Febrero 5, 2025

El caos como hábitat

En efecto, vivimos en el corazón del torbellino. Un torbellino de irracionalidad y de total ausencia de ponderación. Un torbellino que comienza para nosotros en casa, pero no sólo en los modos de actuar de los altos funcionarios, sino en la descomposición social que se encuentra a todos los niveles, y que nos coloca ya en una situación de focos rojos y de alarma profunda en que no vivíamos desde hace muchos años.

 

 

 

Pero no sólo eso, que para nosotros es extraordinariamente grave, sino también el caos que nos rodea no tan lejos de nuestra tierra. Aquí, cruzando la frontera hay innumerables signos de peligro, que algunos ven como inminente, si Donald Trump llegara a triunfar en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.

Su última “hazaña” electoral, por ejemplo, a un mes de la emisión del voto, que muchos consideran como mortal para sus pretensiones, sería el de esa grabación en la que describe sus modos de pensar y actuar para “levantar” mujeres en Estados Unidos (prácticamente raptos con violación), de lo que aconseja a otros amigos, millonarios o no.

La violencia de las palabras y la sordidez de una mentalidad capaz de llegar a esos extremos, naturalmente han hecho que inclusive ya un buen número de republicanos encumbrados lo hayan denunciado y le hayan negado su apoyo partidario.

Si unimos esto a los “conceptos” que ha expresado Trump a lo largo de su campaña, en los que priva la mentalidad discriminatoria, el sexismo y las ideas más obtusas que sea posible imaginar sobre la situación política del mundo, y un belicismo apenas disimulado, nos explicamos plenamente el “horror” que causa entre multitud de personas inclusive la posibilidad remota de que ocupe la Casa Blanca.

Con un personaje así, en puesto que reúne tamaño poder, el mundo mismo, el planeta, podría estar en peligro de desaparición. A los mexicanos en Estados Unidos y a los demás migrantes de todas partes del mundo, les causaría sin duda sufrimientos sin cuento, muchas veces inverosímiles.

Pero el caos actual no se limita a lo dicho del otro lado de la frontera norte: un buen número de países de América Latina, por la situación que viven, si bien probablemente no tan grave como en la época de las dictaduras militares, atraviesan también por una situación alarmante en muchas direcciones.

Los golpes de Estado, con diferentes modalidades que los “cuartelazos” de hace unos años, y en los que ahora parecen jugar un papel central los propios congresos y en general las clases políticas en sentido amplio, nos llevan a pensar que los avances son más lentos e incompletos de lo que suponíamos hace apenas unos años. Brasil y Argentina tal vez encabecen la lista.

La destitución de Dilma Roussef, arbitraria e inaceptable en todos los aspectos, muestra hasta que punto la fuerza de la ilegalidad se impone hoy en distintos países nuestros, sin la menor vergüenza por parte de ciertas clases dirigentes, a quienes únicamente parecen importarles sus intereses, sin un ápice de consideración a la trayectoria de una nación. Otro tanto ocurrió en Argentina, si bien bajo diferentes velos y disfraces.

Desafortunadamente la lista puede prolongarse enormemente, tanto en nuestro continente como en otro continentes, en que la guerra, los odios raciales, las guerras prácticamente de orden religioso, las pugnas territoriales, la pobreza y la concentración del dinero han abierto las puertas de par en par a situaciones de dominación casi esclavista y a la proliferación de territorios y países en que las poblaciones carecen de lo indispensable y en que el siglo XX de la prosperidad tecnológica y de la supuesta abundancia, que algunos profetizaron, está absolutamente ausente, y en que más bien son las guerras y el odio entre grupos que definen y dominan gran parte de las relaciones nacionales e internacionales.

Naturalmente que un estudio detallado de estos fenómenos exigiría otro esfuerzo, y desde luego otro espacio. No podemos dejar de mencionar, sin embargo, que la gran mayoría de estas situaciones tienen un fondo de desarreglo capitalista y de ambición material de grupos e individuos.

Naturalmente que el mundo socialista produjo en su momento horrores intolerables y vivía en más de un sentido en el horror; sin embargo, por lo que somos ya capaces de ver y apreciar, y de lo que muchos parecían anunciar después de la caída del Muro de Berlín, es decir, la reconversión de un mundo de competencia mal sana y de avidez sin límite, a un mundo de equilibrios y de utilización más racional, proporcionada y justa de los recursos, no parece quedarnos demasiado, y desde luego no parece cumplirse.

Por el contrario, el mundo fundado en la rapiña y en la codicia parece que se ha impuesto en la mayoría de lugares, lo que ha dado origen a los arrebatos y ambiciones del momento actual, en casi todos los lugares, países y continentes.

Es decir, nuestra tierra ha llegado a una situación prácticamente límite, en que se transforma de verdad de una manera radical o está en un gravísimo problema de destrucción o autodestrucción. Yo me pregunto si esta transformación profunda a que aludimos, en que deberán estas presentes los valores más altos y arraigados de la cultura y de la civilización humana. es posible todavía ¿Estamos a tiempo?¿No es esperar en vano?

 

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