El futuro del capitalismo es algo de lo que no se habla con la suficiente perspectiva. Sabemos que cada día la tecnología irá reemplazando puestos de trabajo poco calificados. Pasó con los almacenes que se convirtieron en hipermercados altamente eficientes, sobre todo más que por la vía del precio competitivo, por la reducción de los costos en personal, administración y por qué no decirlo, sindicalización. El pequeño en Chile ya cerró, y el que no, subsiste con el negocio familiar o unipersonal, con escasa capacidad de competir en precio, stock, etc. Acá se cumple aquella ley de la selva donde el más grande se come al más pequeño. Son las “reglas del juego”, es lo “natural”, o incluso lo “eficiente”, total usted en su casa consume a un menor precio, y además tiene la facilidad de endeudarse en cuotas, hasta sin interés.
David Boaz, en 1996 anota en su “Creating a Framework for Utopia”, que todo lo anterior no es tan malo: “A la gente siempre le ha sido difícil ver el orden en un mercado aparentemente caótico. (…) iniciativas que quiebran, puestos de trabajo que se pierden, personas que prosperan a un ritmo dispar, inversiones que resultan un desperdicio. La acelerada Edad de la Innovación parecerá aún más caótica: enormes iniciativas crecerán y se hundirán con más rapidez que nunca y serán menos los que tengan empleos a largo plazo. Pero, en realidad, con el aumento de la eficiencia del transporte, las comunicaciones y los mercados de capitales, vendrá un orden todavía mayor del que pudo alcanzar el mercado en la Era Industrial. La cuestión es evitar recurrir a un gobierno coercitivo para “suavizar los excesos” o “canalizar el mercado hacia el resultado que alguien desee””. Lo que recomienda Boaz es la teodicea (justificación del dios mercado), es decir, todo es para mejor. Si pierde su puesto de trabajo tradicional, no se preocupe, el mercado laboral le generará un nuevo puesto de trabajo, si es que claro, el gobierno no se entromete suavizando los excesos o canalizando el mercado hacia el resultado querido por el burócrata.
Cosa parecida nos dice Vernon Smith sobre la globalización: “De acuerdo con el Instituto de Economía Internacional, entre 1999 y 2003 se crearon más de 115.000 puestos de trabajo en el área de sistemas informáticos con salarios más altos y se eliminaron 70.000 debido a la tercerización. Del mismo modo, en el sector de servicios, se crearon 12 millones de puestos nuevos de trabajo al mismo tiempo que desaparecían 10 millones de puestos viejos. De eso se trata el desarrollo económico: de este fenómeno de cambio tecnológico rápido y del reemplazo de puestos viejos por trabajos nuevos. Al tercerizar a otros países, las empresas estadounidenses ahorran dinero que pueden invertir en nuevas tecnologías y nuevos puestos de trabajo para seguir siendo competitivas en el mercado mundial. Por desgracia, no se pueden disfrutar los beneficios sin sufrir el dolor de la transición. Sin duda, el cambio es doloroso. Es doloroso para los que pierden el trabajo y deben buscar una nueva ocupación. Es doloroso para los que arriesgan su inversión en nuevas tecnologías y pierden. Pero los beneficios que perciben los que ganan generan una gran riqueza para la economía en su conjunto. Estos beneficios, a su vez, se consolidan en todo el mercado a través del proceso de descubrimiento y la experiencia de aprendizaje competitivo”. Nuevamente vemos que no hay nada más que hacer, es la réplica de un discurso perfectamente religioso, o como si se estuviera describiendo leyes de la física. La consigna es que el cambio es bueno, aunque sea doloroso. Dios sabe por qué pasan las cosas, el mercado también.
Este pensamiento obviamente es refutable. Basa su confianza en la idea de progreso indefinido, donde el sustrato es que siempre estaremos mejor, sin importar qué ocurra. Hay quien piensa que será el propio mercado quien solucionará el problema del calentamiento global, la pobreza, el subdesarrollo, la guerra e incluso todo tipo de injusticias. Un reciente libro del premio Nobel de economía Angus Deaton, nos permite ver que el progreso no es indefinido. La vida –dice Deaton- es mejor que nunca, hay más ricos, y menos indigentes. Pero todavía hay millones de personas que viven una miseria extrema, expuestos a una muerte prematura. El mundo es extraordinariamente desigual. Dicha desigualdad vino desde la “gran divergencia” del occidente industrializado del siglo XIX y otros países. Aquel fue un crecimiento desigual, no armónico. Con todo, y si bien no pueda decirse que el capitalismo lo haya hecho solo, sabemos que el siglo XX la esperanza de vida aumentó 30 años, algo muy positivo. Esto que puede sonar muy lejano, lo podemos graficar de la siguiente manera. La niña que nace hoy en EEUU espera vivir 80 años en promedio. Su bisabuela solamente 54 años, y su abuela 66 años. Ahora bien, si miramos a EEUU con detención, es un país de bajo desempeño en relación con su ingreso. Chile y Costa Rica tienen misma esperanza de vida, con un cuarto de ingreso y cerca del 12% del gasto per cápita en salud de EEUU. Los datos acá son del mismo Deaton.
También hay que tener cuidado con dar por entendido y suficiente ese progreso. China durante “el gran salto” entre 1958-1961, merced a malas políticas de industrialización y producción, que causaron la muerte de 35 millones de personas e impidieron el nacimiento de 40 millones más, nos permite entender que la historia de la humanidad tiene sus recesos. La hambruna no necesariamente puede originarse en fenómenos climáticos, como nos demuestra esta trágica historia. Hoy sabemos que durante este periodo se ejecutaron más de 750 mil personas. La esperanza de vida en China en 1958 era de 50 años, en 1960 era de menos de 30 años. Esto demuestra que una mala política puede condenar a una generación completa. Lo mismo podríamos decir –guardando las proporciones- de los jóvenes europeos que hoy no encuentran trabajo de manera crónica. Países como España, donde la mitad de sus jóvenes no encuentran trabajo, y comienzan a emigrar a destinos tan variados que van desde Reino Unido, Australia hasta al propio Chile.
Esto nos recuerda que el futuro no está asegurado, y que creer en los grandes relatos que Lyotard considera en crisis, entre los cuales se encuentra la teodicea del capitalismo ya descrita, tampoco nos ayuda en nuestras seguridades. La tendencia para nuestra generación es que el precio de la vivienda cada día sea más caro, y que tener hijos pase a ser un asunto de lujo, que solamente las familias más acomodadas puedan optar a tener más de uno o dos hijos. No deja de ser paradojal que si bien somos el Chile más rico de todos los tiempos, a la par, nuestra tasa de nacimientos se encuentre en dramática baja, incluso afectando la vigencia de varias políticas públicas. El desafío justamente es quitar ese misticismo al capitalismo, y ponerlo a debate en sus conclusiones, sabiendo que no existen sistemas que puedan responder a todas las necesidades simultáneas de una sociedad cada día más sofisticada.