Como si les faltara para la cuota, el gobierno de Michelle Bachelet agrega a sus estruendosos fracasos a la cabeza del gobierno, el que corresponde a su política exterior.
Esgrimiendo una aritmética que intenta calzar las cosas, diversos personeros, partiendo por la mismísima a presidenta, intentar morigerar los efectos de corto, mediano y largo plazo que tendrá el apabullante fallo de la Corte Internacional de La Haya, en rigor 14 a 1.
No corta, aunque perezosa, Michelle Bachelet dispara una barbaridad: Bolivia no ha ganado nada. Abogado después de todo, y democratacristiano para más desgracia, su Ministro del Interior le enmienda la plana: desde el punto de vista procesal Chile perdió.
En qué quedamos.
Y el coro de ángeles del sistema se une en una fotografía mercurial en la que aparecen con caras de acontecimiento, a punto de soltar el llanto y con irreprimibles ganas de tomarse de las manos, desde Guillermo Teillier hasta Hernán Larraín, juntos como hermanos. Bueyes sin cuernos, la debacle de la política exterior tiene en la política interna una aplicación milagrosa en la que todos tienen cabida.
Casi todos. La mayoría no está invitada.
Ha quedado demostrado que las cosas siempre pueden ser peores. Y que esta generación fracasada en lo que se refiere a haber democratizado un país fracturado por la más sanguinaria de las dictaduras, puede sumar ahora su fracaso en lo que respecta a uno de sus escenarios internacionales que más escuece.
Fracasó el Canciller Heraldo Muñoz, más preocupado de desplegar su enfermizo anticomunismo, su aversión por los procesos democráticos de algunos países latinoamericanos y su encono por el estilo de algunos de sus líderes. Y, por cierto, sumiso, bisagra y yes man del imperialismo.
Y también ha quedado demostrada la chatura con que la casta dominante entiende su rol en el barrio en el que se vive.
Ganados por los principios genocidas e inhumanos de la ultraderecha chilena, quizás una de las más sanguinarias del mundo, los que ayer hablaban desde la izquierda, ahora consideran que por su blancura de piel, su garbo y su genética, a Chile le correspondería situarse, por lo menos, entre Bélgica y Luxemburgo.
Y los medios de comunicación dominante, versión escrita o televisada de esa misma chatura, se hacen eco de la ignorancia cultivada con esmero para mejor controlar a la chusma sometida a un patriotismo falso, estéril y peligroso que estimula lo peor de la ignorancia e impone falsas y también peligrosas consignas.
Toda la chimuchina creada a partir de los errores y fracasos de la política exterior chilena, no hace sino estimular afanes guerreristas de la casta militar y sus adláteres civiles.
Por cierto, la cacareada propuesta de terminar con el diez por ciento que se llevan las FF.AA., interminables fondos que en parte han ido a parar a bolsillos de ladrones con uniforme que se la han robado, va a ser uno de los principales efectos. Y se estarán poniendo a punto los motores de los aviones, de los tanques y demás artilugios de guerra para confirmarlo.
Y cualquiera que ose decir algo distinto, corre el riesgo de ser considerado un traidor a la patria.
Por eso preocupa que en este trance compañeros comunistas no levanten las voces que en otras oportunidad han alzado y que tienen que ver con el sentido americanista de la causa de la izquierda, de la solidaridad, la integración y la convicción de que el futuro de nuestros países, de haber uno, se relaciona con la unidad latinoamericana y una estrategia de desarrollo no capitalista, abjurando del neoliberlismo.
Mientras en otras latitudes se avanza en términos de acercamientos de enemigos históricos, veamos los casos de USA y Cuba y las guerrillas de las FARC EP y el Estado colombiano, mediante ejercicios de una real voluntad de superar las divisiones, en Chile se cava la trinchera rasca de la defensa patriótica y se considera a un país vecino, como el enemigo a vencer.
Hasta el fin de los días, Bolivia será un país vecino del nuestro y en una proyección de desarrollo humano, con el mundo a punto del colapso, con la energía cada vez más cara y compleja, con la escasez de agua y de otros recursos naturales, lo que corresponde es una mirada generosa, humana y de largo plazo.
No la bizca y miope del poderoso que solo busca llenarse, nadie sabe para qué, de más y más dinero. No la del estúpido nacionalista al pedo que se masturba con símbolos y banderas.
El sueño bolivariano de la integración latinoamericana, tantas veces masajeado por los ex izquierdistas hoy atrapados en el cambulloneo del poder, sigue siendo un horizonte humano que puede hacer de la vida sobre este continente algo mucho más interesante que la mera sobrevivencia.
América Latina puede ser la alternativa para generar una opción que permita creer que la humanidad se salvará del capitalismo, que es como decir del exterminio. Pero para una perspectiva de esa envergadura se necesitan hombres y mujeres despojadas de la egolatría, la soberbia y el egoísmo que lucen quienes hoy detentan todo el poder, que es como decir, todos los temores.
Buenos vecinos, buenos humanos. Malos vecinos, malos humanos.
A esta altura de la historia, la patria del hombre es la tierra.