Diciembre 11, 2024

La soberbia derrotada y la vanidad humillada

El reciente fallo en La Haya ¿a quién avergüenza y molesta? Al pueblo no… a la clase dominante, sí.

 

 

Si a la clase patronal chilena algo le duele y le hiere cual fierro al rojo vivo aplicado sobre la piel, es saberse derrotada y humillada por un adversario al que trató siempre con la punta del zapato creyéndolo inferior, mínimo. “Indios de mierda”, recuerdo que decían de Evo Morales y de su pueblo en reuniones y happy hours.

La humillación experimentada por la veleidad de las cofradías empresariales y políticas de Chile ante los ojos del mundo,  se ha podido observar también en las declaraciones emitidas por varios de sus más ‘eméritos’ representantes, independiente de la tienda partidista a la que puedan pertenecer. Para ellos resulta casi un atentado religioso que la Corte Internacional de Justicia de La Haya (CIJ) rechazara categóricamente la argumentación presentada ante ese tribunal por personas tan “decentes”, y de buen aspecto físico al estilo ‘europeo y gente bien’, privilegiando las osadías destempladas que indígenas altiplánicos de piel muy morena y hablar pausado portaban cual banderas de razón y dignidad.

“¿Cómo ha sido posible que esto ocurriera?”, se pregunta esa clase de personas (que en Chile es minoría, lo que no ha sido óbice para que se adueñe del país). A esa interrogante agregan explicaciones que, de verdad, agreden a los chilenos. “Bolivia no ha ganado nada”, lenguajeó nuestra mandataria, dejándose llevar por la argumentación de políticos interesados en defender a ultranza intereses de sus verdaderos mandantes megaempresariales, por lo que no dudan en contravenir materias de derecho internacional apostando sus fichas exclusivamente al Tratado de 1904, cual si este fuera la panacea que soluciona las impetraciones, necesidades, avances tecnológicos y nuevas realidades de dos países supuestamente hermanos, aunque lo anterior se desglose de todo un siglo transcurrido desde su firma.  

Llama la atención y produce extrañeza que muchos chilenos pierdan los estribos ante un fallo de la CIJ que concluye afirmando su competencia para juzgar y dirimir la protesta interpuesta por el gobierno boliviano, pero, esos mismos compatriotas nada dijeron ante la indignante y antipatriótica entrega del borde costero y mar chileno a manos de siete familias dueñas de megaempresas. Hay un claro componente racista y clasista en todo este embrollo, pues si tales megaempresarios hubiesen sido bolivianos descendientes de una de sus históricas etnias, ¿Pablo Longueira y sus adláteres, les habrían regalado esas mismas franquicias? 

Digámoslo sin medias tintas… las cofradías políticas del duopolio, así como la ‘flor y nata’ del megaempresariado chileno y sus ujieres militares y parlamentarios, siempre han metido en el mismo saco de la ignominia a mapuche, boliviano y peruano. Los Rapa-Nui se han salvado porque (tal como dijo un querido profesor en la universidad hace ya una punta de años), “bailan muy bien atrapando las miradas lascivas de turistas y racistas”, y además,  geográficamente, se encuentran muy lejos de las ambiciones de los depredadores y pirañas, por lo que estos no poseen intereses económicos en la isla.

En La Haya, la CIJ propinó sonora bofetada a la soberbia y vanidad de la clase propietaria de este país que en realidad es republicano, democrático e independiente sólo en las declaraciones y escritos mediáticos. Muchos de aquellos que hoy impetran dar un portazo a esa Corte Internacional de Justicia y a la propia nación boliviana, creyendo que de tal laya se defiende la soberanía e independencia de este país, necesitan saber que actualmente recorre el subcontinente una frase que es una férrea verdad: “en Sudamérica hay un país llamado Chile donde nada es de Chile”.

El agua, las carreteras, la telefonía, la salud, la previsión social, la energía eléctrica, los bosques, la minería, la banca, el mar, las sanitarias, el transporte público, los puertos, los lagos, la educación, las comunicaciones (e incluso parte importante de la geografía austral, como es aquella en manos de Douglas Tompkins), son elementos vitales de toda nación que, en nuestro caso, pertenecen en su totalidad a particulares.

Chile no posee un Foreign Office, como Inglaterra, ni un Torre Tagle, como Perú, lugares donde esas naciones forman, capacitan y estructuran a sus respectivos cuerpos diplomáticos para que ellos, independientemente del gobierno de turno, representen a sus países administrando una verdadera política de estado. Aquí, los dueños de la férula y el poder creen ser tan “distintos” al resto de los habitantes de América Latina que suponen más que suficiente, en materias internacionales, nominar a algunos individuos que conforman su “servicio político-doméstico” para representarlos en el exterior, especialmente cuando se trata de dialogar o discutir con naciones donde la mayoría de la población pertenece a raza no blanca”.

Por ello, a una clase dominante como esta que se montó en la grupa de Chile poniéndole bocado y riendas, le resulta inaceptable que algunos europeos (blancos y de ojos claros), privilegien la demanda de un país donde predominan –y gobiernan- las etnias originarias que en los salones del fundamentalismo católico-empresarial-militar son consideradas ‘inferiores’. No hay nada que a esas clases dominantes pueda dolerles más que su orgullo herido, su soberbia derrotada y su vanidad humillada. 

 

“Te aseguro que será, precisamente, el enemigo que él desprecie por débil e inferior quien actuará como verdugo”(personaje Johannes Hindenburg, en la novela “A la sombra de la swástica”).  

 

 

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