Ya no se puede hablar simplemente de desaceleración o bajo crecimiento. Luego de crecer 1,9% en 2014 y 2,1% en 2015, la economía chilena en 2016 se encamina a una prolongación del ciclo iniciado dos años atrás con un crecimiento que el FMI estima en no más de 1,5%. Peor aún, voces autorizadas alertan que estamos en un escenario que amenaza con extenderse por al menos dos años más(1). Se trata del ciclo de más bajo promedio de crecimiento anual desde el término de la dictadura. Por debajo aún del 2,7% del periodo 1998-2003, el actual lleva un promedio de 2% y podría ser inferior a eso.
Explicando lo que está ocurriendo, el Banco Central (BC) señala que “el ciclo de desaceleración que ha vivido la economía chilena en los últimos años está asociado a varios elementos. El fin del súper ciclo de los precios de las materias primas ha redundado en una caída de la inversión y la producción minera. La economía mundial no ha repuntado como se esperaba, las condiciones financieras globales para las economías emergentes se han estrechado. Se suma que los niveles de confianza locales han permanecido pesimistas por bastante tiempo”(2).Es preciso desmenuzar esta explicación y controvertirla con los hechos.
SEÑALANDO CAUSAS
En primer lugar, sin lugar a dudas, este ciclo de la economía chilena está determinado por el ciclo de la economía capitalista mundial y por el viraje que se ha operado en ella en los últimos tres años.
El anémico crecimiento anual de la economía mundial en el periodo 2009-2015 (2%) -post-crisis internacional detonada con la quiebra de Lehman Brothers-, se compuso de una recesión prolongada en los países del capitalismo central (0,8%) y de un crecimiento cada vez menos dinámico de los países del capitalismo asiático y periférico (4,7%).
En los hechos, en el corazón del sistema la recesión no ha sido superada. Y aunque los bancos centrales de EE.UU., Europa y Japón han creado masas siderales de dinero para tapar los hoyos de la economía real y estimular la demanda, la verdad es que sólo han conseguido multiplicar el endeudamiento en todo el mundo y elevar tanto los índices de las Bolsas de Valores como el precio de activos de riesgo, incluyendo hasta tres años atrás el precio de las materias primas. Y hoy están presos de su maniobra de creación ilimitada de capital ficticio. Los bancos centrales de estos países están obligados a mantener tasas de interés negativo porque en el momento en que las alcen en forma mínimamente significativa y continuada, asoma de inmediato una nueva crisis financiera generalizada.
Mención especial merece el capitalismo estadounidense para explicar la actual coyuntura. Luego de la crisis 2008, la Reserva Federal (FED) de EE.UU. no se limitó a bajar sus tasas de interés al rango ínfimo de 0,0% a 0,25%. Hizo más. Hasta fines de 2014, mediante programas llamados Facilidad Cuantitativa (FC), multiplicó la liquidez comprando mensualmente hasta 85 mil millones de dólares en Bonos del Tesoro de los EE.UU. Esa enorme liquidez fue determinante de un abaratamiento inusitado del crédito internacional a partir de entonces, y también de compras especulativas de materias primas, como el cobre y el petróleo, que vieron así reforzada la tendencia alcista de sus precios post-crisis de 2008.
Ambos efectos resultaron benéficos para el crecimiento de las economías suramericanas. Sus ingresos de exportación crecieron alentados por el precio de las materias primas, -aunque fuese éste un estímulo decreciente luego de 2011-, al tiempo que el crédito internacional apoyó la expansión del consumo interno y el apalancamiento de la inversión.
Pero los vientos empezaron a cambiar en 2013. En marzo de ese año, la FED anunció el término progresivo de su programa de Facilidad Cuantitativa. Esto bastó para que se iniciara una tendencia al alza del dólar y paralelamente la caída de los precios de las materias primas. Ya durante 2014, la FED efectivamente redujo hasta eliminar por completo el programa de FC y fue más allá, al anunciar en 2015 que evaluaba iniciar un alza de sus tasas de interés.
El efecto de estas medidas para las economías suramericanas a partir de 2014 fue demoledor. Su crecimiento promedio en 2014 fue de sólo un 0,6% en 2014 y en 2015 tuvo una caída de -1,6%. Es cierto que al cuadro externo desfavorable se sumó la desaceleración del crecimiento de China, hacia un promedio anual por primera vez en décadas por debajo del 7%, con la consiguiente menor presión de demanda por las materias primas. Pero sin duda, el mayor impacto negativo provino de las medidas adoptadas por EE.UU. Y la continuidad de la recesión en Europa y Japón. El crédito internacional hacia América Latina se restringió, se hizo más costoso y el flujo de capitales tanto especulativos como de inversión extranjera directa decayó.
En diciembre de 2015, la FED hizo efectiva una primera alza de su tasa de interés, lo que provocó un remezón bursátil, caídas adicionales en los precios de las materias primas, en particular del petróleo, y un reforzamiento del precio del dólar, con elevada volatilidad e incertidumbre de lo que esto podría generar. Si bien en marzo de 2016 esas tendencias se morigeraron y revirtieron muy parcialmente, ello se debió a la postergación -por ahora indefinida- de nuevas alzas de la tasa de interés por parte de la Reserva Federal. Y si el pronóstico de Cepal para América del Sur en 2016, realizado en diciembre pasado, era de una caída de -0,8%(3), hoy ya se avizora una recesión mayor (-1,9%), agravada sobre todo por las caídas de las mayores economías de la región: Argentina, Brasil y Venezuela. Y está aún por verse si EE.UU. no detona un nuevo episodio de crisis financiera mundial con oscuros propósitos. O si China no se desacelera más.
AGENTES INTERNOS
En segundo lugar, cabe examinar el comportamiento de los agentes internos de la economía chilena en este contexto.
Del lado del gran capital, está claro que al término del gobierno de Piñera creció su ansiedad, no sólo por su conocimiento de lo que se venía en el entorno externo sino por lo que podría implicar el segundo gobierno de Bachelet y su programa de reformas. Si bien los grandes grupos económicos consintieron en los titulares de las mismas, obviamente se preocuparían de que ellas no alcanzaran la profundidad necesaria como para remover los cimientos del sistema. Al fin y al cabo, para ellos, de lo que se trata es que las reformas logren desactivar y limitar el proceso de cuestionamiento al modelo político y económico desatado por las movilizaciones sociales de 2011 en adelante.
Pero las cosas no salieron del todo como esperaban. Si bien el ritmo y masividad de las movilizaciones sociales decayó, el destape a fines de 2014 del extendido financiamiento “irregular” de políticos del sistema por grupos empresariales dañó gravemente la credibilidad y legitimidad de la casta política. Paralelamente, el descrédito del gran empresariado se extendió al revelarse nuevos casos de colusión en los mercados o involucramiento en prácticas antiéticas, que afectaron a los mayores grupos económicos, como Luksic y Matte.
En este contexto, el conjunto de las cúpulas empresariales viró a inicios de 2015 a una postura de radical y absoluta oposición a todo el proceso de reformas, por moderadas que fuesen. Si en 2014 la inversión cayó -4,2%, en 2015 se acentuó la caída con otro -1,5%. No sólo en la gran minería se produjo un fuerte ajuste hacia abajo en las compras de propiedades, plantas y equipos. También la construcción cerró 2015 con las cifras más bajas desde 2009. La inversión en el sector energético no logró compensar esas caídas. Detrás de ello no sólo están las expectativas de menor rendimiento o rentabilidad de los negocios; está también un cerco político al proceso de reformas.
Un informe de la Cámara de Comercio de Santiago sobre el Indice de Expectativas Empresariales a diciembre 2015, expuso que la persistente caída de este índice por casi tres años -mayor en duración y magnitud al que sobrevino a la crisis global 2008- “obedece a diversas causalidades, entre las cuales destaca como la principal, el clima de incertidumbre y aprensiones que generan las reformas regulatorias y políticas que se discuten en medio de desprolijidades técnicas que agravan el ambiente enrarecido que se respira”(4).
De no ser porque tanto la política fiscal como monetaria fueron expansivas, el pobre 2,1% de crecimiento del año 2015 no se hubiese alcanzado. El gasto público creció ese año un 8,8% y la tasa del BC se mantuvo la mayor parte del año en 3%. Al inicio de 2016, sin embargo, ambas políticas se tornaron más restrictivas. El BC subió la tasa de política monetaria hasta 3,5% y anunció que habrían nuevas alzas a medida que el control de la inflación lo hiciese necesario, en un cuadro en que la apreciación del dólar era el mayor problema. Por su parte, el Ministerio de Hacienda aprobó un presupuesto con un gasto público creciendo un 4,4%, -que se redujo a un 4,2% en marzo pasado al comprobarse que el precio del cobre previsto no se alcanzaría-, “la cifra más restrictiva de los últimos años, sobre todo porque contempla una caída del 2,4% de la inversión pública”(5).
CONSUMO, EMPLEOS, SALARIOS…
El impacto en la población de todo esto se percibe al examinar los datos del consumo y de sus determinantes, el empleo, los salarios y el crédito. El consumo total que en el cuatrienio 2010-2013 creció a una tasa promedio anual de 7,3%, sólo alcanzó crecimientos de 2,8% en 2014 y 2,2% en 2015. A nivel del consumo privado, el consumo de bienes durables, que había alcanzado un notable 22,1% de promedio anual entre 2010-2013, cayó sucesivamente en 2014 (-2,6%) y en 2015 (-0,7%). Y el consumo de bienes no durables redujo su ritmo del cuatrienio aludido -de 6,7% anual- a sólo 2,1% en 2014 y 1,5% en 2015.
Esas cifras se comprenden al apreciar que el empleo dejó de crecer al 4,1% anual (promedio 2010-2013), para variar sólo 1,5% anual tanto en 2014 como en 2015. Sin hablar de que la calidad del empleo inició recientemente un curso de empeoramiento. Los salarios reales, que crecieron 3,0% anual en 2010-2013, aumentaron en 2,6% en 2014 y 1,8% en 2015. Y los primeros meses de este año indican que ese ritmo se reducirá aún más este año. En cuanto al crédito, el endeudamiento de las familias ha continuado creciendo en estos años al mismo tiempo que la carga financiera ha tenido una leve caída(6).
La llamada resiliencia del mercado del trabajo empieza a derrumbarse. La luz de alarma la encendió el 9,4% de desempleo para el Gran Santiago registrado por la encuesta del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile. A continuación, el INE dio a conocer su encuesta nacional para el mismo periodo, con un 6,3%, registrando un alza de 0,4% respecto de la medición precedente. Pero está claro que se trata de cifras que sólo muestran la punta del iceberg, el inicio de un proceso que puede agravarse mucho más en corto plazo.
¿QUÉ HACER?
Y acá el tema es qué espera el gobierno para salir a hacer frente a este escenario con una política contracíclica y no con meras “agendas de productividad”, centradas en apoyar los esfuerzos de reducción de costos del empresariado. En un escenario similar, en 2009, la propia Bachelet atinó a ordenar al ministro de Hacienda que hiciera uso de los fondos soberanos que Chile había ahorrado gracias a los altos precios del cobre de los años precedentes. El gasto público aumentó en un 16,5%, pero el país sorteó los efectos de la recesión mundial, impidiendo que el desempleo se elevara por encima del 10%.
Economistas como Hugo Fazio y Ricardo Ffrench Davis hace más de un año llamaron la atención al respecto. Ffrench Davis, criticando la gestión de Hacienda señalaba: “No repartir cheques, sino repartir inversión pública. Necesitamos más infraestructura en este país, más escuelitas, más policlínicos, más veredas pavimentadas en las zonas rurales… La economía chilena tiene una capacidad productiva instalada… y puede crecer mucho más que lo que está aumentando el PIB efectivo… Nos falta demanda pública y privada. Pero nunca es la privada la que parte oportunamente, sino la pública”(7).
Hugo Fazio, recordó: “Hay fondos soberanos en el exterior por más de 20 mil millones de dólares… ¿No se va a gastar nada de eso? Es que no se pueden enfrentar transformaciones de fondo sin meter recursos para producir esas transformaciones. Es imposible”(8). En efecto, según Cepal, “los activos financieros del tesoro público totalizarían cerca de 26.000 millones de dólares… más de 8.000 millones de dólares del Fondo de Reserva de Pensiones, 14.000 millones del Fondo de Estabilización Económica y Social y 3.500 millones de dólares del Fondo para la Educación”. Así que hay recursos a los que el Estado puede echar mano.
MANUEL HIDALGO V.
Notas
(1)Ffrench-Davis: “Hoy tenemos una desaceleración grave. Se necesita un gasto fiscal más eficiente y reactivador”, Diario Financiero, 14 de mayo de 2015. www.df.cl
(2)Informe de Política Monetaria, marzo 2016, Banco Central, www.bcentral.cl
(3)“Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2015”, Cepal, www.cepal.org
(4)http://www.ccs.cl/eventos/2016/doc/IEE-Diciembre2015.pdf
(5)“Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2015”, Cepal, www.cepal.org
(6)Encuesta Financiera de Hogares (EFH) 2014, levantada entre julio de 2014 y febrero de 2015, www.bcentral.cl. La razón deuda/ingreso pasó de 40,1% (2011) a 43,5% en 2014. Y la carga financiera de 10,1% en 2011 a 9,6% en 2014.
(7)Ricardo Ffrench-Davis: “Chile se durmió en los laureles”, 14 julio 2015, http://www.caras.cl
(8)Hugo Fazio: “No se pueden enfrentar transformaciones de fondo sin meter recursos” http://radio.uchile.cl/ 27 de junio 2015.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 851, 13 de MAYO 2016.