Los cónclaves surgieron a raíz de la dificultad que tenían los cardenales para elegir al nuevo Papa y, como las sesiones tenían una duración, incluso de años, en la elección del Sumo Pontífice se determinó encerrarlos bajo llave hasta que hubiera consenso y “humo blanco”. Llamar “cónclave” a estas reuniones de los plutócratas de la Nueva Mayoría me parece muy adecuado y adaptado a las actuales circunstancias políticas: se trata, como lo dijo con emoción la Presidenta Bachelet, ante todo, de mantener la unión de los partidos que integran la Nueva Mayoría.
Ello, pues, de lo contrario, le entregarían el poder, con relativa facilidad, a los muchachos de Sebastián Piñera y así, más que cumplir el programa de gobierno, lo que interesa es seguir saboreando de las delicias del poder.
Hay que ser muy insensato que debido a peleas subalternas, los integrantes de la Nueva Mayoría vuelvan a la cesantía y, además, se vean forzados a esperar cuatro años para asaltar, nuevamente, los cargos fiscales.
En este mismo lunes, 3 de agosto, la derecha también realizó su propio “cónclave” que, a diferencia del primero, ya tiene “papa” elegido, el rey narcisista de la mezcla entre la política y los negocios, don Sebastián Piñera Echeñique – se lució, incluso emocionado, en la Gala de la película “los 33”, en el teatro municipal de Las Condes y, como buen patrón, utiliza a esos mineros, hoy en desempleo y la pobreza, para anunciar su marcha hacia la reconquista del poder -.
Ambos cónclaves, uno en la mañana y otro en la tarde, han sido muy útiles para reafirmar el poder absoluto de la mezcla entre la casta empresarial y la casta política. En ambas actividades se trataba de asegurar el que los electores no tuvieran más que seleccionar en las elecciones entre los personeros de la derecha de la Nueva Mayoría y los de la derecha política, es decir, lograr que todo permanezca igual.
El cónclave de la Nueva Mayoría coincidió con la más baja cifra de apoyo popular a la Presidenta Michelle Bachelet, (26%, y con el 70% de rechazo a su gestión, un punto más que Sebastián Piñera durante su mandato), cifras que es preciso tomarlas dentro del contexto latinoamericano e, incluso, mundial: en Brasil, la Presidenta Dilma Rousseff, cuenta con el 8% de apoyo ciudadano; en Perú, Ollanta Humala, un 10%; en Francia, Francois Hollande mantiene cifras similares a las de los pares latinoamericanos.
En el fondo, estamos asistiendo al derrumbe del presidencialismo – especialmente en Latinoamérica – ahora en manos de las democracias bancarias, en que las figuras de los primeros mandatarios se desploman en apoyo ciudadano, convirtiéndose sólo en agentes de los grandes poderes económicos, en que la mezcla entre la política y los negocios no es sólo una anomalía de la democracia electoral, sino que también forma parte de su propio ethos.
La Presidenta Michelle Bachelet volvió a perder la oportunidad de identificarse con temas muy sentidos por los ciudadanos: una agenda seria sobre derechos humanos, que terminara con la impunidad, como lo pide Carmen Gloria Quintana, pero en ese cónclave no aparece ninguna alusión al tema; si bien tocó, tangencialmente, el tema de la nueva Constitución, para todos quedó claro que se iba prolongar ad aeternum.
“El realismo sin renuncia” – como lo escribí en artículo anterior – se ha convertido en un nuevo Talmud de este llamado “segundo tiempo” de la Nueva Mayoría, cuyo único propósito es dejar contentos a todos los rabinos: a los comunistas, porque no se abandonan totalmente las reformas, pero sí se prolongan en el tiempo; a los democratacristianos, porque se impone un gradualismo, sin límites en el tiempo, que permite desteñir el carácter reformista del gobierno – deja tan contentos a Ignacio Walker, a Gutenberg Martínez, como a Osvaldo Andrade, Jaime Quintana e Isabel Allende -. Nada mejor que el gatopardismo bacheletista para seguir administrando el poder.
En los cónclaves del Renacimiento, la alianza entre las familias de los banqueros Medici, los Borgia y los Sforza permitían la elección de sus familiares a la silla de San Pedro, hoy los nuevos cónclaves de las dos combinaciones duopólicas se repite ese tipo de alianzas entre las grandes familias plutocráticas. Así, poco importan los principios, las doctrinas diferentes, las ideas, si están unidos por el común amor al poder y a sus propios intereses. Que se alternen en el poder, por ejemplo, Michelle Bachelet y Sebastián Piñera, no es más que la expresión de este pacto entre grandes “condotieros”. Hay que ser muy ingenuo para creer que esta forma de gobernar es una fórmula democrática de alternancia en el poder.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
04/08/2015