión. Los valores morales, resaltados por Guevara en su concepción del “hombre nuevo”, antes defendido por Augusto César Sandino en la defensa en Nicaragua contra la invasión yanqui, y por Emiliano Zapata, en la lucha por la tierra para los campesinos, y el total desapego al poder que, en el caso de Guevara significaba la renuncia a honores y posiciones de gobierno en Cuba, para emprender la lucha en África y, posteriormente, en Bolivia.

 

Zapata constituyó otro ejemplo de desapego al poder: en 1914, cuando Emiliano Zapata y Pancho Villa ocuparon la ciudad de México y la sede  de gobierno, Villa  ofreció a Zapata la silla presidencial, quien la rechazó diciendo que “en ella se sienta un hombre bueno, pero que termina corrompido por el poder”.

 

Augusto César Sandino, triunfador en la guerra en Nicaragua contra los norteamericanos, no aspiró al poder y lo dejó, en cambio, al Presidente liberal Juan Bautista Sacasa – posteriormente derrocado por el dictador Anastasio Somoza -.

 

Otro elemento de carácter cristológico que une a algunos de estos rebeldes es el asesinato por traición: en el caso de Zapata, la traición  de Jesús Gajardo, quien usó el engaño para tender una celada al líder campesino; en el de Augusto Sandino, fue engañado y asesinado a traición;  a Camilo Torres lo enviaron a la guerrilla a sabiendas de que no tenía conocimiento alguno de uso de las armas; al Che lo dejaron solo en su lucha, sin contar con un derrotero donde asentarse.

 

A veces, la forma  de morir es más importante que la vida misma, y la rebeldía es más fuerte que cualquier teoría o discusión de café.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

 

14/10/2017                              

 

 

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