Restaurantes y hoteles de lujo ofrecen cenas de Navidad y Año Nuevo, incluido champaña y caviar, a 250 mil pesos por persona. Hay cenas aún más caras. Entretanto, en pleno centro de Santiago, a dos cuadras de La Moneda, otra realidad golpea a quien quiera verla.
Al llegar la medianoche, frente a los locales de comida rápida -McDonald’s, Kentucky Fried Chicken, Doggis, etc.-, y los supermercados, un enjambre de menesterosos de todas las edades escarban las bolsas y recipientes con desechos de comida que recogen para ellos mismos o vender a otros algo más pobres que ellos.
Familias completas hacen este trabajo nocturno. Indigentes ancianos, jóvenes o mujeres abren bolsas de basura y separan lo que les servirá: pedazos de pollos asados, trozos de pan, restos de guisos y ensaladas finos, hamburguesas, trozos de frutas, verduras, yogur y flan vencidos, cecinas, trozos de pizza, etc. Muchos de los que rebuscan en la basura viven en la calle y se alimentan en los basureros y contenedores.
Según la encuesta Casen 2011 hay un 2.8% de indigentes en Santiago. De acuerdo a la FAO, menos de 5% de la población chilena sufre hambre. Pero “en nuestro país, esta es una delicada cifra fantasma, pues no se conoce el detalle oficial del número de personas que no cuenta con suficientes recursos para alimentarse adecuadamente todos los días. Según datos extraoficiales, en Chile hay 2.567.000 personas que viven en inseguridad alimentaria y 629 mil que sufren hambre. Para ellos, la única posibilidad de enfrentar la inanición es buscar la comida en el único lugar donde la pueden conseguir permanentemente gratis: la basura”, afirma la periodista Jennifer Abate, en Comida que se bota: el escándalo de los alimentos que terminan en la basura.
SOL DE JUSTICIA
Encontramos a Jeanette Retamal sentada en medio de decenas de bolsas de basura. “Estas bolsas son de los bancos. Aquí encontramos papel reciclable”, dice. Ella separa en bolsas diferentes la comida, los cartones, el papel y las latas. Vive en el campamento San Francisco, en San Bernardo, detrás del consultorio El Manzano. “Somos más de quinientos adultos y muchos niños, unos cuatrocientos… Yo recojo alimentos y todo lo que se pueda vender”.
Conversa con Punto Final en la esquina de Moneda y Estado: “Llevo más de quince años cartoneando. Y por supuesto que aprovecho de recoger alimentos. Encuentro pan, cecinas, verduras, algunas frutas, restos de quesos, carne. Hay que irlos separando de lo que está podrido. En mi casa, lo guardo en el refrigerador. Ese es nuestro alimento”.
Jeanette no sabe que desde 2010 funciona la Red de Alimentos, una corporación sin fines de lucro que retira mensualmente 350 mil kilos de alimentos desechados por supermercados y otros negocios, distribuyéndolos a instituciones como Caritas, Aldeas Infantiles SOS, Ejército de Salvación, Fundación Las Rosas, Sociedad Protectora de la Infancia, entre otras.
Junto a otras familias, Jeanette le cocina a los niños del campamento. Los sábados preparan desayunos y almuerzos, pero también comen varias familias. Además, mantienen un hogar para personas que viven en la calle. Los ayudan a salir de la droga y del alcohol. Albergan a siete indigentes. “Viven ahí y también les damos alimentos. Como es un campamento tenemos problemas con el agua. Cocinamos a leña. No tenemos alcantarillado”, cuenta Jeanette. “Estos últimos años he visto que cada vez más gente busca restos de comida, indigentes más que nada. En el día pasan desapercibidos, y en la noche no tienen con qué taparse ni qué comer. Pero también hay hombres y mujeres pensionados que recogen restos de comida. La gente no ve esta realidad, porque a esta hora duerme o ve televisión. Por las noches se ven los necesitados… Muchos critican, juzgan y realmente no saben por qué hay gente que vive así”, agrega.
OTRO CASO
Miguel vivía en la calle. Hoy es uno de los pobladores de un campamento. Junto a Jeanette separa las bolsas con alimentos, de las bolsas con papeles y cartones. “Sacamos lo que viene ya seleccionado, por ejemplo, el comestible, eso es sagrado. No viene infectado ni contaminado, porque están selladas las bolsas. También escarbo en los container buscando comida. Se encuentra pan, cecinas, quesos, bandejas de carne. Con esto se hace la comida en el campamento. No tenemos ningún muchacho enfermo, todos sanos. Hay supermercados en que los tipos le echan cloro a los restos de comida. Ni un perro puede comer eso…”.
BOTANDO ALIMENTOS
Según el informe Pérdida y desperdicio global de comida, de la FAO y el Instituto Suizo de Alimentos y Biotecnología, se advierte que en el mundo se desperdicia un tercio de los alimentos aptos para el consumo. En algunos países, como EE.UU., El 50% de la comida va a la basura. Chile se acerca a esas cifras. Según Tristam Stuart -investigador del Centro de Historia Medioambiental Mundial de la Universidad de Sussex, Inglaterra, autor del libro Despilfarro: el escándalo global de la comida-, en Chile se desperdician anualmente 1,62 millones de toneladas de alimentos. Jennifer Abate, por su parte, señala: “Tristam Stuart, explica que ‘cuando desperdiciamos comida, la sacamos de los recursos que se utilizan para producirla, del stockcomún de recursos disponibles. Por tanto, en un sistema global de alimentación, donde los ricos y los pobres compran comida del mismo mercado mundial, este desperdicio, de hecho, le quita comida al mercado de donde los ricos y pobres la obtienen. Así que cuando compramos más de lo que podemos comer y botamos el resto, le quitamos la comida de la boca a las personas hambrientas”.
VICTOR, EL BARRENDERO
Víctor es uno de los trabajadores que barren las calles con escobillón y basurero a cuestas. Recorre la calle Moneda. Es una persona mayor, pero continúa trabajando. “Voy barriendo, limpiando, pero también aprovecho de buscar en la basura. A ciertas horas de la noche, se ve bastante gente cachureando. Incluso se puede encontrar ropa. Siempre hay algo, no solo comida”, dice.
Francisco es un pensionado que de noche rebusca en la basura: “Ando con mi carrito y busco en la basura antes que pasen los camiones retirando las bolsas. Busco lo que sea, desde comida hasta cosas que se puedan vender o algo que me sirva. Hay gente que ni siquiera se come el pollo entero y lo botan. Uno encuentra hamburguesas, comida sellada pero vencida. Me la como igual. Lo ideal sería que la basura y la comida estuvieran separadas, así uno pescaría la bolsa de comida y se la llevaría. Igual da vergüenza, pero el hambre no sabe de eso… Al principio sentía asco, repugnancia. Pero ya no tengo asco ni vergüenza”, agrega.
EN EL BARRIO BRASIL
Sergio camina sin rumbo por el barrio Brasil. No tiene dónde ir. Duerme en el bandejón de la Alameda, cerca de la Gratitud Nacional: “Acá hay muchos restoranes, negocios de comida rápida, etc., pero no todos la botan en buenas condiciones. En algunos lugares la comida se mezcla con la mierda… Yo no sé qué haría si no encontrara algo de comer en los basureros. En los basureros de edificios hay pedazos de pizzas, yogures sin abrir, conchos de bebidas. Antes de irme a dormir como lo que encuentro, lo que sea”, dice.
“ÑIÑOS MOSCAS”
Otra penosa realidad ocurre con los llamados “niños moscas”, en la entrada de la Estación de Transferencia de Quilicura, cerca de la Autopista Central y Américo Vespucio, donde acopian los desechos de varias comunas de la Región Metropolitana.
Todas las mañanas los camiones de basura retiran las descargas de los supermercados: “Retiran basura, pero no de la común y corriente. Lo que se llevan son yogures a punto de vencer, fruta que ya nadie comprará por tener un par de manchas y una buena cantidad de ‘mermas’, es decir, productos que quedan eternamente en las góndolas, pero que son perfectamente salubres: latas de conservas abolladas y paquetes de fideos rotos. Esta escena se repite diariamente. En cada oportunidad, el camión se retira lleno. El destino de toda esta comida, que aún es apta para el consumo, es un vertedero (…) La rapidez es clave para ‘los moscas’, así apodados por los choferes de los camiones. Se trata de grupos de personas que eligen los ‘mejores’ camiones para ‘asaltarlos’ durante un lapso de sólo dos cuadras antes de llegar al basural. De los casi 850 cargamentos que diariamente llegan a este vertedero, sólo unos pocos vienen de retirar mercadería vencida o dañada de los supermercados. La forma de actuar es simple: esperan instalados en la calle Alcalde Guzmán y se suben en grupos de 4 a 5 a los camiones que vienen por la Autopista Central. Temporalmente instalados sobre los camiones, quitan las amarras de un toldo plástico y comienzan a revisar la ‘mercadería’. Latas de café, leche y conservas abolladas. Carnes a punto de vencer, frutas, verduras y hasta platos preparados o pollos asados. Todo lo que no sirve en los supermercados se convierte aquí en un apetecido botín. En menos de dos cuadras, ‘los moscas’ escarban entre estos restos de comida”, relata Jennifer Abate.
Antes que los camiones ingresen al vertedero de basura, los “moscas” bajan con su “botín”. No siempre tienen suerte. Muchos “moscas” son niños de Renca y Quilicura
ARNALDO PEREZ GUERRA
Editorial de “Punto Final”, edición Nº 867, 23 de diciembre 2016.