Noviembre 24, 2024

El Loco Pepe y sus colegas de La Polar

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tarjetasLas soluciones de La Polar para deshacerse de la exposición mediática y volver en breve a ganar a manos llenas, es un absurdo equivalente a que el loco Pepe, formidable ladrón argentino de los años sesenta, hubiera resuelto devolver lo robado según su propio criterio y disponibilidad.

 

 

 

Más allá de los avisos de demandas y querellas, todo el mundo sabe que a los ladrones de trajes europeos que han robado y lo seguirán haciendo, no les pasará nada. A lo sumo, cambiarán de trabajo, culparán al más gil, y finalmente, se escudarán en el sistema que lo explica todo.

 

La Polar no es la única empresa que colabora con el sistema para tener a la gente agarrada por el cuello, deudas mediante. El gilerío ordeñado cada mes para levantar esas fortunas, son quienes ruegan por un crédito para pagar un crédito que ya paga otro crédito. Y no sólo en el retail. Las deudas de los profesionales que egresan de las universidades, centros de formación técnica o institutos profesionales, forman legiones y han mantenido, cosa curiosa, un extraño silencio. O los que pagan varias veces la casa en que viven, crédito hipotecario mediante. O los que piden fiado en el supermercado, con esas brillantes e inofensivas tarjetitas.

 

El sistema se mantiene sobre la lógica de tener a la gente amordazada sintiendo el peso de lo que significa, en un momento de crisis, dejar de pagar. La nueva manera de control social es por la vía de la amenaza con el embargo y, peor, aún, de aparecer en los roles de quienes no podrán acceder a un crédito por mala paga.

 

Le resulta útil esta política económica a los sostenedores del sistema. Se aseguran así, que los más tentados por la protesta, la huelga, el paro o lo que sea, lo pensarán más de dos veces antes de aprobar sus movilizaciones. El duro castigo no vendrá tanto de la policía, sino que de la imposibilidad de obtener un crédito, es decir, de ser. Tengo un crédito, luego, existo.

 

Por eso los que salen a las calles son los irresponsables estudiantes que aún no sienten el peso de la insolvencia y el riesgo de la cárcel de papel que es DICOM, la imposibilidad de pedir fiado. El resto, trabajadores de lo que sea, ni tontos ni perezosos, no van a arriesgar sus tarjetas, así se caiga el mundo.

 

La Polar, aún así como la vemos, dando explicaciones y manotazos, no está en el suelo. En breve, las condiciones que el ladrón le está exigiendo a sus víctimas, deberá tener un efecto, y, de a poco, los medios de comunicación irán soltando su presa, la que, por otra parte es un cliente importante.

 

La gente afectada, tarde o temprano aceptará las condiciones de los sinvergüenzas por temor a quedarse sin nada. Y volverá a cumplir con los preceptos que exige la religión del crédito, mediante el sacramento de pagar y pagar y volver a pagar.

 

Con varios post grados para el efecto, los administradores del resto del retail, estarán sacando conclusiones y  perfeccionando sus propios mecanismos de robar. Y, como caído del cielo, el caso La Polar les servirá de ejemplo que contrastarán con sus propias prácticas para cazar incautos y, a la vez, como un recordatorio para los remolones que no pagan al día.

 

La práctica delictiva de los comerciantes está en el motor del sistema.  Nada que éste produzca se puede entender como honesto. Las casas comerciales, los bancos, los créditos universitarios, los hipotecarios, de consumo, los servicios, las patentes, las infracciones del tránsito, todo, está gravado con el signo de los tiempos: los intereses, más intereses más intereses.

 

Así ha hecho fortuna el actual presidente de la república, arrepentido y todo. Así ha surgido todo magnate que se precie y así se siguen formando nuevos y mayores ricos que ya no saben cuánto tienen, pero igual quieren tener más.

 

La enfermiza ambición por llenarse de riqueza viene definiendo un tipo de delincuente que no se detiene ante nada con tal de cumplir con sus ritos diarios de ganancias. Y como consecuencia, define a su vez el tipo de sociedad que se construye todos los días y que genera, de tarde en tarde estallidos que luego son acallados por acuerdos misteriosos.

 

El escándalo de La Polar no está en el efecto que ha causado en miles de familias que viven a medio morir saltando. Las alarmas del sistema no se activan pensando en esas personas, víctimas de un cogoteo estilizado.

 

Suenan para poner más ojo, allí donde se pone la bala. Para que se tomen más resguardos y no se permitan colegas desprolijos y competencia desleal, de la que ya hay muchos minoristas pasando algunas temporadas en Colina I y II, La Penitenciaría de Santiago y en tantas cárceles a lo largo del país.

 

De vivir, el Loco Pepe alegaría desigualdad ante la ley.

 

 

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