La economía está que arde. No sólo por la indignación ciudadana mundial ante las políticas económicas liberales, sino por la economía en sí misma. El mismo modelo que ha favorecido de forma inescrupulosa a banqueros y grandes corporaciones durante los últimos veinte años está soltando señales de su inminente colapso. Un nuevo estallido, con cesaciones de pago y quiebras, parece estar a la vuelta de la esquina. La simple ojeada por la prensa económica nos provoca sensaciones inquietantes.
El discurso económico, aquel relato grandilocuente del crecimiento y el bienestar tecnológico indefinido, se cae a pedazos bajo el peso de su artificialidad e inconsistencia. La economía improductiva basada en la especulación, que ya dio sus claras señales de error hacia el 2008, ha ingresado en una segunda y aún más compleja etapa. Si hace tres años el drama estuvo en los bancos privados, hoy el pánico radica en los estados. Los déficits de Grecia, Portugal, Irlanda, y ahora España e Italia, han anunciado el principio del fin del proyecto económico del euro.
El habla económica parece hoy un discurso apocalíptico. Ya no puede engañar ni tranquilizar. Sólo refuerza la violencia de los hechos, de la inminente cesación de pagos, del desempleo, de los recortes fiscales, de los números desquiciados.
La crisis de la economía griega es ya una tragedia helénica. Atenas ha recibido la ayuda del FMI y de los estados ricos de la Unión contra promesas de recortes fiscales, despidos y privatizaciones. Como en las grandes tragedias griegas, el desenlace estaba escrito en el origen del mal. La actual crisis económica, social y política, no se resolverá estirando más la cuerda, sino muy probablemente con un estallido de proporciones que contaminará a otras naciones. Es ya evidente que Grecia no puede pagar esa deuda.
En estos tiempos extraños, pero no por ello inéditos para la historia económica y política del siglo pasado, hay señales aún más amenazantes. En Estados Unidos la economía pasa, con sus matices y proporciones, por un trance similar: bajo crecimiento y alto endeudamiento. Cuando Obama habla de default tal vez exagere, pero no bromea. En estos días, necesita ampliar el techo de endeudamiento fiscal con la venia del Congreso, de lo contrario no podrá enfrentar el gasto fiscal, con consecuencias aún impensables. Aunque es posible que este escenario no se instale, ya que el Congreso finalmente aprobará la creación de más deuda de la nada, hay otros, de más largo plazo que avanzan por similares cauces. La crisis de la economía estadounidense está en un cul de sac. Para no pocos observadores se trata de un hecho inminente y sólo resta evaluar cómo y cuándo estallará.
El actual problema económico, centrado hoy en el déficit, se ha venido incubando desde hace décadas. Un déficit creciente que sólo se mantiene con deuda. Aun asumiendo que la nueva deuda se haga a través de nuevos bonos, los cada vez más altos costos de los préstamos terminarán por asfixiar al Tesoro. Es claro: mientras más dinero pida prestado, mayores serán los intereses; a la vez, mientras más altos sean los intereses, más préstamos necesitará. Un círculo vicioso muy conocido en los países más pobres.
Hay otros posibles caminos. Tal vez recortes fiscales. Pero es bastante difícil en un país acostumbrado a ingentes niveles de consumo. O nuevos impuestos a los millonarios y billonarios, idea descartada por los republicanos. O también continuar con la política de la Reserva Federal de crear dinero del aire, con la consecuencia cierta de pérdida de valor del dólar, tal como ha venido sucediendo desde hace largos meses. Posiblemente la única razón por la que hoy los inversionistas no han cambiado al dólar como moneda de reserva es porque todavía no hay otra que la reemplace.
Si este es el probable futuro económico para Estados Unidos, los efectos sociales, políticos y geopolíticos podrían expresarse de forma amplificada. Un eventual default, que es una reestructuración de la deuda, estaría cerca, más aún cuando las últimas estadísticas expresan una desaceleración en el ritmo de crecimiento y un aumento en la tasa de desempleo, hoy en el 9,1 por ciento. Con los datos actuales, no es improbable que Estados Unidos encare una nueva recesión en los próximos meses, lo que aceleraría todo este mórbido proceso.
Si se suceden todas estas variables, con un crecimiento desmedido de las deudas y los intereses, llegamos tarde o temprano al default, que es la salida más violenta pero también más lógica a estos fenómenos. Como el gran acreedor es China, podría ser también el gran responsable de la crisis para más de un político, lo que nos lleva a un territorio en el cual Estados Unidos tiene experiencia.
En un momento como este todo es posible. La mezcla de inflación, recortes fiscales, alza de impuestos a los trabajadores y clases medias empobrecidas, alto desempleo y cesación de pagos nos anuncian tiempos borrascosos.
PAUL WALDER