Noviembre 16, 2024

La crisis de la civilización moderna

Crisis de civilización. El mundo moderno es un invento social de hace apenas unos 300 años. Un origen difícil de precisar, pero que se ubica en algún punto donde confluyen industrialismo, pensamiento científico, mercado dominado por el capital y uso predominante de petróleo. El inicio de la ciencia puede fecharse de manera oficial en 1662 y 1666, años en que se fundaron las primeras sociedades científicas en Inglaterra y Francia. El estreno de un pozo petrolero regurgitando oro negro tuvo lugar el 17 de agosto de 1859 en el sureste estadunidense. La industrialización y el capitalismo son procesos difíciles de datar, pero ambos no van más allá de los tres siglos.

 

 

En la perspectiva de la historia de la especie, de unos 200 mil años, la aparición de la era moderna ocurrió en apenas un abrir y cerrar de ojos. En unas cuantas décadas se pasó de un metabolismo orgánico a un metabolismo industrial. La crispación que hoy se vive se debe, fundamentalmente, a lo ocurrido en los recientes 100 años, lapso que equivale solamente a 0.05 por ciento de la historia de la especie humana. En el parpadeo del último siglo, todos los procesos ligados al fenómeno humano se aceleraron, incrementando sus ritmos a niveles nunca vistos y generando fenómenos de tal complejidad que la propia capacidad del conocimiento humano ha quedado desbordada. El siglo XX ha sido entonces la era del vértigo, la época de la consolidación del mundo moderno, industrial, capitalista, racional, tecnocrático y de su expansión por todo el planeta.

Vivimos una crisis de la civilización industrial cuyo rasgo primordial es ser multidimensional, pues reúne en una sola trinidad la crisis ecológica, la crisis social y la crisis individual, y dentro de cada una de éstas a toda una gama de (sub) dimensiones. Esto obliga a orquestar diferentes conocimientos y criterios dentro de un solo análisis, y a considerar sus ámbitos visibles e invisibles. Se equivocan quienes piensan que la crisis es solamente económica o tecnológica o ecológica. La crisis de civilización requiere de nuevos paradigmas civilizatorios y no solamente de soluciones parciales o sectoriales. Buena parte de los marcos teóricos y de los modelos existentes en las ciencias sociales y políticas están hoy rebasados, incluidos los más críticos. Además, no hay solución moderna a la crisis de la modernidad. Todo debe re-inventarse.

Estamos entonces en un fin de época, en la fase terminal de la civilización industrial, en la que las contradicciones individuales, sociales y ecológicas se agudizan y en la que la norma son cada vez más los escenarios sorpresivos y la ausencia de modelos alternativos. Vista así, la crisis requiere de un esfuerzo especial, pues se trata de remontar una época que ha afectado severamente un proceso histórico iniciado hace miles de años, de relaciones visibles e invisibles: el metabolismo entre la especie humana y el universo natural.

2. La mirada histórica. Resulta imposible una visión acertada de la crisis actual si se carece de perspectiva histórica. Pero no solamente de la historia de los historiadores, sino la historia de los arqueólogos, de los paleontólogos, de los biólogos, de los geólogos y de los astrofísicos. El panorama revelado por la investigación científica, es decir, por el pensamiento racional, ofrece datos concretos acerca del devenir humano y social, del mundo vivo, del planeta y del universo. Comprender la vida o el devenir del planeta o la evolución de los homínidos resulta necesario para entender los procesos sociales. Buena parte de la tozudez humana proviene de la estrechísima mirada de los analistas y estudiosos, de su ausencia de memoria, de su visión casi instantánea, rasgo inequívoco de la propia crisis. El mundo moderno es un mundo de amnésicos.

3. El papel crucial de la ciencia y la tecnología. Estos últimos tres siglos han sido una sucesión continua de transformaciones vertiginosas, inusitadas y hasta compulsivas. La ciencia apuntaló a través de la tecnología el desarrollo del capitalismo y éste impulsó a niveles inimaginables el desarrollo de la ciencia. El conocimiento permitió la construcción de máquinas cada vez más sofisticadas, de edificios, puentes, aparatos, carreteras, sustancias artificiales, fuentes de energía, materiales diversos, medicamentos, organismos manipulados, medios de comunicación y de transporte. El poder de la especie humana se multiplicó a niveles sin precedentes, tanto para construir como para destruir. El mundo moderno, profano y pragmático, que fue y sigue siendo un producto del conocimiento racional, modificó radicalmente visiones, instituciones, reglas, costumbres, comportamientos y relaciones sociales. El conocimiento, en íntima relación con la empresa, triunfó sobre todas las cosas y transformó como nunca.

La ciencia (y sus tecnologías) al servicio del capital (las tecnociencias) es por fortuna dominante, pero no hegemónica. Contrariamente a lo que se pregona y sostiene, no hay una sola ciencia (la Ciencia), sino muchas maneras de concebir y de hacer ciencia y de producir tecnologías. Dentro de la gigantesca comunidad científica existen minorías críticas de contracorriente que buscan un cambio radical del quehacer científico y la democratización del conocimiento. Por ello, toda superación de la crisis actual supone un cambio radical en la manera de generar y aplicar ciencia y tecnología. Mientras no existan propuestas alternativas de producir, trasmitir y aplicar conocimiento científico no podrá remontarse la crisis; el conocimiento seguirá encadenado al capital.

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