Uno de los juegos que los expertos y los políticos juegan hoy día es verbalizar el por qué y el cómo va a colapsar, ya está colapsando, la Unión Europea (UE). Cualquiera que siga las noticias mundiales conoce las explicaciones estándar: la Grexit y la Brexit (acrónimos que designan la posible salida de Grecia o Gran Bretaña de la UE) sólo conducirán a otras salidas; nadie quiere más migrantes (refugiados) en su país; Alemania tiene demasiado poder, o no lo suficiente; están surgiendo por todas partes fuerzas/partidos de ultraderecha; el acuerdo de Schengen, que accede a movimientos sin visa, está siendo suspendido en casi todos los países que lo habían adoptado; crece imparable el desempleo.
Existe un tema subyacente en esta letanía de pesimismo (¿o es optimismo?). Los europeos, tanto los sofisticados como los ignorantes
, se han vuelto impermeables a los argumentos racionales. Casi todos actúan irracionalmente, respondiendo a sus emociones y no a los análisis reflexivos. Pero ¿en verdad es así, Charlie Brown? Da para una buena tira cómica, pero ¿acaso significa que la UE dejará de hecho de existir?
No estoy brindando aquí mis puntos de vista sobre si la Unión Europea es buena o mala, si debería ser apoyada o si deberíamos socavarla. En cambio, quiero analizar lo que pienso que ocurre en la realidad. ¿Será que las instituciones que ahora conforman la Unión Europea continuarán existiendo a 10 o 20 años de hoy? Sospecho que sí. Para ver por qué pienso esto, revisemos juntos lo que hace que los europeos –tanto los sofisticados como los “ignorantes– duden de si dar el paso fatal de desmantelar aquello por lo que trabajaron tan duro durante los últimos 70 años. Hay algunas razones que uno podría llamar económicas, otras que serían geopolíticas y, finalmente, otras que podríamos llamar culturales.
Comencemos por la economía. La situación en términos del ingreso actual, tanto para los Estados como para la mayoría de los individuos, es mala en todas partes de la Unión Europea. La cuestión es si desmantelar Europa podría tal vez mejorarla, o de hecho empeorarla.
Algo que está sujeto a constante debate es la Eurozona –¿podrá sobrevivir? Tomemos por ejemplo lo que ocurrió en Grecia y las dos elecciones de 2015 que se celebraron ahí. Alexis Tsipras, el dirigente del partido Syriza, que hoy gobierna, fue elegido en los primeros comicios con una plataforma anti-austeridad. En la negociación con la UE para un préstamo ulterior, él se retractó en justo todo aquello que le había prometido a los votantes griegos. Accedió a las medidas exigidas por la UE que dañan severamente el ingreso real de la mayoría de la población. Debido a esto fue denunciado por las fuerzas de izquierda dentro de Syriza que lo acusaron de traicionar sus promesas, se retiraron del partido y establecieron su lista. No obstante, en las siguientes elecciones que fueron convocadas por Tsipras con gran celeridad volvió a recibir el mandato. Los votantes griegos lo eligieron a él, más que la las fuerzas de izquierda dentro de Syriza.
Parece claro, por lo menos para mí, que los votantes griegos no prestaron atención alguna a las denuncias de izquierda porque, por encima de todo, no querían abandonar la zona del euro. Tsipras hizo su prioridad mantener el euro y, en cambio, las fuerzas de izquierda buscaban volver a una divisa autónoma. Aparentemente, los votantes griegos creyeron que los aspectos negativos más reales de estar en la zona del euro eran menores, en su punto de vista, que los probables aspectos negativos de recrear el dracma.
La situación es más o menos la misma en lo que concierne a los llamados rasgos de la red de seguridad que habían instalado los gobiernos europeos, tal como las pensiones y los beneficios del desempleo. Virtualmente todos los países de la UE han estado recortando su red de seguridad por falta de fondos. Estos recortes los han resistido, a veces con logros, los partidos de izquierda o centroizquierda. Pero ¿acaso hay razones para suponer que si la Unión Europea desapareciera mañana estos gobiernos tendrían más fondos para distribuir? Los partidos de izquierda dicen con frecuencia eso, condenando lo que consideran como presiones neoliberales de la burocracia de la Unión Europea en Bruselas. Pero miren por todo el mundo. ¿Puede alguien señalar gobiernos fuera del alcance de Bruselas que hayan sido capaces de incrementar sus gastos relativos al estado de bienestar?
Si no existen ventajas reales en desmantelar la UE, en términos de los niveles de ingresos, ¿hay alguna otra razón para hacerlo? La UE ha jugado un importante papel geopolítico desde su establecimiento y su membresía ha crecido constante. Estados Unidos ha estado apoyando públicamente el surgimiento y expansión de la Unión Europea, pero la ha intentado socavar en los hechos. Estados Unidos ha visto a la UE como un peligro geopolítico importante. Es obvio para casi todos los observadores que la fuerza geopolítica de la UE es resultado de los números. Un desmantelamiento terminaría con esta fuerza y reduciría a los Estados europeos separados a una importancia geopolítica casi nula.
Al final, casi todos los líderes y movimientos europeos entienden esto. Sin embargo, pese a que casi todos ellos vayan contra la UE como estructura, ¿están preparados para dejar a un lado las ventajas que una gran entidad única les otorga? Los grupos de derecha, en especial en Europa oriental, consideran a la UE como una presión de Estados Unidos para ofrecerles protección militar contra una Rusia tentativamente agresiva. Los grupos de izquierda en otros países, como en Francia, usan la fuerza de la UE para contener lo que piensan que son las acciones tentativamente agresivas de Estados Unidos. ¿Alguno de estos grupos ganaría del desmantelamiento de la UE?
Finalmente, hay los llamados lazos culturales entre Estados Unidos y Europa. Se proclaman en público y se desdeñan más calladamente como remanentes de la dominación hegemónica estadunidense en los primeros 25 años después de 1945. Otra vez ahí hay motivaciones varias. Los partidos y movimientos de izquierda quieren utilizar la estructura unificada como modo de recobrar la autonomía cultural (aun una superioridad) que sienten que tenían antes de 1945. Las fuerzas de derecha quieren utilizar su fuerza para insistir en su autonomía cultural sobre las cuestiones de derechos humanos. De nuevo, en la unión yace la fuerza.
Lo que observo que ocurre es que hay más y más retórica y menos y menos acciones reales. Para bien o para mal, mi sensación es que las instituciones de la UE sobrevivirán. Esto no significa que no cambien. Hay, y continuará habiendo, una lucha política real dentro de la UE acerca del tipo de institución colectiva que debería ser. Esta lucha política al interior de Europa es una parte de la lucha global acerca del mundo que queremos construir como resultado de la crisis estructural del sistema-mundo moderno.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein