Al igual que Augusto Pinochet en enero de 1978, la madre de la actual Presidenta de la República expresó que le faltaría “patriotismo” a quienes no apoyan los propósitos y realizaciones del gobierno actual, emulando exactamente lo que en su hora hizo el propio Augusto Pinochet en su gobierno. Como se sabe, el Dictador llegó a convocar a un plebiscito, incluso, para dirimir cuántos de nosotros éramos patriotas y estábamos dispuestos a respaldar su gobierno frente a las acusaciones que se le hacían en todo el mundo por sus graves violaciones a los DDHH. Una insólita consulta que concluyó, como se sabe, en que una franca mayoría (más del 70 por ciento) lo respaldó, pero se acreditara un proceso electoral completamente espurio, sin padrón de votantes, sin recuento transparente de los sufragios, emitidos o no, y sin ninguna de las más elementales condiciones democráticas. En una jornada electoral en que se nos presentó una papeleta en que la opción era votar por una bandera de Chile (que lo representaba a él), o marcar la cruz frente a una de color negro, con la cual identificó a sus detractores o traidores a la patria.
Imagino que doña Ángela Jeria no tendrá la pretensión de que se consulte al pueblo mediante un nuevo plebiscito a fin de que resuelva quién es patriota o no en la hora presente, cuando las cifras de todas las encuestas públicas nos señalan que al menos dos tercios de la población reprueba al gobierno de su hija, por lo que, entonces, tendrían que ponerse el sayo de antipatriotas muchos millones de chilenos. Una amplísima mayoría de la población.
Seguramente, debe ser propio de la forma de ser de los uniformados, como de la familia militar, clasificar a la población civil en uno u otro sentido. Algo que debe derivarse de la rígida disciplina castrense, del ejercicio jerarquizado del mando, de la forma en que las instrucciones de los oficiales superiores se les imponen a sus subordinados. Cuando se sabe que todo lo que decida la oficialidad debe acatarse sin renuencia y discusión previa; cumpliendo todo a fuerza o sometiéndose a los rebeldes a sanciones muy severas. Otorgándole, incluso, por cierto el estigma de antipatriotas. De la misma forma como se espetara a aquellos militares que después del Golpe resistieron las instrucciones del Tirano y de sus secuaces y llegaron a ser ejecutados. Tal como le aconteciera, sin ir más lejos, al propio general de Aviación Alberto Bachelet.
Claro. Es comprensible que ante el enorme desdén de los santiaguinos al paso silencioso y compungido de la Presidenta de ida y regreso al Tedeum de la Catedral, debe haber sido muy fuerte la desazón de su madre y de los ministros de gobierno, cuando este añoso rito republicano de la historia de Chile siempre fuera masivamente acompañado en su trayecto de cinco o seis cuadras por el centro de Santiago. Cuando, fueran o no partidarios del gobierno de turno, muchísimas personas salían a las calles a observar a sus gobernantes, al famoso automóvil Ford Lincoln regalado por la reina Isabel de Inglaterra, a esos elegantes jamelgos o, simplemente a sorprenderse de los peculiares atuendos de la clase militar. Coloridos uniformes de gala que ya no tienen espacio para que los uniformados se cuelguen más medallas y galardones por sus supuestos méritos o victorias. Todos ahora en tiempos de paz, por supuesto. Aunque también hubo una presea asignada a los que dieron el Golpe de 1973 y bombardearon La Moneda. La que luego tienen guardadas en sus casas, me imagino.
Era cosa de verles los rostros a quienes asistieron a una ceremonia ecuménica en la que siempre llueven, por lo demás, las indirectas y los eufemismos de aquellas consabidas homilías eclesiásticas que, desde hace mucho tiempo, se proponen incomodar a las autoridades. Con, esos sermones que también fueran consideradas como “antipatriotas”, desde que el Cardenal Raúl Silva Henríquez aprovechara regularmente esta ocasión para ponerle año a año su coloradas al Dictador, al tiempo de solidarizar con los pobres y los oprimidos. Como también con los perseguidos políticos.
En este sentido, ya se vio que también en esta oportunidad las iglesias aprovecharon para hacer ácidas críticas e invocaciones, lo que más tarde provocara el sarcasmo del presidente de la Cámara Baja, cuando aludió a que, al igual que la política, las instituciones eclesiásticas también estaban desacreditada en Chile. Aludiendo Osvaldo Andrade, seguramente, a aquellos abusos y actos de corrupción de prelados y sacerdotes que tienen más que ver con sus inclinaciones sexuales que con el dinero o el afán de poder.
Al igual que Pinochet, se equivoca gravemente doña Ángela, al suponer que el patriotismo se ejerce respaldando a las autoridades. Muy por el contrario: ni O´Higgins, ni San Martí ni tantos otros libertadores habrían recibido la distinción de “patriotas”, si no se hubiesen rebelado, justamente, contra la autoridad constituida, además de convocar a los habitantes a constituir república, independencia y soberanía. Aunque también consta, lamentablemente, que un puñado de alienados y fanáticos personajes son capaces todavía se asignarle este atributo a Augusto Pinochet, ampliamente reconocido en el mundo como un criminal y traidor, además de otros contundentes epítetos que tienen relación a su falta de probidad.
De esta forma es que consideramos un verdadero agravio al país la pretensión de la madre de la Presidenta de hacer pasar a la inmensa mayoría del país como antipatriota, por no apoyar al actual gobierno. Un triste desacierto de quien el país siempre ha observado con simpatía pero que ahora llegara a descolocar, incuso, a los más cercanos colaboradores de la Primera Mandataria. Superando en decibeles a los más desafortunados comentarios efectivamente “patrioteros” que siempre se prodigan durante este mes de fiestas y todo tipo de excesos.
En efecto, y “como no hay mal que por bien no venga”, ¡vaya que podría ser conveniente, que se nos convocara a los ciudadanos (como lo hiciera el Dictador) a que manifestemos nuestra aprobación o repudio al actual Gobierno! Para que se nos consulte, por ejemplo, si queremos o no una Asamblea Constituyente o si nos complace o no el actual sistema previsional o el de las isapres. Si estaríamos o no de acuerdo con derogar la Ley Reservada del Cobre o imponer la ley de aborto terapéutico… Así fuera que el respaldo a la actual Carta Magna y los propósitos de las autoridades estuvieran nuevamente signados con la bandera tricolor y a los disidentes y opositores se nos pusiera una bandera negra. A única condición, si, de que el proceso electoral lo administrara el Servicio electoral y pudieran sufragar nada más que los ciudadanos inscritos en los registros de ciudadanos. Bajo apercibimiento, además, de que este “patriótico” gobierno actual se comprometiera a cumplir con el veredicto ciudadano, a consentir con las demandas populares, así como a cumplir con todas sus promesas electorales.
En tal caso, estamos seguros que, aun resultando derrotada, la Presidenta Bachelet podría ganar reconocimiento en la historia como la mandataria que se atrevió a consultar a la ciudadanía sobre tan importantes disyuntivas nacionales. Instalando, de paso, la práctica del plebiscito en el ejercicio democrático de nuestro país. Pasándole por encima, también, un Parlamento y un Tribunal Constitucional en que los acuerdos se “cocinan” en las casas de los grandes empresarios y hasta son redactados por los altos ejecutivos y los estudios de abogados que éstos mantienen para defenderse de los actos de colusión, de las evasiones tributarias, sobornos y otras habituales prácticas de quienes seguramente son considerados más patriotas que los ciudadanos comunes y corrientes por los moradores de La Moneda. Chilenos de a pie que ciertamente no quisieron acompañar los desplazamientos de la comitiva oficial este último 18 de Septiembre.