En alguna entrevista olvidada el tirano se definió como ni de derecha ni de izquierda. Años más tarde el poeta Nicanor Parra afirmaba que él no era ni derecha ni de izquierda, luego de decir que Pinochet había sido un salvador de la patria.
El no ser de izquierda ni de derecha ha sido desde siempre una manera de quedar bien con todos, partiendo por quedar mal con las ideas que alguna vez se sostuvieron. Ha sido un recurso rasca para sacarle el culo a la jeringa.
Para ser bien vistos. Para evitar el qué dirán.
En los hechos, definirse como ni de izquierda ni de derecha es más bien un recurso simplista y populista, un pragmatismo que tarde o temprano pasa la cuenta.
Se quiera o no, el mundo está dividido entre aquellos que les importa un pepino el futuro de la tierra, que alientan guerras, exterminios y saqueos de las riquezas de otros, que consideran a los pueblos del mundo, a los pobres, a los desheredados, a los desterrados, a las víctimas de la voracidad de las grandes economías, como sujetos indeseables a los que hay que eliminar como sea.
Es la derecha mundial la que combate la pobreza matando pobres.
Y en el otro extremo, esos mismos pueblos, esos y otros, hacen esfuerzos aunque no siempre los mejores, para superar el capitalismo, enemigo de la gente pobre, de la vida, de la supervivencia de la humanidad.
Muchos sostienen a duras penas las banderas de la revolución, y varios han intentado experiencias socialistas sin mucha pericia, las que cayeron luego del derrumbe del socialismo del este de Europa.
La izquierda sigue viva aunque no haya sido capaz de construir una propuesta que interprete de mejor manera lo que pasa en el mundo y muestre un camino. O varios.
No ha sido capaz de entender ni mierda de la realidad, en sus intentos por encontrar soluciones a la altura de sus respectivos ombligos.
Algo similar sucede en Chile.
Luego de ser arrasada por la tiranía, y sin haber sido capaz de derrotarla de verdad, la izquierda quedó en un limbo del que aún no puede salir.
A algunos ex zurdos les incomoda su pasado. Y otros se han blanqueado al extremo de encontrar cierta razón en la gestión del tirano, luciendo un vitíligo ideológico del que se pavonean en algunas actividades donde se codean con aquellos que alguna vez pudieron asesinarlos y hacerlos desaparecer.
El efecto que produjo la refundación que impulsó a sangre y fuego la dictadura, tuvo un efecto tal, que la izquierda aún no logra salir del estado de shock que le produjo la irrupción de los celulares, las antenas parabólicas, los autos y las tarjetas de créditos en las poblaciones callampa.
A la izquierda le cambiaron la fisonomía del pobre.
Así, ha sido más fácil para muchos quedarse esta temporada de complicaciones en el seguro y sosegado mundo que ofrece el camino del medio, en donde las cosas pueden ser, y pueden no ser. En donde lo que era, quizás no haya sido y lo que importa es el ahora concreto, en contante y sonante
Veamos el caso de casi todos los partidos que alguna vez formaron la Unidad Popular. Revolucionarios de copete a rabo, intransigentes rebeldes de camisas verde oliva y un 38 en la cintura, apurones que veían en Allende a un timorato socialdemócrata, proto guerrilleros audaces y barbados.
Hoy se desvelan por las pocas prestaciones que trae el último Audi.
En el país en que vivimos, la izquierda ha vivido pulverizada, sonámbula y necia. Con una increíble inclinación hacia lo que no va para ninguna parte, hace soberbios intentos en aquello que no sirve.
Sin embargo, pocas veces como hoy en un tercio de siglo la papas se han dado tan propicias para la irrupción de una fuerza nítidamente de izquierda, con un perfil propio y musculatura adecuada a los tiempos que se viven.
La carcoma de la corrupción y la desvergüenza ha atacado sin misericordia a todo el espectro político, a las Fuerzas Armadas y a los empresarios.
Las instituciones, partiendo por la presidencia de la república, ha caído en el descrédito de la mano de negocios truchos, nepotismo, tráfico de influencias, malabares y acomodos difíciles de clasificar.
Y allá lejos, la gente hastiada de la explotación, la mala vida, el desprecio, la contaminación, arracimados en poblcaiones en las que se reproducen todas las plagas, envenenados su tierra, el aire, el mar, mal curada de sus enfermedades, mal educados sus hijos, abandonados los viejos, sigue a la espera de que alguien diga algo con algún sentido de rebeldía contra tanta mierda.
Y cuando el horno estaba para bollos, cuando los estudiantes se atrevieron a incomodar a los prepotentes en el poder generando cierto optimismo, cuando esos chascones seguido por centenares de miles que hablaban de corrido y expresaban ideas claras y rebeldes, se proponían abrir las Alamedas y que parecían ofrecer un rostro nuevo a la pálida izquierda que aún quedaba en los rincones oscuros y en los bares de exiliados, entonces cuando las cosas estaban en un curso interesante, esos rebeldes se declaran no ser de izquierda.
Y ahora, agrupados precariamente en el Frente Amplio, se definen como “ciudadanos”. Y agregan: La gente no se ubica en el eje derecha izquierda. Otro fin de la historia.
Veremos hasta donde va a llegar ese pragmatismo puro y duro, herramienta usada por la Concertación y la Nueva Mayoría durante todo este tiempo de “ciudadanos”, en los que la derecha se ha cansado de repetir esa misma monserga que ahora escuchamos en el Frente Amplio: la dicotomía izquierda derecha está superada.
¿Cuánto va a durar el Frente Amplio sin que naufrague en su pragmatismo?
Declararse no de izquierda para algunos es una manera de esconderse. En este país ser de izquierda, genuinamente de izquierda, siempre ha sido un riesgo que a veces se paga con la vida.
Ser de izquierda implica la demostración de cierto valor y la decisión de asumir el costo de pasarlo mal cuando las cosas no van tan bien y cuando el enemigo, la derecha y el imperialismo, cree que los zurdos se están pasando de la raya.
Jamás ser de izquierda ha sido cómodo. Para ésta han sido más los años de persecución, cárcel, destierro, tortura y muerte, que los asociados a la calma chicha.
Por eso, si algo se aprendió en los duros años del tirano, es que para ser de izquierda se requiere una dureza que solo se encuentra en el pueblo llano y en aquellos cuyo origen es distinto, pero que asumen los costos de un valor que en el último medio siglo ha tenido páginas de extraordinaria y terrible nobleza y heroísmo.
Salvador Allende es el ejemplo más vivo y presente. Él era de izquierda.